Líbano

Crítica de Fernando López - La Nación

La guerra vivida desde el encierro en un tanque, en un film premiado en el último Festival de Venecia

"El hombre es acero; el tanque es sólo hierro", dice la leyenda pintada en el tanque dentro del cual la cámara se instalará por una hora y media (y nosotros con ella) para registrar de cerca los tormentos físicos, psicológicos y morales de cuatro conscriptos israelíes en peligro de muerte. Estamos en 1982: es el primer día de la guerra del Líbano y los cuatro tripulantes del tanque, sin experiencia alguna de combate, deben llegar hasta una hostil aldea próxima ya bombardeada por la aviación para completar la tarea y poder seguir avanzando.

Son veinticuatro horas en el infierno. El de adentro del tanque, donde el miedo, la tensión, la claustrofobia y la cadena de conflictos de trágicas consecuencias alimentan el fuego de las peleas entre ellos y especialmente con su jefe, Assi. El de afuera, sólo accesible por el visor del tanque, cuya lente avanza, retrocede, sube o baja hasta donde se lo permiten sus movimientos para exponer en toda su magnitud y todo su horror, el desgarrador espectáculo de la guerra. Es probable que el clímax se alcance en las imágenes que captan el trágico desenlace de una toma de rehenes en un edificio de departamentos de la ciudad, pero en realidad el film no cede en su intensidad dramática casi desde el principio, cuando Schmulik, el nuevo artillero, se paraliza al recibir la orden de disparar.

Samuel Maoz concentró en 90 minutos algunas de las terribles experiencias que vivió, él también, como conscripto y en esa misma invasión, pero la historia podría suceder en cualquier otra parte y cualquier otro momento. Aquí no caben la exaltación del sacrificio ni los héroes tan frecuentes en el cine bélico; en este escenario de caos, desesperanza y ruina moral y psicológica, todos pierden. Los soldados, veinteañeros iguales a tantos otros como se muestran en algunos pasajes en que comparten confidencias, sólo desean volver a casa. Maoz los define con precisión en pocos trazos y les confiere espesor humano con la ayuda de un elenco en el que difícilmente podrá descubrirse alguna flaqueza. Lo mismo puede decirse de los esporádicos "visitantes" del encierro, en especial el bravo y severo comandante Jamil; el ladino falangista cristiano que se ofrece a servir de guía, y el sirio que han hecho prisionero. Pero aún más que la rigurosa elaboración del guión y que el admirable trabajo de la cámara, que sólo va afuera en dos breves planos para tomar un soleado campo de girasoles, resulta determinante el formidable trabajo de la banda de sonido, recurso expresivo indispensable para sugerir lo que sucede más allá del encierro.

En cuanto a la leyenda del principio, queda claro que no es precisamente acero el material del que están hechos los hombres.