Una de las cosas que siempre me han gustado del tío Steven es que además de ser un loco obsesivo de la reconstrucción histórica (basta con ver La lista de Schindler, Band of Brothers o Munich para darse cuenta) también es capaz de usar tan buena ancla para hablar de lo que realmente quiere hablar que todos vamos engañados a la sala. Sí, yo me esperaba una biopic en la que me contara cómo nació, se reprodujo y murió Abraham pero, en realidad, él es una excusa para Steven: él quiere contar de la Enmienda XIII, aquella que cambia la historia cuando prohíbe la esclavitud.
La película se concentra en los últimos años de la vida del personaje y en plena Guerra de Secesión, cuando no había siquiera intentos de paz y cada vez era más la sangre que corría. La acción pasa casi toda en interiores y a media luz (un punto a remarcar es la maravillosa fotografía. Una profundidad de campo que haría emocionarse hasta las lágrimas a Orson Welles y una luz dramática tan perfecta que es casi divina) y esto, combinado con un guión pesado y muy político, por momentos hace que la película sea lenta.
Tiene que remarcarse, además de la música del gran John Williams (tal vez utilizada en exceso, a mi gusto. Creo que para algunos monólogos, los silencios hubieran sido un mejor y mayor impacto), la cantidad de recursos narrativos que tiene. Para aquellos que no saben de historia, el gran Spielberg lo simplifica con subtítulos que presentan cargos de cada uno con nombre y apellido al mejor estilo la serie de la BBC de Sherlock Holmes. Y queda muy bien, sin molestar al espectador.
Habiendo dicho lo anterior tengo que agregar que lo que hace Daniel Day-Lewis es inexplicable. No sólo el acento (que el que habla no parece él. No tiene su tono, su articulación, su acento. Es otra persona), sino lo que hace con lo físico. Cómo se encorva, cómo mueve las manos en esos ademanes elegantes y antiguos, cómo tiene una serenidad inmensa en el gesto y destaca el carisma enorme del personaje. Honestamente, es para irse a la sala con un cuaderno para tomar apuntes. Es una clase de actuación.
Sally Field tiene su escena monumental en su duelo actoral con Day-Lewis que muestra que es mucho más que la mamá de Forrest. Field se para, sufre, está a punto de ser quebrada por los miles de emociones desesperadas pero siempre sigue siendo la mujer estoica a su lado. Joseph Gordon Levitt interpreta al hijo de ambos y en su único monólogo demuestra que es uno de los mejores talentos de su generación, sin dudas. Un gran camaleón al igual que David Strathain (el mismo de Buenas noches y buena suerte) que está perfecto como la mano derecha de este presidente. Y Tommy Lee Jones como un Stevens cansado, pasional pero contenido es tan majestuoso que pensando esta película creo que es uno de los elencos más sólidos que he visto.
Aún así, y amándolo como lo amo a Spielberg, tengo que decir que la película tiene un problema de ritmo y que por momentos el guión tan pesado y la imagen tan oscura invitan más a una siesta que a movilizarse con las soberbias interpretaciones y discursos. El resultado final no es su mejor película, pero sigue siendo buena, porque sus mejores películas son mágicas y ésta simple como es, igual puede pasar a la historia