Línea mortal; Al límite con la paciencia del espectador.
Así es, llega a las carteleras la remake del film noventero que dirigiera Joel Schumacher, esta vez bajo la batuta del hiperactivo Niels Arden Oplev, que tan bien nos hiciera con la trilogía Millennium (2009) pero que ahora nos ahoga en un lento y mortificante thriller, sin drama ni susto.
Ben Ripley (Source Code – 2011) fue el encargado de actualizar esta historia, dándole un giro en su inicio que pudo ayudar a la mitología detrás de la historia, pero que solo funcionó como prólogo de una narración que trazó el mismo recorrido que la anterior. En la ruta, el automóvil conducido por Courtney, personaje que interpreta Ellen Page, sufre un accidente que la llevará, mortificada por la culpa, a obsesionarse con el tema de la vida después de la muerte. Con la esperanza de desentrañar el misterio de lo que aguarda más allá de los confines de la vida, emprende un atrevido y peligroso experimento a base de detener su corazón durante un breve lapso de tiempo en el cual, ayudada por sus compañeros de estudios médicos, intentará medir, pesar y apreciar de manera científica la existencia de esa vida posterior.
Más cercano a Scooby-Doo y su pandilla que a un verdadero equipo de científicos tomando y analizando datos, que pronto olvidarán cuando comienzan a sufrir las consecuencias de sus actos, el perfil de los personajes que lo conforman, el nochero conquistador, la competidora, la cerebrito que carga con el dominante progenitor, es tan plano y elemental que si no fuera por sus pecados del pasado no inspirarían la menor simpatía en el espectador.
El filme se divide en tres claros actos; en el primero tenemos la presentación de los personajes y sus dramas personales, como también las motivaciones que cada uno tiene para involucrarse en este juego, ya sea la simple y triste casualidad, o la asociación. Recuerdo que en la primera versión del filme, cada uno de ellos tenían una especialidad, un anestesista, una enfermera, un médico de shock room, pero aquí es sólo la relación de compañeros de estudio, así de pobre el conjunto que arma Courtney. En el segundo acto, vemos a cada uno experimentar la muerte y resucitación y sus consecuencias, la adaptabilidad, la inteligencia incrementada, una intuición de X-Men, etc. de la que harán gala sin jamás cuestionar cómo llegaron a ello, sin teorizar una sola consigna más que un par de imágenes y alguna terminología del campo que no convence. También es el momento en que seremos testigos del terror que vivirán al enfrentar viejas cuitas morales y éticas que regresan para atormentarlos.
Es aquí donde la cámara de Niels Arden Oplev hará las observaciones más obvias del género, posicionándose en tantos lugares comunes que no logrará anticiparse a nada que no esperemos por obvias referencias; ruidos, apagones y sombras trepidantes. Hasta el insulto del spooky violento, convencional y anodino es todo el momento vivido por el personaje de Ellen Paige, tanto que hasta tendremos un found footage. Sí, ese recurso será utilizado sin mayores logros más que atravesar ese acto para desencadenar en una resolución que se antoja más que necesaria para terminar con el sufrimiento del espectador. No cuestiona, se aposenta en observaciones obvias sobre el juego con el límite preestablecido. No conmueve, porque los personajes no desarrollan más que un par de líneas remanidas sobre la culpa. No hay una conclusión ni expiación, en definitiva una remake innecesaria y absurda, que al intentar abordar varios géneros cinematográficos a la vez, queda en nada.