Abulia o responsabilidad
Si bien Llaman a la Puerta (Knock at the Cabin, 2023) es el segundo trabajo al hilo del cineasta hindú M. Night Shyamalan basado en un material externo/ no escrito en primera instancia por el señor, ahora inspirado en La Cabaña del Fin del Mundo (The Cabin at the End of the World, 2018), odisea literaria de horror de Paul G. Tremblay, y en el caso del film anterior, Viejos (Old, 2021), en Castillo de Arena (Sandcastle, 2010), novela gráfica del suizo Frederik Peeters y el documentalista francés Pierre-Oscar Lévy, a decir verdad la película que nos ocupa se condice en un cien por ciento con las preocupaciones de siempre del realizador y guionista como los vínculos afectivos, el quid familiar, las premoniciones ultra lúgubres, el entramado curioso de la niñez, las relaciones de poder en la pareja, los secretos sociales por revelar, la visita de lo desconocido, la hipocresía integracionista en colectivos esencialmente discriminadores como el primermundista, la tendencia caníbal del ser humano, la naturaleza más misteriosa, lo religioso etéreo, la aislación, el autoengaño y en especial el choque permanente entre empatía para con el prójimo por un lado e histeria homicida y narcisista por el otro, sin duda una de sus obsesiones, en tanto reformulación enriquecedora de la vieja contienda simplista del cine de género entre bondad y maldad, y eje de aquella primera fase posterior a sus dos incursiones fallidas en la comedia dramática, las fundacionales Rezando con Ira (Praying with Anger, 1992) y Más Astuto que Nunca (Wide Awake, 1998), hablamos por supuesto de la seguidilla más que conocida de Sexto Sentido (The Sixth Sense, 1999), El Protegido (Unbreakable, 2000), Señales (Signs, 2002), La Aldea (The Village, 2004) y La Dama en el Agua (Lady in the Water, 2006), todos clásicos posmodernos del suspenso esotérico cargado de una ambición muy poco habitual en estos tiempos, por cierto bien insípidos, antiintelectuales y redundantes hasta la médula.
Llaman a la Puerta continúa la racha de buena calidad de las otras obras recientes del hindú a posteriori del renacimiento creativo en ocasión de la excelente Los Huéspedes (The Visit, 2015), léase la mencionada Viejos más Fragmentado (Split, 2016) y Glass (2019), las dos continuaciones de El Protegido y partes constituyentes de una suerte de trilogía acerca de superhéroes y supervillanos bastante prosaicos, a su vez un período enmarcado en sus dos encomiables trabajos televisivos, las series Wayward Pines (2015-2016) y Servant (2019-2023), realizadas para Fox y Apple TV+, respectivamente, y cierre de la fase de decadencia inmediatamente previa, esa intermedia de su trayectoria correspondiente a las demasiado pobres El Fin de los Tiempos (The Happening, 2008), El Último Maestro del Aire (The Last Airbender, 2010) y Después de la Tierra (After Earth, 2013), opus que lo acercaron al acervo mainstream más intercambiable y/ o cayeron en rasgos autoparódicos a todas luces involuntarios. La sencilla trama funciona como una fábula de entorno cerrado tácito y gira alrededor de la cabaña del título original en inglés, una bucólica y remota en Pensilvania donde vacacionan un matrimonio homosexual, el de Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridge), y su hija adoptada de siete años, la chiquilla de rasgos asiáticos Wen (Kristen Cui) que gusta de coleccionar grillos símil entomóloga incipiente. Cuatro son los extraños que destruyen la paz idílica de la familia, el líder Leonard (Dave Bautista), un docente con un cuerpo gigantesco, y los segundones Sabrina (Nikki Amuka-Bird), una enfermera negra, Adriane (Abby Quinn), cocinera y madre de un chico pequeño, y Redmond (Rupert Grint), otrora un energúmeno homofóbico que le partió una botella en la cabeza a Andrew tiempo atrás y cumplió una sentencia de prisión por ello, representante en sí de la malicia humana del mismo modo que Adriane simboliza la nutrición, Sabrina la sanidad y Leonard la guía.
El leitmotiv apocalíptico tiene que ver con el mandato aparentemente divino -transmitido mediante visiones- de los extraños, quienes atan a los gays y les explican que el fin del mundo está próximo y deben elegir a uno de los suyos para morir si pretenden evitarlo, al cual además deben faenar en primera persona/ sin intermediarios porque caso contrario la debacle se desatará por cuotas a medida que los cuatro visitantes se asesinan entre ellos a través de garrotes tuneados con armas blancas. Una vez planteado el latiguillo principal, esta alternativa entre el sacrificio intra familiar o ser testigos vía TV de un cataclismo que incluye terremotos, tsunamis gigantescos, una gripe devastadora, caída general de aviones y una andanada de incendios por rayos, el guión de Shyamalan, Steve Desmond y Michael Sherman combina ingredientes del porno de torturas (el desfile de asesinatos rituales con un paño en la cabeza y cráneos destrozados, primero muriendo Redmond y luego Adriane), el thriller mitológico de base bíblica (aquí regresa un elemento muy caro a la producción del cineasta, la pugna entre el ateo cínico y el creyente ortodoxo, por ello Andrew considera que está ante miembros de un culto suicida y Eric, por el contrario, empieza a compartir su capacidad de profetizar el futuro), el melodrama familiar (entre los esperables flashbacks que amenizan el encierro Shyamalan incorpora un encuentro incómodo con los padres de Andrew, en la piel de Ian Merrill Peakes y McKenna Kerrigan, en esencia la personalidad dominante en la relación porque Eric es mucho más sensible, cercano al rol estándar de las hembras sin ser afeminado caricaturesco) y desde ya la tragedia de resonancias filosóficas y éticas (en pantalla la típica pasividad posmoderna/ burguesa desencadena consecuencias nefastas en el corto plazo, léase el óbito de desconocidos a los que se termina conociendo por el frenesí de los acontecimientos, justo como en nuestra sociedad política cotidiana).
A diferencia del woke bobalicón de la falsa diversidad hollywoodense, una estrategia de marketing hiper evidente en la bazofia de Marvel y tantos otros films del mainstream y el indie de la actualidad, Shyamalan sí es honesto en su enfoque plural y democrático que empareja a todos, por ello siempre apostó por la integración del diferente -empezando por él mismo, un hindú criado en Estados Unidos bajo el hinduismo y el cristianismo- mientras se sumergía de manera esquizofrénica en lo sentimentaloide, lo macabro y lo teológico sincrético, gran mejunje que en Llaman a la Puerta se nos aparece mediante referencias varias a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, la pureza romántica idealizada, la persecución de los marginados, esos presagios que despiertan incredulidad y finalmente las ofrendas de fe paradigmáticas de todas las religiones, aquí la muerte voluntaria de los visitantes y del Eric autoinmolado del desenlace. Shyamalan, en muchas ocasiones despertando la hilarante condena de ciertos sectores descerebrados del público y la crítica que no soportan su tono serio, austero y profundo en tiempos de un Hollywood monstruoso y banal que desconoce la artesanía cinematográfica, en su última propuesta redondea una epopeya minúscula y en general disfrutable que equivale a un buen “directo a video” de las décadas del 80 y 90, modificando el final abierto del libro de Tremblay y otros detalles como la muerte de Wen, el óbito asimismo más temprano de Leonard y el papel preponderante de Sabrina en las páginas. Al muy buen desempeño de Bautista, Aldridge y Grint y la excelente fotografía de Lowell A. Meyer y Jarin Blaschke, este último el colaborador de cabecera del genial Robert Eggers, se suma el estupendo manejo del marco conceptual del propio Shyamalan, hoy por hoy nuevamente pensando a la responsabilidad -el hecho de hacerse cargo de las decisiones y sus resultados- en contraposición a la abulia que delega en terceros el rumbo de la vida…