Martín Goniondzki (Cinéfilo Serial):
El realizador mexicano Pablo Arango construye esta comedia dramática con tintes fantásticos, cuyo objetivo principal era el de donar sus ganancias a fundaciones benéficas que luchan por darle una mejor calidad de vida a los niños con cáncer. Más allá de sus loables fines, la película hace agua por todos lados, brindándonos una historia inverosímil, sumamente edulcorada y donde abunda la moralina sin sutilidad.
Uno se acerca a ver un largometraje como “Lo que en verdad importa” y realmente desea encontrarse con un producto atractivo por sus fines benéficos y por el talento de algunas personas involucradas. No obstante, resulta difícil decir algo bueno acerca de la obra cinematográfica que se estrena por nuestras pampas el día de hoy, ya que prácticamente carece de ingenio, una narración atractiva y una historia motivadora.
La película cuenta la historia de Alec (Oliver Jackson-Cohen), un ingeniero mecánico inglés con serios problemas económicos y personales. Su adicción a las apuestas lo lleva a tener deudas con unos mafiosos y el malpasar de su negocio lo tiene al borde de la quiebra. En este escenario aparece un tío (Jonathan Pryce) que desconocía, el cual se ofrece a solucionar sus inconvenientes a cambio de que se traslade un año a Nueva Escocia, Canadá, el lugar de origen de sus antepasados. Allí descubrirá que a su alrededor comienzan a suceder las cosas más incomprensibles. Enfrentarse a sí mismo, a su pasado, a su vida y, sobre todo, al don que nunca supo que tenía, inspirará a las personas que lo rodean a creer en algo más allá de lo que se puede explicar. Para ello, contará con la ayuda de una veterinaria (Camilla Luddington) y el cura de la Iglesia del pequeño poblado (Jorge García), que al principio se presentará como un adversario, pero luego como un aliado del protagonista.
Uno de los principales problemas de la cinta es que todas las situaciones que se nos presentan parecen demasiado forzadas. Los componentes fantásticos carecen de la motivación necesaria para resultar verosímiles, al igual que los cambios de perspectiva del protagonista, quien se presenta como un individuo escéptico, pero cuya cosmovisión va a ir cambiando con el correr del metraje. Otro aspecto que parece impuesto a la fuerza tiene que ver con la espiritualidad, más allá de las buenas intenciones de los involucrados, las implicancias religiosas y conservadoras del relato lo tornan demasiado previsible y cliché.
Más allá de lo absurdo de la premisa, el guion de la película resulta bastante chato, con personajes poco definidos, algunos diálogos desatinados y una acumulación creciente de lugares comunes que hacen que el relato carezca de lógica y peso. Además, por momentos se rozan los golpes bajos y la más obscena manipulación de los sentimientos del espectador.
Lo más destacable de la obra termina siendo su elenco, el cual está sumamente desaprovechado, pero que en definitiva y, bajo las pobres líneas delimitadas por el guion, terminan generando empatía y demostrando compromiso con sus interpretaciones. Camilla Luddington (“Grey’s Anatomy”), Jonathan Pryce (“Pirates of the Caribbean”, “Game of Thrones”) y Oliver Jackson-Cohen (“Emerald City”, “The Raven”) y la joven Kaitlyn Bernard (“1922”) hacen un esfuerzo enorme para tratar de generar sentido a este relato audiovisual.
Por el lado de los apartados técnicos, cabe destacar la dirección de fotografía de Javier Aguirresarobe (“The Others”, “Thor Ragnarok”), cuyo trabajo resulta impecable a través de una estética visual inspirada y empática con la narración, que casi se ve arruinada por una edición algo tosca y poco convincente.
En síntesis, “Lo que en Verdad Importa” es un film con buenas intenciones, que lamentablemente falla en brindar un relato coherente y atractivo. En su lugar, se nos otorgó una película cursi, insulsa y poco admisible.
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