Una ficción de observación
Ganadora de tres premios en el Bafici 2010, la ópera prima de Castagnino da cuenta de los días en que una chica va a visitar a su amiga. Pero la directora no filma todo lo que les pasa a ambas, sino sólo aquello que la cámara está en condiciones de saber.
Desde hace unos años se habla de “documentales de observación”, en referencia a aquellos en los que la intervención sobre lo real se reduce a una cámara fija y escrutadora. Es curioso que todavía no se haya adoptado la expresión “ficciones de observación”, para aquellas que aplican una ética y estética semejantes, con Lisandro Alonso como uno de sus representantes más notorios. Si en lugar de estar protagonizadas por hombres duros, herméticos y solitarios lo fueran por chicas algo más sociables, transparentes y dicharacheras, las películas de Alonso tal vez serían como Lo que más quiero. A pesar de haber ganado tres premios en el Bafici 2010 –mejor película argentina de la Competencia Internacional, mejor actriz (compartido por sus dos protagonistas) y premio Fipresci de la crítica internacional–, la ópera prima de Delfina Castagnino debió aguardar poco más de un año (como acaba de suceder también con Los labios) para llegar a salas de estreno. O a sala de estreno, en singular, ya que a partir de hoy podrá vérsela exclusivamente en el auditorio del Malba, los viernes a las 20 y sábados a las 19.
Lo que más quiero es una de esas películas resueltas en tan pocos planos, que pueden contarse. Serán unos veintipico, más o menos (que puedan contarse no quiere decir que haya que hacerlo), la mayoría de ellos con cámara fija y de una duración que puede llegar hasta casi los quince minutos. Lo que filma Castagnino no es, sin embargo, el intervalo o la espera, como suele ser el caso de muchas películas basadas en sistemas semejantes, sino el acontecer, durante los días que una chica va a visitar a su amiga. María (María Villar) vino hasta Bariloche, un poco para hacerle compañía a Pilar (Pilar Gamboa), pero también para hacer una pausa, teniendo en cuenta que la relación con su novio no anda bien. Castagnino filma lo que pasa entre ambas y, eventualmente, con alguien más (un par de amigos de Pilar, uno de ellos sobre todo), pero también lo que les pasa por dentro. Antes de saber que el motivo de la visita de María es el reciente fallecimiento del padre de Pilar, puede advertirse cómo ésta de pronto se queda mirando el vacío, como sucede con quien acaba de perder a un ser querido. En medio de una conversación telefónica con su novio, María se pone a llorar, antes de recurrir al clásico “No estoy llorando”. Cuando la relación entre las dos ya está algo deteriorada, es posible percibir el hastío que Pilar intenta disimular, de espaldas a su amiga pero de frente a cámara.
Pero Castagnino no filma todo lo que les pasa a ambas, sino sólo aquello que la cámara está en condiciones de saber. Advertimos que Pilar no tiene muchas ganas de darle bolilla al guitarrista con el que sale “cada tanto”. Pero ignoramos por qué no quiere. Los comentarios que le hace a su amiga traslucen que a María Diego (Esteban Lamothe) le pegó de entrada. Aunque después, cuando se ponga a charlar con él, ciertas pausas y algún desconcierto permitan entrever que el muchacho no es del todo lo que esperaba. Esa charla, en la que la cámara acompaña a María y Diego, es el momento más alto de Lo que más quiero. Por la notable química entre ambos, por su infrecuente timing y soltura y porque la escena pide esa cámara fija, frontal, invisible. Tal vez no siempre la puesta dé tan en el clavo. Hay una escena en la que Obvia, la yegua de Pilar, se muestra ingobernable. Pero el encuadre se cierra tanto sobre el rostro de María que no podemos ver la inquietud del animal. Sólo enterarnos por el diálogo de lo que le pasa.
Un plano de Lo que más quiero generó acaloradas reacciones cuando la película se exhibió en el Bafici. En el aserradero de su padre, Pilar llama de a uno a los trabajadores, para anunciarles que va a tener que cerrarlo. Cerrando el encuadre sobre el rostro de la chica, la cámara logra radiografiar, con admirable transparencia, su estado de ánimo. Pero los obreros son apenas tres nucas y tres cuellos. Lo cual generó acusaciones de clasismo, reaccionarismo y mil piropos más. Ahora bien, ¿por qué debería verse el rostro de los trabajadores, si la escena trata sobre lo que le pasa a ella? Lo que sí es clasista, reaccionario & etc. es que los operarios reciban la noticia no sólo sin protestas, sino manifestando su conmovida gratitud a ese santo varón de la madera que acaba de fallecer. ¡Uno de ellos hasta se ofrece a colaborar con el cierre! Pero el clasismo (que también tiñe el retrato de Diego como zonzo de provincia) es en tal caso de contenido, no de forma. Y se supone que el crítico debe juzgar lo segundo. Con tres personajes que jamás dejan de ocupar el centro de atención, Lo que más quiero no podría funcionar si no tuviera los actores que tiene. Conocidos por películas previas “de la FUC”, como El hombre robado, Todos mienten y Castro, la soltura apolínea de María Villar, Pilar Gamboa y Esteban Lamothe hace pensar que, a la hora de los modelos, Delfina Castagnino aprendió tanto de Eric Rohmer como, de ser cierta la suposición, de Lisandro Alonso.