Sin estar basada en un hecho real, Lo que no se perdona retrata una realidad que está, no sólo en Salta, provincia en la cual sucede esta película, la de jóvenes delincuentes inimputables por su minoría de edad. Leandro, un joven con problemas en su familia, que deriva con problemas en la escuela y la mala elección de compañías, al mismo tiempo que se rodea inevitable y constantemente de situaciones de violencia.
Un joven que hasta hace muy poco era un niño, y recién comienza a transitar la adolescencia, aquella etapa que es tan caótica y revolucionaria en la vida de cualquier ser humano. La película, ópera prima de Christian Barrozo, nos muestra a su protagonista deambulando, rateándose de la escuela, frecuentando amistades en estaciones de servicios, videojuegos y canchas de fútbol.
La cámara lo sigue, lo persigue, mientras Barrozo delinea este mundo plagado de violencia en el cual está inmerso. Esto se ve primero en su amistad con Chachota, un adolescente que roba al mismo tiempo que maltrata psicológicamente a su novia de manera constante. Y luego aparece otro de los lugares que frecuenta, ese bar-prostíbulo que regentea el Gordo Ovalle (interpretado por Roly Serrano, único rostro familiar del film).
Un mafioso que utiliza a los menores de edad para provocar delitos. Al mismo tiempo, su personalidad, su figura misteriosa y oscura disfrazada de hombre sabio y amable con aquellos que le caen bien, genera en el protagonista una fascinación y admiración que no encuentra en nadie de su familia.
La tensión su director la construye a través de escenas que no muestran más de lo necesario, y a medida que aumenta, en la música, una banda sonora cuasi escalofriante y cada vez más perturbadora y sucia hasta llegar al momento cumbre, esa resolución inevitable. A nivel técnico, el film goza una cinematografía notable pero especialmente de un muy buen uso del sonido, ambos recursos funcionan muy bien para la construcción de climas.
Actoralmente, tanto los más jóvenes como el experimentado Serrano entregan buenas performances, los jóvenes un poco más desde la naturalidad mientras que Serrano es bastante más preciso a la hora de interpretarlo al Gordo Ovalle. En cuanto al guión, el film está narrado en un principio de un modo más bien lento, preocupado más en retratar el mundo que rodea a su protagonista.
Esto hace que al final la resolución se la sienta apresurada y algo forzada, más allá de lo inevitable que parece, lo necesario que es para que el protagonista sufra la transformación que lo hará un adulto. Al mismo tiempo, en su afán de no sobreexplicar, algunos detalles quedan un poco confusos. Interesante y atrapante aunque no del todo lograda en su narración, Lo que no se perdona ofrece una propuesta valiente que no resulta ajena, y lo hace con un nivel técnico notable más allá de su escaso presupuesto.