Este film de Cristian Barrozo nos pone frente a una dura realidad. En un pueblo norteño, aunque podría ser cualquiera de nuestro país, varios jóvenes coquetean con el delito y lo prohibido. Poniéndose en juego sentimientos de amistad, de desamparo y de traiciones.
Es una historia pequeña, pero que nos golpea, contada en un tono semidocumental, actuada por un grupo de actores jóvenes entre los que sobresale Álvaro Massafra como Leandro, protagonista del relato. Este joven de clase media, retraído y poco comunicativo, es muy amigo de Chachota (Luciano Ochoa) y juntos se involucran en delitos menores, fascinados por la personalidad del Gordo Gustavo, un delincuente a quien la policía tiene en la mira, nacido de la piel del actor Roly Serrano, en una muy buena interpretación.
La historia va transcurriendo con un ritmo lento, que permite el desarrollo de los diferentes personajes. La cámara los sigue en su deambular por diversos lugares en un ejercicio de introspección que muestra y a la vez oculta facetas de sus personalidades. Para estos jóvenes los padres no son importantes, no amparan ni protegen, dejan a la deriva, más por incapacidad que por falta de amor, y por eso son seducidos por otros mayores que no siempre los guiarán por el buen camino.
Filmada en Salta, con guión del mismo Barrozo y de Malem Azzam, nos enfrenta a una sociedad en decadencia. Si bien técnicamente está muy bien realizada, el relato no convence tanto, ya que quedan varios cabos sueltos, que entorpecen la comprensión del film.