Dentro de los films preparados para las vacaciones de invierno o de verano, las propagandas apenas encubiertas de atracciones y lugares ocupan un lugar de privilegio. Ocurre en todo el mundo, incluyendo la Argentina. La saga de Los Bañeros, por ejemplo, nunca deja de ser una publicidad de las playas de Mar del Plata. Yendo más atrás, Sucedió en el Fantástico Circo Tihany hizo lo propio, y se podrían nombrar más ejemplos. Una fórmula que consta de comediantes, algunas bellas mujeres, personajes de la farándula del momento, algunos chistes y momentos de ternura. Locos Sueltos en el Zoo cumple a rajatabla con esa premisa.
El Zoológico de Buenos Aires esconde un curioso secreto: los animales pueden hablar. Sólo saben de esto Alfredo (Emilio Disi), el dueño, y Gregorio (Alberto Fernández de Rosa), veterano cuidador, quien al principio de la historia se jubila. Pero pronto también lo averiguarán Benjamín (Nazareno Mottola), cuidador de las distintas especies, y los hermanos Bielsa (Pachu Peña y Álvaro Navia), dos detectives al servicio de Alejandro (Matías Alé), un empresario inescrupuloso que pretende apoderarse de Pipo, el gorila, para venderlo a Las Vegas. Los responsables del zoológico deberán proteger a las atracciones del parque (es verdad que le prestaron atención a ciertos detalles, como que las llamas hablen con acento del norte argentino).
A la manera de un dibujo animado, los gags están basados en golpes y caídas y en los enredos de los Bielsa por atrapar a Pipo. Recursos simples pero anacrónicos, estancados hace por lo menos dos décadas, sumados a detalles de la era de los celulares y las selfies (abundan los chistes con esta costumbre fotogénica).
Pero el atractivo principal residía en los habitantes del zoo. Monos, llamas, rinocerontes, jirafas, leones, cabras, mandriles, casi todos pueden expresarse oralmente. Se usa una tecnología digital primitiva para hacerlos mover la boca, a la manera de Babe, el Chanchito Valiente y Dr. Dolittle versión Eddie Murphy; en otros momentos, los realizadores sólo colocan el diálogo mientras mueven las fauces de verdad, como cuando mastican. Y lo que dicen tampoco aporta demasiado, ya que se limitan a hacer observaciones de los cuidadores y algunos comentarios graciosos para sacarle risas a los espectadores más pequeños. Un caso aparte es el de Pipo, interpretado por un actor disfrazado, pero no por eso más gracioso.
Como sucedía en las recientes películas de Los Bañeros, todo es una desganada acumulación de gags dentro de algo similar a un guión, y una apuesta constante a que la sola presencia de figuras televisivas funcione como atractivo principal. Por supuesto, el zoológico de la ciudad es mostrado -y vendido- en detalle mientras los personajes van de un lado al otro. Locos Sueltos en el Zoo es un disfrute seguro para el público infantil (muy infantil: de 6 años para abajo). Aunque no pretende ser más que un divertimento familiar, también podría salir de un esquema ya añejo y adaptarse al siglo XXI, donde todo va cada vez más rápido y ayer ya es pasado.