El ocaso del antihéroe.
Pareciera que Hollywood por fin está tomando nota de los dardos que viene recibiendo últimamente -en especial desde dentro de la propia industria- por su decisión de centrar gran parte de sus blockbusters en productos inspirados en cómics, todo un andamiaje basado en un patrón serial símil televisión que fue atacado sin piedad y a pura inteligencia por la excelente Birdman (2014), de Alejandro González Iñárritu. La mediocridad del fetiche de encadenar opus indistintos e intercambiables, gracias a la apatía de un público y una crítica cada día más embotados por el consumismo bobalicón, por suerte va dejando paso paulatinamente a una oferta un poco más variada y a obras como Logan (2017), un trabajo que sin ser una joya absoluta del séptimo arte por lo menos apunta a un segmento adulto que había sido condenado al olvido por los bodrios inofensivos de los últimos años.
Desde ya que no es precisamente una casualidad que se haya elegido a un personaje como Wolverine para apostar a hacer “otra cosa” y en parte faltarle el respeto a la colección de artilugios del cine contemporáneo de superhéroes, léase el cancherismo, el humor tonto, los CGI, la grandilocuencia hueca y todos esos protagonistas en eterna adolescencia. Ya en las propuestas anteriores se había explorado al dedillo el trágico pasado del señor, sin embargo en Logan el asunto se profundiza con vistas a diferenciar esta especie de marcha fúnebre pero apoteósica de lo exhibido en X-Men Orígenes: Wolverine (X-Men Origins: Wolverine, 2009) y Wolverine: Inmortal (The Wolverine, 2013). Aquí repite el director de esta última, James Mangold, quien además pasa a firmar el guión junto a Scott Frank y Michael Green, los tres artífices primordiales de que el tono del relato esté volcado al western y el film noir.
Indudablemente seguimos hablando -en esencia- de una película de acción aunque con un nivel de gore bastante más elevado que el habitual (de hecho, los productores le dieron el visto bueno a la clasificación R desde el inicio) y con citas explícitas a El Desconocido (Shane, 1953) y referencias conceptuales a los opus de Michael Winner de la década del 70 (aquí tenemos la premisa de base del antihéroe retirado que es obligado a volver al ruedo por unas pobres víctimas de los agentes del darwinismo, la plutocracia y el militarismo nauseabundo de siempre). La trama nos ofrece un viaje de lo más accidentado a través de Estados Unidos por parte de Logan/ Wolverine (Hugh Jackman), Charles Xavier/ Profesor X (Patrick Stewart) y Laura Kinney (Dafne Keen), una niña con “destrezas” similares a las del protagonista, en pos de dar con un refugio para los mutantes que han sobrevivido a la razzia de turno en manos de un estado asociado a una empresa multinacional armamentista.
A pesar de que la realización carece de un villano a la altura de las circunstancias porque ninguno de los dos elegidos consigue brillar (uno es un carilindo verborrágico que no se aparta del canon de este tipo de films y el otro es el típico “genio criminal” que escuda su sadismo bajo un discurso hipócrita acerca de sus buenas intenciones), no podemos más que agradecer la idea de centrar la historia en el ocaso de un Wolverine que perdió la capacidad de sanar debido a un envenenamiento progresivo causado por el adamantium que lleva dentro suyo. Como señalábamos anteriormente, las secuencias de acción evitan las luchas gigantescas de los mamarrachos recientes de Marvel y DC para jugarse en cambio por enfrentamientos más terrenales -y gloriosos en serio- sustentados en la ferocidad de las heridas sangrantes, las amputaciones, los desgarros y un sinfín de cadáveres tendidos en el suelo. Logan esconde un vendaval tan pesimista como austero que vale la pena descubrir…