Clases de luchas
Expatriada en Estados Unidos, Julie Delpy como directora está sin embargo muy atada a su Francia natal. Con Lolo, el hijo de mi novia (su quinto largometraje), firma una vez más una “comédie de moeurs”, estilo muy tradicional en el cine francés, es decir una comedia que se enfoca y se ríe de las costumbres sociales de un sector particular (muchas veces la burguesía). Sirviéndose del escenario de la capital francesa para desarrollar una visión satírica y bastante fina del microcosmos parisino, la película se desvanece cuando toma un giro dramático-psicológico.
La parisina Violette se aburre. De vacaciones en la costa atlántica francesa, conoce a Jean-René, un amante excepcional. El romance no termina por algunas horas de tren y Jean-René viene instalarse en París. Ahí, lo esperan dos combates: la confrontación con un mundo individualista y cruel, lejos de una provincia pintada casi como idílica; y el rechazo del hijo de Violette, que todavía está nadando en pleno Edipo.
Hay una suerte de nostalgia de parte de Delpy, que se hace sentir en sus personajes, muy anclados en los usos y costumbres franceses (a veces cerca del cliché), en la atmósfera de los pueblitos, y por contraste, de este París pintado entre dependencia y rechazo.
Claramente, para la directora, se juega algo de su condición social. Desde Dos días en París, lo retrata con cierta astucia y acidez, a través de un humor siempre satírico, donde se ríe con gusto de ella misma. Este tono se encuentra con genialidad en la secuencia del evento en el Subte parisino, organizado por Violette, donde el desprecio clasista parisino se presente en toda su amplitud.
Hijo de Violette pero también de ese microcosmos, Lolo se volvió perverso e incapaz de aceptar que su mamá tenga otros deseos fuera de él, pero también afuera de ese mundo moribundo y endogámico, parece decir la película. La idea de que la sociedad construye el hombre es por supuesto valiente, pero la puesta en escena y la transición total hacia un drama con pretensiones más psicológicas que sociales hace que la película pierda su encanto. Toda la tensión narrativa se enfoca de golpe sobre la patología de la relación madre/hijo, de repente destacada de humor.
Pero por este humor agridulce vale una vez más ir a visitar a Delpy y su neurosis alleniana.