Ciencia ficción y una buena historia
Cuando el joven Joe comenta que está estudiando francés porque piensa que algún día se mudará a Francia, un hombre bastante mayor le advierte: "Yo vengo del futuro: deberías ir a China".
Sí, con humor, pero otra vez viajes en el tiempo. Y otra vez telekinesis, armas superestilizadas, artefactos futuristas, asesinos a sueldo, chicos en peligro, violencia; otra vez el intento de salvar el futuro modificando el pasado. Elementos, en fin, que de tan frecuentados parecen prometer más de lo mismo: rutina, una intriga de acción y muchas excusas para lucimiento de los efectos especiales. Sin embargo, en manos de un hábil director como Rian Johnson esa alarma se desvanece pronto: todo suena nuevo, remozado, vibrante, y la intrincada historia se presenta como una obra de ciencia ficción bastante más ambiciosa que un mero ejercicio y al mismo tiempo como un drama provocativo tanto por la compleja aventura que cuenta y por sus planteos filosóficos como en su estilizada construcción narrativa.
Los viajes en el tiempo son ilegales en 2044, tiempo de la acción, pero como tantas otras cosas ilegales se practican, rinden buen dinero y los explota la mafia, la que envía las víctimas de sus crímenes desde el futuro 2074 -cuando es imposible hacer desaparecer los cuerpos- para que los responsables de estos asesinados, los llamados loopers, se encarguen de la tarea a cambio de generosos pagos en bloques de plata. Joe (un Joseph Gordon-Levitt convenientemente transformado para pasar por un joven Bruce Willis), guarda unos cuantos en el sótano de su departamento hasta que un capomafia del futuro decide que es hora de que el hombre complete su propio círculo (ellos tienen un tiempo limitado de vida) y le manda desde el futuro a la versión de sí mismo (Willis), que se ha convertido en un tipo peligroso para la organización. Es el complejo e insólito enfrentamiento se dirimen varios asuntos entre los que se mezclan una vieja muerte, una madre que practica la telekinesis, un chico que deberá ser eliminado si quiere impedirse que sea el demonio de mañana y otras complicaciones que no conviene revelar para no malograr el suspenso de la acción, que avanza sin desmayos conducida por un Rian Johnson al que alguna vez se le cuestionaron sus excesos de estilización y ahora muestra un admirable control de la narración.
La intrincada cacería coloca a los dos hombres (el mismo en realidad, pero en tiempos distintos) lidiando con cuestiones de identidad, destino y motivaciones contradictorias. Sin cargar tintas ni subrayar contrastes, Johnson ha sabido dar forma a un creíble mundo del futuro dividido entre quienes carecen de todo y los que apenas pueden sobrevivir. Su film -aun con sus ecos de Terminator , El origen u otros films que han dejado un nítido recuerdo- atrapa con su originalidad, su sólida estructura y el creciente progreso de su historia.
Tiene, cabe señalarlo, el apoyo de la fotografía de Steve Yedlin y del estupendo desempeño de los actores, tanto los dos protagónicos como los que le brindan apoyo, entre ellos Emily Blunt, Jeff Daniels y el pequeño Pierce Gagnon, a veces tierno y a veces temible.