Alemania año cero. O aun antes: Lore comienza en los últimos días del Tercer Reich, cuando el régimen nazi se derrumba y Alemania ya se está convirtiendo en un territorio ocupado y en ruinas. Para los que antes ejercían el poder y han sobrevivido a la guerra, como los protagonistas del film, es la hora de huir, la hora de borrar huellas, quemar fotos, libros y documentos comprometedores; empacar lo más valioso, salvar el pellejo antes de que las tropas aliadas lleguen a la granja bávara donde residen. En eso están, dominando el pánico, los padres, un alto oficial de la SS y una ferviente admiradora de Hitler. ¿Qué será de los cinco hijos? A Lore, que tiene 14 años y es la mayor (el menor es todavía un bebe en pañales) le tocará hacerse cargo de ellos y conducirlos a la casa de la abuela, unos 800 km al Norte, cerca de Hamburgo, para lo cual, antes de abandonarlos, le dejan el dinero necesario para los pasajes de tren y algunas joyas que la madre ha guardado en una valija.
La experiencia será, por supuesto, durísima. En contraste con una naturaleza exuberante a la que la directora Cate Shortland concede atención primordial, el panorama será desolador. Lore y sus hermanos (una preadolescente de firme carácter y un par de mellizos de 8 o 9 años, además del bebe) tendrán que buscar refugio en granjas abandonadas, rogar por comida, tropezar con los escombros de la guerra, incluidos cadáveres ensangrentados. Nada más lejos del bienestar en que han vivido desde su nacimiento, nada que coincida con la imagen del arrogante país de elegidos en el que creían sus padres y cuyas ideas fueron determinantes en su educación.
Fuera de casa también habrá huellas del horror de los campos de concentración (al que quizá podría haber contribuido su padre, pensará después) como esas fotos de judíos cadavéricos que Lore ve en fragmentos de diarios en una plaza y que alguien, hitlerista incondicional, le asegura sólo son actores pagados por la propaganda aliada.
Allí afuera, las situaciones extremas se suceden. En una granja desierta una mujer le ofrece un cántaro de agua para beber a cambio de la alianza de oro de su madre. Ella misma se atreve a despojar del reloj pulsera al cuerpo de un suicida.
Pero allá afuera también se expone a otras vivencias -incluida una accidental y trágica- que marcarán su crecimiento: el despertar de su sexualidad, sobre todo, que deriva de un hecho central en el relato. Cuando una brusca patrulla de soldados aliados detiene al grupo de pequeños peregrinos y les reclama documentos, un joven desconocido sale en su ayuda y se hace pasar por el hermano mayor, identificándose como judío. Como tal, más allá de la gratitud que pueda inspirar el gesto, despertará en Lore tanto recelo como incómoda atracción, una extraña confusión de sentimientos.
Habrá quien juzgue que Shortland aspira a abarcar demasiados temas, pero no hay duda de la inteligencia con que se mueve en terrenos tan pantanosos y la sutileza que muestra para encontrar siempre el camino de la sugerencia antes que la franca exposición de una historia tan desgarradora. Y esa exquisitez se hace también visible tanto en el tratamiento visual como en la conducción de los actores, pues difícilmente alcanzaría resultados tan vigorosos sin la sorprendente potencia expresiva de la casi debutante alemana Saskia Rosendahl, irreemplazable Lore, y sin la solidez de todo el resto del elenco.