Desde un primer momento sabíamos que la increíble historia de supervivencia de los 33 mineros chilenos que en el año 2010 quedaron atrapados durante 69 días en la mina San José (un yacimiento ubicado en Copiapó, en el Desierto de Atacama), iba a transformarse en una película. Lamentablemente, en una que desperdicia la riqueza de un hecho que fue seguido, en vivo y en directo, en todo el mundo y cuyo rescate, a través de la cápsula Fénix 1, fue record de audiencia.
Dirigida por la poco conocida realizadora mexicana Patricia Riggen (“La Misma Luna”, “Girl in Progress”), “Los 33” -rodada en gran parte en Colombia- está basada en el libro “Deep Down Dark: La Historia no Contada de los 33 Hombres Enterrados en una Mina Chilena y el Milagro que los Liberó”, escrito por el periodista Héctor Tobar, quien acordó un contrato colectivo para que éste escribiera su historia oficial y que ninguno de los 33 pudiera lucrar de manera individual de las experiencias de los demás.
Abarcar todo este relato en una producción cinematográfica no debe haber sido fácil; por eso está compactado, demasiado, con una ficcionalización poco dramática que, si bien tiene sus momentos bien logrados, sobre todo en lo visual y emotivo, es un tanto extraña porque hay cosas que no encajan. Ni siquiera se logra transmitir la sensación de claustrofobia.
Sabemos que Hollywood es así y que con la intención de vender el film a otros mercados, el idioma principal en esta historia puramente de la región sudamericana es el inglés. Hay actores de todas las nacionalidades latinas (de España, Chile, México, Brasil y Cuba), pero que hablan en inglés, y cada tanto tiran una línea en castellano. Punto en contra. También hay anglosajones.
Es imposible negar que la película reconstruye muy bien el derrumbe de la mina de oro y cobre que no estaba en condiciones para el trabajo seguro de estos hombres pertenecientes a la clase obrera y que en su encierro estuvieron liderados por Mario Sepúlveda, encarnado por un Antonio Banderas que se excede bastante, por no decir sobreactúa, en la composición de este personaje demasiado optimista y que no genera ningún tipo de conflicto ni con sus compañeros, ni con su jefe, Luis “Don Lucho” Urzúa (Lou Diamond Phillips).
La trama se divide entre el drama vivido a 700 metros bajo tierra como así también en el de sus esposas, madres y hermanas, quienes se instalaron en las afueras del lugar que fue bautizado “Campamento Esperanza”. Estos personajes están interpretados por Juliette Binoche (totalmente desaprovechada. Su trabajo se resume al grito de “Empanadas!”); Kate del Castillo; Adriana Barraza y Cote de Pablo. La chilena conocida por su trabajo en la serie nortemericana “N.C.I.S.” (¿se acuerdan de Ziva David?) se anima a cantar “Gracias a la Vida” de Violeta Parra).
Las escenas del proceso de rescate dejan como únicos héroes al Ministro de Minería Laurence Golborne (Rodrigo Santoro) y al presidente Sebastián Piñera (Bob Gunton), quienes en vez de estar tratando de rescatar a esta gente (porque gracias a ellos es que salieron) y utilizarlo como propaganda política, deberían haber evitado la tragedia garantizando los derechos de los trabajadores explotados. El Estado nunca tuvo la culpa. Sólo los dueños de la mina, los privados, que ni siquiera fueron demandados por los mineros.
En esta producción que se acerca más a un telefilme o a una telenovela, ninguno actúa de maravilla, sólo el irlandés Gabriel Byrne como el Ingeniero André Sougarret, responsable de la parte técnica de la perforación con taladros. Otros, se prestan más para el ridículo. A ésto, hay que añadir la penosa aparición del presentador televisivo Mario Luis Kreutzberger Blumenfeld, más conocido como “Don Francisco”, a quien se utilizó como “gancho” para acercar -más bien- al público chileno que creo no se sentirá identificado con esta narración de los hechos.