La energía como arma
Durante la última década se hizo más que evidente que al Hollywood actual se le acabaron los productos de otros tiempos a los que echar mano, principalmente porque ya recurrió a todos los hitos históricos del séptimo arte y la televisión, y por ello el mainstream decidió encarar refritos de refritos, una retahíla sinfín de reboots que vuelven a empaquetar lo que ya había sido envuelto en papel para regalo y vendido con un moño fluorescente y una tarjetita que versaba “primera adaptación cinematográfica” o “primer producto del rubro a gran escala” u “obra aggiornada a los tiempos que corren pero sin renunciar a la nostalgia/ los homenajes más o menos explícitos”. En esta época en la que vivimos, caracterizada por traslaciones que en términos prácticos eliminan el aura de los originales, no es de extrañar que nos topemos con un film fallido como Los Ángeles de Charlie (Charlie's Angels, 2019).
A favor de la responsable excluyente de esta secuela/ reinicio de la franquicia, Elizabeth Banks, la realizadora, guionista, productora y hasta coprotagonista de la faena, se puede decir que el opus que nos ocupa es visiblemente mejor que aquellos dos mamarrachos que supo dirigir McG/ Joseph McGinty Nichol en 2000 y 2003, sin duda los peores trabajos de un cineasta con algunos títulos interesantes en su haber: mientras que McG operaba a un nivel caricaturesco que se condecía con la interpretación hollywoodense de la generación del videoclip y la publicidad inflada, lo de Banks es bastante más recatado tanto en materia de las escenas de acción como en los chistecitos huecos reglamentarios, algo que asimismo apunta a bajar las revoluciones en cuanto al sexismo de la serie televisiva de Ivan Goff y Ben Roberts, esa que duró cinco largas temporadas emitidas por la ABC entre 1976 y 1981.
El film tiene algo del “empoderamiento femenino” marca registrada de los medios y las redes sociales más simplistas aunque su enfoque no es para nada fundamentalista porque no se basa en simples exageraciones o clichés acerca de una supuesta masculinidad promedio perversa, en todo caso los varones aparecen en el relato como distintas facetas de un género tan diverso como el de las mujeres. Como siempre sucede en estos casos, la historia es mínima y sirve para reunir un puñado de secuencias de acción y jugarse el todo por el todo a la eventual química del elenco elegido: por suerte se hace evidente que las tres chicas nuevas se llevan bien, Kristen Stewart, Ella Balinska y Naomi Scott, a su vez reemplazos de Drew Barrymore, Lucy Liu y Cameron Díaz y de las originales Kate Jackson, Farrah Fawcett y Jaclyn Smith; un trío de señoritas que en esta ocasión deben evitar que Calisto, un dispositivo de conservación de energía que puede provocar ataques fatales si se lo quiere utilizar como arma, caiga en manos de mercenarios. El paraguas conceptual que enmarca el accionar de las mujeres continúa siendo una agencia de investigación comandada por el misterioso Charlie (hoy Robert Clotworthy, antes John Forsythe) y su mano derecha John Bosley (Patrick Stewart), quien se retira al comienzo de la trama y así pronto el mando pasa primero a Edgar Bosley (Djimon Hounsou) y después a Rebekah Bosley (la propia Banks).
Como afirmábamos anteriormente, la película supera por mucho al sustrato burdo y pueril de las dos propuestas previas para la pantalla grande aunque no consigue redondear un producto valioso en serio, de esos que a pesar de estar destinados al consumo pasatista por lo menos ofrecen una experiencia enriquecida y con un mínimo desarrollo de personajes. En sí el film de Banks no pretende ser la montaña rusa descerebrada de McG ni una comedia grasienta símil alguna de esas en las que participó como actriz, contentándose con ubicarse en un enclave intermedio entre un proyecto con los pies sobre la tierra (las citas e hipérboles están casi desaparecidas en los combates y persecuciones) y la típica pose cool del mainstream con hambre masiva (desde el vamos que se haya elegido a tres actrices con un look más “común y corriente” constituye una decisión que apunta a bajar el perfil ostentoso, una movida que se compensa -esto sigue siendo Hollywood, de todas formas- con el viejo ardid de la serie original vinculado a la constante necesidad de recurrir a la máscara estética y/ o el artificio hermoso para resolver los problemas o cumplimentar la misión en cuestión). El humor tontuelo deja bastante que desear pero las tres secuencias principales de brío/ suspenso -la del intento de asesinato, la infiltración y todo el episodio en Estambul- no pasan vergüenza dentro de un convite tan sencillo como intrascendente...