Mimetismo y moralidad
Parece que Robert Zemeckis continúa obsesionado con la idea de maquillar a los muertos a partir de su millonaria tecnología para capturar los movimientos de los intérpretes y construir a posteriori animaciones en extremo realistas. Nuevamente nos topamos con un producto ostentoso, ambivalente desde el punto de vista afectivo, demasiado mecanicista y hasta por momentos hueco en su mimetismo inescrupuloso, cercano a los video juegos en primera persona. Bajo la excusa de ampliar los horizontes cinematográficos el director reincide por tercera vez consecutiva en el 3D de maniquíes tiesos a la Final Fantasy (Final Fantasy: The Spirits Within, 2001). Aunque se percibe en pantalla el enorme presupuesto invertido, en términos formales Los fantasmas de Scrooge (A Christmas Carol, 2009) no pasa de ser un esbozo inerte de lo que en un futuro próximo será una verdadera revelación...
Ahora bien, si consideramos los dos eslabones anteriores debemos reconocer que la mejoría resulta innegable en lo que respecta a la estilización general y el concepto por detrás del film. Para el caso sólo hace falta recordar que esta suerte de trilogía comenzó con una “obra para nadie” como El Expreso Polar (The Polar Express, 2004), prosiguió con una “epopeya para adultos” como Beowulf, la leyenda (Beowulf, 2007) y hoy desemboca en una nueva adaptación de Un cuento de navidad de Charles Dickens, dirigida principalmente al público infantil y/o adolescente. La propuesta gana en riqueza y vitalidad gracias al inagotable desparpajo de su protagonista absoluto, nada más ni nada menos que Jim Carrey. El actor ofrece otra de sus maratones compositivas y bien podemos afirmar que él solo lleva adelante la película a través de su imaginación histriónica y gestualidad desproporcionada.
La trama es la misma de siempre: Ebenezer Scrooge es un prestamista mezquino que odia a todos por igual. Empleado, sobrino y distintas almas caritativas que se cruzan en su camino sufren el maltrato propio de alguien que no disfruta del contacto social; mucho menos durante las vísperas de las festividades de fin de año. Una noche su rígido semblante se trastoca con la aparición de su socio fallecido, quien le anuncia la visita de tres fantasmas correspondientes a las navidades pasadas, presente y futuras. Cada uno de ellos le brindará visiones sombrías de una verdad que ha preferido olvidar -o dejar de lado- en función de su egoísmo. Carrey le pone el cuerpo y la voz tanto a Scrooge como a los espíritus, un conjunto de agentes moralizadores que ponen de manifiesto cómo la ignorancia y la necesidad de los hombres conducen al individualismo y destruyen la solidaridad y el amor.
En papeles secundarios encontramos a profesionales del calibre de Bob Hoskins, Gary Oldman, Robin Wright Penn, etc. Desaprovechados y con pocas líneas de diálogo, apenas si constituyen una base de apoyo para el canadiense dentro de un guión respetuoso para con el original aunque algo insulso. Por suerte en esta ocasión Zemeckis bajó el nivel de la pirotecnia visual, incrementó la paleta de colores y acortó el metraje final. El esquematismo en el diseño de los personajes, en especial en lo referido a rostros y movimientos, vuelve a ser el mayor inconveniente dentro de un patrón de representación barroco que deambula perdido entre la reproducción automática de lo real y la creación animada. Los fantasmas de Scrooge supera los últimos traspiés de la Disney pero queda muy detrás de proyectos tecnológicamente similares como Avatar (2009), el esperado regreso de James Cameron...