Navidad, Navidad, una más de Zemeckis y Disney...
Esta es una bella adaptación del cuento de Charles Dickens, que siempre tiene presente dicho factor. De hecho, el libro como apertura es un gran acierto, ya que los que no tienen idea de la procedencia del guión pueden incluso apuntar a Robert Zemeckis, adaptador y director de esta peli navideña tan empalagosamente impregnada de Disney, como un escritor simplón.
Es que la historia, por muy bien adaptada a la pantalla que esté, es tan simple, tan predecible, y tan poco atractiva, que probablemente ni los niños la gocen a causa de esas frases tan coloquiales salidas de la boca del todo terreno Jim Carrey, que nuevamente se lleva la película por delante con sus multifaceticas interpretaciones que tanta vida le dan al viejo estereotipo del señor Scrooge.
Quizás no haya forma de revertir la situación y haya que aceptar a este filme, de tan solo una hora y media de duración, como uno más de Navidad que se puede disfrutar en la tele en estas épocas. Sin pretensiones mayores que la tiren más abajo todavía.
Y es que el imperio 3D, tan en jaque por cuestiones socio-económicas obvias, no ayuda a mantener en pie a la trama, que roza el bodrio y distrae más por su propuesta visual tan excelente que por lo demás. Eso es lo peor que le puede suceder a Zemeckis, tan conocido por sus anteriores booms tridimensionales náufragos (The Polar Express, 2004; Beowulf, 2007), que mueren en la orilla cuando el espectador se saca los anteojos.
Rescato la escena en que Scrooge cae del cielo, o los paneos largos de la ciudad nevada, tan realistas y tan embelezadores. La línea argumental es básica a morir, pero cumple con el cometido moralista, aún cuando más allá de eso tengamos que esperar a que el viejo cascarrabias haga su catársis y respectiva transformación. Por suerte hay pocos villancicos, tan prescindibles como esta película.