Punto de ebullición.
Antes de adentrarnos a conciencia en este pequeño gran regreso del M. Night Shyamalan que todos extrañábamos, ese que parecía haber desaparecido por completo una década atrás, conviene obviar la cacofonía y el cotilleo que suele despertar cada nuevo trabajo del señor, como si el director se tuviese que amoldar sí o sí a los prejuicios de espectadores extremadamente conformistas y muy poco imaginativos. Por supuesto que Los Huéspedes (The Visit, 2015) funciona como otro cuento de hadas que pretende regalarnos un mensaje vinculado con la reconciliación familiar de índole humanista, pero en esta ocasión el hindú deja que la fe se arrastre solita hacia el cesto de basura para optar en cambio por un engranaje narrativo hasta ahora inexplorado en el período mainstream de su carrera, el que abrió la recordada Sexto Sentido (The Sixth Sense, 1999): hablamos del humor y sus frutos.
Una vez más la premisa central es de lo más sencilla y puede resumirse en la posibilidad de un par de hermanos, Becca (Olivia DeJonge) de 15 años y Tyler (Ed Oxenbould) de 13, de conocer a sus abuelos, con quienes su madre Loretta (Kathryn Hahn) rompió toda relación luego de un incidente del que no quiere decir nada. La semana de descubrimiento recíproco rápidamente muta en una experiencia bizarra cuando los ancianos sacan a relucir sus “peculiaridades”: mientras que el nono gusta de pegarle a extraños y tiene un problema de incontinencia que lo lleva a acumular pañales usados en el granero, la abuelita camina por las noches muy alienada vomitando el piso y hasta tiene el berretín de arañar desnuda las puertas y paredes del hogar. Aquí la proeza de Shyamalan es doble porque no sólo ofrece una obra graciosa y terrorífica, sino que además rejuvenece el formato del “found footage”.
De hecho, esos dos ingredientes que a priori pueden resultar contraproducentes, léase los chispazos de comedia y la estructura de los mockumentaries, terminan siendo los pivotes principales de una propuesta que evita esa suerte de apertura estilística fallida condensada en las prolijas aunque olvidables El Fin de los Tiempos (The Happening, 2008), El Último Maestro del Aire (The Last Airbender, 2010) y Después de la Tierra (After Earth, 2013). Utilizando como excusa la pretensión de Becca de filmar un documental para entender los conflictos del pasado y construir una solución acorde, Shyamalan nuevamente entrega un planteo formal inteligente que -desde el minimalismo de la puesta en escena- vuelve a confiar en el desempeño de los actores, con los maravillosos DeJonge y Oxenbould a la cabeza (Deanna Dunagan y Peter McRobbie, como los abuelos, también rompen el molde).
Ahora bien, tampoco podemos afirmar que estamos ante un regreso a los tópicos candentes de la etapa comprendida por El Protegido (Unbreakable, 2000), Señales (Signs, 2002), La Aldea (The Village, 2004) y La Dama en el Agua (Lady in the Water, 2006), ya que el cineasta parece haberse “distendido” con los años y la desfachatez de Los Huéspedes deja entrever que ha refinado esa fórmula apuntalada en un desarrollo naturalista del suspenso y un giro en el final. El verdadero retorno que trae aparejado el convite es el que involucra aquella creatividad por momentos lúgubre y mordaz, hoy canalizada en una epopeya de bajo presupuesto que celebra su independencia con protagonistas perspicaces (que conocen sus fortalezas y limitaciones, a diferencia del promedio hollywoodense) y una frescura que sorprende casi siempre (la contundencia del relato se aleja del esquema cerebral de antaño).
Sinceramente nadie podría haber predicho que el opus más vital del realizador iba a ser también el más enajenado de su carrera, considerando la relativa displicencia que aquí demuestra hacia el apartado visual, otrora una de sus obsesiones primordiales, y el énfasis que le dedica a la ebullición de situaciones grotescas que desfilan a lo largo del metraje, todas de una mundanidad indiscutible que contradice el fetiche para con lo sobrenatural de otros tiempos. Hasta cierto punto Los Huéspedes es tanto una película de quiebre como un intento exitoso en pos de retomar -y a la vez relajar- cada uno de los ítems que componen un régimen idiosincrásico, ese mismo que Shyamalan había dejado de lado últimamente con vistas a obtener una legitimidad que nunca llegó en el campo de los blockbusters más impersonales. Para la antología quedan el desenlace trash del film y un epílogo luminoso…