Peligro de sobrecarga
Y al final Sly recuperó su dignidad, levantó unos lindos billetes en el camino y volvió como debería haber vuelto desde un principio. La tercera es la vencida sencillamente porque Los Indestructibles (The Expendables, 2010) no tiene nada que ver con las últimas dos entradas en franquicias que ya estaban muertas desde hace muchísimo tiempo: mientras que Rocky Balboa (2006) fue un pretendido "cierre" al que le faltaban ideas y desarrollo, Rambo: regreso al infierno (Rambo, 2008) por su parte funcionaba como una desastrosa remake de todo lo realizado hasta la fecha, más el plus de una inexplicable tendencia shockeante que incluía violencia y vejaciones infantiles. Por suerte no tenemos que lamentar una nueva e innecesaria bastardización de lo que en un primer momento fue algo en verdad valioso, Rocky (1976) y Rambo (First Blood, 1982) no se lo merecen porque en su época fueron obras interesantes que plantearon preocupaciones históricas de la derecha estadounidense.
¿Pero exactamente qué se puede esperar de este regreso del otrora omnipotente Sylvester Stallone, ese ilustre representante de los extremos más reaganianos de la década del ’80? A diferencia de los tristes balbuceos de los ‘90, aquí el señor pone toda la carne al asador y demuestra un mínimo de sentido común al corregir los errores del pasado: si bien no llega a la altura de sus primeros trabajos, sin dudas los más coherentes de su errática carrera, por lo menos evita caer en los bajos fondos de los despropósitos anteriores y hasta en ocasiones alcanza el nivel de la “segunda línea” de sus años dorados, con un tono similar a películas fascistoides aunque simpáticas como Cobra (1986), Halcón (Over the Top, 1987) y Tango & Cash (1989). En esta oportunidad la excusa para la masacre de turno es la “misión” de unos mercenarios motoqueros que involucra rescatar a una mujer, derrocar a un dictador latinoamericano y eliminar a su “dueño”, un ex agente de la CIA dedicado al narcotráfico.
Por supuesto que con semejante trama uno no puede andar exigiendo profundidad narrativa o sentencias altisonantes acerca de política internacional. Más que un manifiesto personal sobre un modus operandi que ha marcado al género de la “acción excesiva” para siempre, Los Indestructibles es la embestida sincera de Stallone contra el Hollywood actual y su aburrida pasteurización de la violencia: sin eufemismos de por medio, literalmente son 103 minutos de “como hoy en la industria son todos unos maricones, este pequeño panfleto retro les demostrará que el público sigue amando la carnicería”. Lejos de la enorme catarata de salvajadas y estupideces de Rambo: regreso al infierno y asistido por un seleccionado de colegas y entusiastas, ahora Sly modera la virulencia estilística, redondea mejor su discurso melancólico y en especial encuentra un escalafón intermedio desde donde lanzar sus dardos contra el establishment que le destrozó el ego rebajándolo a producciones independientes.
Sin embargo la propuesta en sí no es tan auspiciosa como su dimensión ideológica: aunque durante la realización se encendió la luz de “peligro de sobrecarga”, el legendario actor- guionista- director continúa preso de sus clásicos inconvenientes vinculados a la edición, el verosímil y los personajes secundarios. Hasta en los convites más leves éstos son factores que se deben colocar a la par de las escenas estrambóticas: aquí se notan demasiado los CGI baratos, la ausencia de sorpresas y el poco aprovechamiento de un elenco que incluye a Jason Statham, Jet Li, Dolph Lundgren, Mickey Rourke y Eric Roberts (más un hilarante cameo de Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger). A pesar de algunos diálogos forzados y una evidente torpeza en el montaje, estamos ante un film inofensivo, tan limitado como eficaz. Stallone tiene razón en cuanto a la desaparición de la testosterona y el gore en el cine de acción: su voz ajada y alternativa resulta pertinente en el contexto contemporáneo.