¡Dios santo y la Virgen María! La expresión “testicular masterpiece” acuñada por el crítico norteamericano Harry Knowles le queda absolutamente pequeña a Los Indestructibles, tan pequeña como el tamaño natura de Jet Li al lado de esos mastodontes anabólicos. ¿Esperan reflexiones freudianas? ¿Aspiraciones a galardones en la Academia? ¿Diálogos profundos e intensos? ¡Lejos está de esa porquería! Esta película, por suerte, no merece ningún tipo de intelectualización absurda. Es cine de entretenimiento puro y duro, sanseacabó.
Después de generar infinita expectativa en los cinéfilos falocéntricos, no decepciona en lo más mínimo. Resulta encantadora, pero encantadora en el sentido más nostálgico de la expresión. Volvieron los 80s a morir de pie y eso, señores, es una reivindicación absoluta de los intentos absurdos y mancomunados (¡e individuales!) por lograr, cada uno, su propio ostracismo al good life. Este film es, realmente, un cementerio de elefantes. Los grandes, a partir de ahora, pueden dedicarse a morir. O a seguir gastando sus millones, da igual.
Me atrevería a decir que en la historia del cine no hubo ni habrá un dream team semejante para una película de acción. Están todos (o casi): Sylvester Stallone, Jason Statham, Jet Li, Dolph Lundren, Randy Couture, Terry Crews, Steve Austin... hasta Mickey Rourke, Bruce Willis y ¡Arnold Schwarzenegger! Es cierto, en este all-star action film falta Jean-Claude Van Damme, pero Dolph “I must break you” Lundgren (sí, el mismísimo Iván Drago) también tiene la posta. De hecho, la mole de hielo, es uno de los más destacados en este asunto, quien goza de, hasta, un propio sub-plot.
Con un guión que remite absolutamente todo el tiempo a los 80s, okay, no es el mejor, pero tampoco se necesita más, donde un grupo de súper soldados rescatan, disparándole a todo lo que se mueve, a un país latinoamericano de las “garras” de un dictador y de capitalistas norteamericanos, Los Indestructibles es la genialidad Clase A de un emblema en esto del shoot ‘em up: Sylvestre Stallone. Patriarca de la testosterona mundial, el bueno de Sly se despachó con lo que mejor sabe hacer: fajar a todos a troche y moche, en un capricho de tipos con plata que lo único que quieren, thanks God is bloody, es divertirse.
Sostenido en los mejores lugares comunes de los últimos años (los malos son latinos y no escatiman en esto de ser malísimamente malos; el villano máximo es explotador al 100%; hay héroes contratados por alguna agencia de inteligencia para el cumplimiento de objetivos; los buenos no sufren rasguños; la protagonista femenina es hija del dictador majareta; y dale que va...), esta película tiene todo lo que un alfa desea para su fruición. Armas, disparos, cuchillos, tatuajes, mujeres cual objeto sexual, vehículos y chistes machistas por doquier. Una genialidad que no acaricia, en ningún momento, lo ‘grasa’. Goza, muy bien ganada, de una impunidad total a la hora de caer en clichés. A nadie le importan. Por el contrario, se festejan y de a montón.
La única falencia que, quizás, podría mencionársele es la poca resolución de los CG gore (lucen demasiado digitales) durante algunas escenas de peleas. Nada más. Ah, y dicho sea de paso, ya que estamos en la antítesis heterosexual al momento de una crítica a lo incriticable, los afiches parecen hechos con el Paint sin ganas. Sin embargo, dejemos de ser exquisitos: ¡nos importa muy poco cuando hay tanto terrorismo injustificado por disfrutar!
Todo lo que usted vivió hace dos décadas de la mano de los videoclubs, ahora en pantalla grande y en king size. Gracias, Sly por esta obra maestra de violencia. ¡Vivan las old-school kick ass movies!