Secretos en el sótano
El cine contemporáneo está obsesionado con los thrillers, formato narrativo paranoico por antonomasia, y en especial con aquellos de invasión de hogar, rama concreta especializada en espantar al grueso de una población mundial que vive siendo bombardeada con mensajes en torno a la posibilidad de la destrucción del hogar en esta nueva fase del capitalismo, centrada más en la especulación y la reducción fanática de costos que en la producción o el trabajo real de antaño. La idea de la residencia violentada, ya sea de manera simbólica mediante su pérdida por desempleo o pobreza o de modo bien literal por el acecho de parte de otros ciudadanos que ya se convirtieron en nuevos menesterosos y engrosan las filas de la miseria hiper extendida del nuevo milenio, es aprovechada sin cesar por realizadores en todo el globo que en esencia se la pasan reformulando la estructura narrativa de Perros de Paja (Straw Dogs, 1971), obra maestra de Sam Peckinpah, protagonizada por Dustin Hoffman, Susan George y Peter Vaughan, y obra insignia de un formato que llega hasta nuestros días mediante una infinidad de variaciones que lamentablemente ya no sorprenden a nadie y para colmo caen muy por debajo de la faena original desde todo punto de vista, ya sea que consideremos la calidad artística, aquellas legendarias actuaciones protagónicas o el volumen de desenfreno, valentía y gore que supo enarbolar Peckinpah en la década del 70.
Julius Berg es un director y guionista francés que luego de una serie de trabajos televisivos que se extendieron durante la última década decidió encarar su ópera prima cinematográfica adaptando en inglés Una Noche de Luna Llena (Une Nuit de Pleine Lune, 2011), novela gráfica de Yves H. y Hermann Huppen, lo que dio por resultado otro exponente del thriller de invasión de hogar pero de lo que hoy por hoy ya podemos catalogar como un subgénero con características específicas, ese que puede resumirse en la premisa “ladrones entran en el domicilio de X, en apariencia una presa fácil o en ocasiones al azar, y descubren que hay gato encerrado… de manera un tanto literal”, rubro que abarca propuestas muy interesantes del acervo hollywoodense reciente como por ejemplo No Respires (Don’t Breathe, 2016), de Fede Álvarez, y Villanos (Villains, 2019), de Dan Berk y Robert Olsen. Sin jamás renunciar al formato retórico en cuestión, el film de Berg va volcando de a poco la faena hacia otra comarca emparentada del horror y el suspenso actual, la de la hembra/ mujer/ señorita defendiéndose de unos acosadores loquitos que hacen gala de su ímpetu homicida, pensemos para el caso en propuestas que recuperan elementos del slasher -aunque ahora centrándose en una sola víctima verdadera- como Hush (2016), de Mike Flanagan, Becky (2020), de Jonathan Milott y Cary Murnion, y Alone (2020), correcto opus de John Hyams.
Aquí son tres los asaltantes reglamentarios, el psicópata experimentado Gaz (Jake Curran), el bobazo con ínfulas Nathan (Ian Kenny) y el mamerto insoportable de Terry (Andrew Ellis), equipo que pretende ingresar en la casa rural del Doctor Richard Huggins (Sylvester McCoy) y su esposa Ellen (la querida Rita Tushingham) sirviéndose del dato que les pasó Terry, cuya madre Jean (Stacha Hicks) trabaja como empleada doméstica en el domicilio inglés de los Huggins y sabe que tienen una caja fuerte en el lugar. El guión de Berg, Geoff Cox y Mathieu Gompel, como lamentablemente muchas veces ocurre, abusa bastante de la esperable estupidez de los malhechores cuando primero cae en el robo la novia de Nathan, Mary (Maisie Williams), quien pretende que le devuelva -con vistas a ir a trabajar- el automóvil que están utilizando para vigilar la morada, y segundo cuando ya adentro, porque la pareja de veteranos propietarios salió a comer, se dan cuenta que ni siquiera saben la localización exacta de la caja de seguridad debido a que el imbécil de Terry no le preguntó a su madre. Si bien ese comienzo parece perfilar el asunto hacia la comedia negra, el resto del metraje se toma muy en serio a sí mismo a partir del momento en que encuentran la caja en el sótano pero no pueden abrirla y así deciden esperar a los Huggins y presionarlos para que les digan la combinación. Richard está dispuesto a dejar que le corten un dedo a Ellen para que no se sepa el evidente secreto que guarda la caja fuerte en su interior, el cual por supuesto tiene que ver con unas muchachas desaparecidas en la zona en plan de reemplazar a la hija muerta de la pareja, Kate, lo que asimismo pone en evidencia las “discrepancias” entre los ladrones al punto de que Gaz y Nathan se pelean entre sí sobre el detalle de torturar o no a la anciana y el segundo termina con un cutter clavado en el abdomen y el primero con la cabeza estallada de un mazazo cortesía de Mary, la cual a su vez es objeto de una idealización romántica enfermiza de parte de Terry porque éste solía noviar con su hermana gemela, Jane, una de las desaparecidas en el ignoto pueblo en cuestión, planteo que refuerza la noción cosificante de fondo, por parte de esta colección de enajenados, del amor patológico en tanto reino de la sustitución mundana como si hablásemos de objetos.
En obras de género como la presente, en las que todo está sobre la mesa desde el vamos y las “vueltas de tuerca” se ven venir a kilómetros a la distancia, el quid de la eficacia pasa por la efervescencia de las muertes, el manejo de la tensión y el verosímil más o menos lunático construido alrededor de la heroína y los villanos, todos rubros que en la película que nos ocupa jamás pasan de una medianía algo estéril que sin llegar al nivel del desastre o la vergüenza ajena tampoco logran redondear un producto mínimamente memorable que justifique en serio la visión: los asesinatos está bien desarrollados pero en esencia abarcan la primera mitad del convite, el apuntalamiento del imprescindible nerviosismo tiene unas cuantas lagunas sobre todo por la idiotez pueril del personaje de Ellis y finalmente, en lo que atañe a la química entre la scream queen, Mary, y los chiflados de turno, los Huggins, sinceramente ésta tarda mucho en salir a la luz y apenas si se reduce a un par de secuencias sobre el final, la del té con los vejetes y Terry y la del gas que inunda la casa con el objetivo manifiesto de capturar a los delincuentes sobrevivientes. Berg en cierta medida reemplaza la mordacidad tontuela de los inicios con un humor negro más sutil una vez que los dos machos principales, Gaz y Nathan, le entregan la posta al castrado obediente, el gordinflón Terry, y a la hembra, la cual por supuesto resulta ser más peligrosa que todos los otros juntos pero se hace evidente que no puede con las otras figuras de autoridad dramática convalidadas por la marginación social tácita, los veteranos, uno un carcamal de eternas buenas intenciones y la otra una anciana que padece demencia y sufre fuertes ataques de rabia. Los Intrusos (The Owners, 2020) juega con relativa soltura con las metáforas del médico que se caga en el juramento hipocrático y mata cuando gusta y la viejita desvalida que pide sangre y castigo cuando los niños se portan mal o se meten donde no debieran, dos alegorías que refuerzan la sensación de paranoia, claustrofobia, inseguridad, descreimiento de las instituciones y desconfianza acérrima en el otro de nuestros días, no obstante cierta tibieza y/ o prolijidad general conspiran para que todo el polvorín termine de estallar en serio y podamos disfrutar en todo su esplendor del buen desempeño de Maisie Williams…