Los intrusos

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

NO TE MUERAS EN MI CASA

Los intrusos, el debut cinematográfico de Julius Berg luego de una amplia experiencia en la televisión, se inscribe dentro de esa variante del home invasion que le da una vuelta más al subgénero: ya no son los habitantes del hogar los que sufren el acecho de los invasores, si no los propios invasores los que se convierten en víctimas de los dueños de casa. No es una novedad, claro: Wes Craven filmó en 1991 esa película de culto que es La gente detrás de las paredes, y en 2016 Fede Alvarez confirmó su destreza para el terror con No respires, con la que Los intrusos tiene más de un punto en común. Tenemos a un grupo de jóvenes de clase trabajadora que quieren asaltar una casa donde suponen que hay mucho dinero. Al igual que en los films de Craven y de Alvarez, hay una mirada inevitable sobre la diferencia de clases, pero en esta ocasión el trazo es más grueso, y la problemática nunca llega a integrarse; ni a generar algún tipo de carnadura emocional, ni a justificar las vueltas del guion.

En una zona rural de Inglaterra, Nathan (Ian Kenny) y Terry (Andrew Ellis), amigos desde la infancia, se unen a un matón molesto y desquiciado llamado Gaz (Jake Curran) para asaltar la casa de los Huggins: Richard (Sylvester McCoy), un médico anciano conocido por todos, y su esposa Ellen (Rita Tushingham), cuya salud mental parece haberse deteriorado luego de la muerte de la hija de ambos. La madre de Terry trabaja limpiando la casa, y con el dato de una caja fuerte en el interior, lo único que tienen que hacer es esperar a que el matrimonio salga para poder entrar. Pero antes de que puedan hacerlo, aparece la novia de Nathan, Mary (Maisie Williams), y las cosas empiezan a complicarse. Una vez dentro, cuando descubren que no va a resultar tan fácil abrir la caja fuerte, deciden esperar a los dueños adentro de la casa. Y ahí las cosas se complican definitivamente, tanto para los protagonistas como para el espectador.

El principal problema de Los intrusos son sus personajes, descartables por el lado de las víctimas e improbables por el lado de los victimarios. Si el grupo de ladrones se ubica en un punto intermedio entre lo insoportable y lo descerebrado (salvo Maisie Williams, que aporta un poco de humanidad, el resto es un cúmulo de rasgos arquetípicos, e incluso de arbitrariedad para que la trama avance, como el caso de Terry), los viejitos Huggins componen una dupla de villanos imposibles. En una primera instancia, la presencia del matrimonio ayuda a generar un clima de incomodidad, con su mezcla de fragilidad y misterio, pero pronto se convierten en un crescendo de exageración. Es el viejo truco del monstruo que se esconde tras una apariencia inofensiva, pero que acá deja de funcionar cuando el mal se devela, y ese mal resulta bastante molesto. El choque de fuerzas irritantes escala, y la película ingresa en un terreno peligroso donde se suman las vueltas de tuerca innecesarias, y el desinterés golpea con la fuerza de una maza (una analogía mediocre, pero no gratuita, porque la única secuencia de impacto incluye una maza).

No se puede negar que Berg tiene pulso para la tensión, pero su película se construye desde un lugar rutinario, con un guion caprichoso que fuerza los eventos para que todo cierre. Y al contrario de lo que sucede con No respires, a la que se acerca desde el tema y desde algunos procedimientos, termina por asentarse en una posición mucho más conservadora. En lo formal, con una puesta en escena chata y a veces teatral, pero también en lo ideológico. Y esa exaltación de la clase alta como una fuerza aplastante (que también puede leerse al revés, en plan desesperanzado y sin salida) no sería tan terrible si Los intrusos fuera un ejercicio de género competente, dispuesto a darnos un par de sustos y algunas imágenes vibrantes. Pero claro, no.