El nombre del juego
Los Muppets. Nombre seco. Sin mayores explicaciones. Autoconclusivo. Nombre propio. No hay especulación posible. No están acompañados de la expresión “Vuelven”, “ascienden”, “llegan”, “se van”, y otros varios etcéteras, sino que funcionan como un axioma (no sé si leí o escuché esto, pero lo utilizo: permiso al autor dondequiera que esté). Pero este axioma es raro porque si bien todo axioma no supone demostración de su existencia, el “Axioma Muppet” se dedica durante casi 103 minutos a desmontar paso por paso su propia lógica, lo que convierte a la película en varias cosas:
1. En una película feliz, reflexiva y consciente del lugar desde donde cuenta el mundo, más puntualmente el universo del musical y de la comedia, abrevando en las mejores tradiciones de ambos géneros a lo largo del siglo XX en el cine americano: el musical de los años '30 y '40, pero también el pesimismo otoñal del musical de los '50 con su autoconciencia de final de época. También retoma la tradición de la comedia: desde la comedia física del slapstick hasta la velocidad verbal de las películas de Frank Capra y Howard Hawks, pero también esa comedia que rompe la cuarta pared en cuyo centro podemos poner a Frank Tashlin-Jerry Lewis y a Mel Brooks, al primer Woody Allen y a cierta ingenuidad de algunos personajes de Blake Edwards.
2. En una película nostálgica por el tiempo pasado: no por lo que se fue sino por lo que siempre se puede volver a ser (violando esa máxima castradora y fitzgeraldiana de “no existen los segundos actos en las vidas americanas") haciendo algo parecido a un reboot sobre la historia de Los Muppets, volviéndonos a contar si bien no la misma historia, la historia de un (re)nacimiento. En este punto, el gran desafío de la película no es “conquistar nuevas generaciones”, sino convencer a todo espectador adulto (además de los niños) que las cosas pueden ser un juego y por eso son extremadamente serias, como quería Nietzsche.
3. En una película de una velocidad pasmosa: no por su frenesí, por su aceleración desbocada, sino por su capacidad para llenar cada frase, cada puesta de cámara con múltiples referencias (algo que la entronca en eso que supimos llamar Nueva Comedia Americana: ¿entronca o también es su antecedente? Veremos) o para decirlo de modo más tilingo, por su capacidad de linkear con infinidad de referencias culturales (si bien no es reaccionaria en esa referencialidad hay un amor declarado por la cultura popular del siglo XX antes que por la del siglo XXI). Su velocidad y capacidad de referencias múltiples es comparable a la de, por decir un ejemplo, Los Simpson o South Park.
4. En una de esas películas que logran un mundo perfecto y acerado contra los males de ese otro mundo al que llamamos realidad (y al que resulta intolerable volver cuando terminan los créditos de esta maravilla) logrando el milagro esencialmente con muñecos de tela, con goma espuma pero sobre todo con un corazón grande como mil casas que hace que en esos centímetros de género de diversas telas de las que están hechos Los Muppets, que en la sonrisa de la más que nunca hermosa y brillante Amy Adams, que detrás del andar grandulón, torpe e inmaduro de Jason Segel nos quedemos a vivir eternamente. Eso no se logra con golpes de efecto sino con una cirugía a corazón abierto, una muestra de sangre, sudor y risas puestas en escena.
Para lograr todos estos puntos Los Muppets formula una premisa elemental a partir de la cual (como si fuera una excusa argumental para poder verlos a todos reunidos una vez más) poder “explicar” el axioma: inventar una crisis terminal que el verosímil indica que podía resolverse con cierta facilidad…pero que Los Muppets van a resolver haciendo un gigantesco teletón (muy 70’s el asunto, deliberadamente) un show momunental que les permita juntar el dinero (o no). La pregunta es: ¿Por qué la película decide abandonar ese verosímil para llevar adelante una premisa simple y de resolución rebuscada?
Posiblemente porque sin esa premisa no habría ni reunión ni axioma Muppet Pero… ¿que encierra ese axioma? Quizás uno que aparece muy cada tanto, un axioma que demuestra que una cultura popular, inteligente, sofisticada, con sentido del humor pervive. Al fin y al cabo la película se muestra como un gigantesco McGuffin, una estrategia para desempolvar los viejos trucos, para poner en escena HOY como si fuera ayer pero siendo HOY, es decir, menos como un ejercicio de estilo que como un ajuste de cuentas con el presente.
Deberíamos decir que buena parte de la cultura popular que conocemos hoy, que buena parte de eso que ya describimos como Nueva Comedia Americana también le debe algo a Los Muppets. Quizás esta era la mejor forma de explicarle al mundo que los tiempos no se superan, sino que cada tiempo nuevo encierra algo del viejo que pugna por volver, como diría Emerson “como el pensamiento de los genios, que es el pensamiento que reconocemos como propio volviendo a nosotros con alienada majestuosidad”: como Walter, todos somos Muppets, sólo faltaba alguien que nos recordara lo importante que es jugar.