En el 2018, los hermanos Luciano y Nicolás Onetti estrenaron una especie de La Masacre de Texas argentina. Este slasher generó curiosidad e interés más que por su historia poco original, por el hecho de apostar a un subgénero casi nuevo acá, en un país donde recién en los últimos años la producción del cine de terror se tornó vasta.
La película original tenía a un grupo de jóvenes que llegaban a Epecuén (un pueblo balneario que supo ser un punto turístico importante del país hasta que quedó bajo el agua en 1985 y de a poco emergió en forma de ruinas) para realizar un documental. Pero en lo que quedó de ese pueblo se encontraban con una familia que había decidido quedarse y los secuestraban para torturarlos hasta la muerte, con mucha escena gore y violencia.
Unos años después llega su secuela, esta vez dirigida sólo por Nicolás y escrita por Camilo Zaffora. Ahora los que llegan de afuera son una banda de música británica (aunque los actores sean argentinos hablando en inglés) que quedan varados en medio de una gira por el interior. Uno de ellos es seducido por una bella joven (Magui Bravi) que los arrastra a los adentros de Epecuén, un escenario que siempre le queda pintado a la película.
Esta secuela tiene algunos puntos a favor y otros en contra en comparación con aquella. A favor le juega una especie de prólogo que es un flashback con uno de sus personajes (Germán Baudino), que intenta darle un poco más de trasfondo y profundidad a la motivación de los villanos. En contra, que una ya sabe de antemano qué es lo que busca y espera encontrar en la película, y ésta se toma demasiado tiempo en construir un clima de tensión latente que alarga el corazón de todo slasher: las escenas de violencia sangrienta.
Solo unos pocos personajes se repiten y en general estamos ante un elenco nuevo. Hay un rejunte de personajes sin mucho desarrollo en su mayoría, con una cantidad de actores reconocibles del género sobre todo: Clara Kovacik, Chucho Fernández, Matías Desiderio, María Eugenia Rigón, Mario Alarcón.
La factura técnica es impecable pero siempre emulando el cine de afuera. Excepto por Epecuén y por los rostros que ya conocemos, quiere lucir como un film extranjero. Hay una intención de venderse al mundo, es evidente, cómo culparlos si es donde mejor funciona nuestro cine de género. Los actores se prestan al juego y consiguen ser creíbles la mayor parte del tiempo. La música de Luciano Onetti le suma y aporta estilo.
La trama es predecible, cumple con los puntos básicos de todo slasher y no logra destacarse por fuera de eso, incluso la idea de profundizar el conflicto no se termina de aprovechar. Muy de fórmula, si no se espera mucho más vale la pena.