Buscando la verdad (o algo así).
Siempre que creemos que por fin desaparecieron aquellos lamentables rasgos formales del cine argentino de antaño, contra los cuales se rebelaron los jóvenes directores de la década del 90, eventualmente terminan resurgiendo desde las cenizas para seguir atormentándonos a través de películas que atrasan -por lo menos- 30 años como Los Padecientes (2017), un opus que con la excusa de responder a los emblemas comerciales más clásicos adopta una serie de características narrativas e interpretativas demasiado vetustas. Aquí regresan con toda la fuerza el tono acartonado, los diálogos declamatorios e impostados, las metáforas tan evidentes como vacuas, la poca imaginación en el desarrollo general y para colmo un elenco trabajando bajo el mismo manto de pedantismo retórico un tanto devaluado, como si realmente los personajes nos estuvieran regalando soliloquios valientes o al menos lúcidos.
La historia comienza con la típica disposición del film noir más tradicionalista, con una femme fatale, en este caso Paula Vanussi (Eugenia Suárez), encargándole a un perejil, hoy el psicólogo Pablo Rouviot (Benjamín Vicuña), que convalide/ “investigue” un asunto de lo más turbio. En términos concretos, la mujer le pide al susodicho que actúe de perito de parte en la acusación de homicidio que recae sobre su hermano Javier (Nicolás Francella) a raíz del hallazgo del cadáver del padre de ambos, Roberto (Luis Machín), un empresario poderoso al que todos temían y respetaban a la par. En vez de declarar inimputable a Javier luego de ver que en la clínica psiquiátrica de turno lo tienen bajo un coma farmacológico, Rouviot da rienda suelta a sus redundantes sospechas y se convence de que el joven no es el victimario y que detrás existe una incógnita que involucra a todo el clan Vanussi o algo así.
Basada en una novela de Gabriel Rolón, quien participó en la escritura del guión junto a Marcos Negri y el también director Nicolás Tuozzo, la película acumula tantos problemas que uno no puede creer que se trate de un blockbuster argento, con perdón de otros tanques locales recientes que sí dignificaron a la industria nacional como por ejemplo las excelentes Kóblic (2016) y El Ciudadano Ilustre (2016). Desde el vamos la trama toma elementos varios de Barrio Chino (Chinatown, 1974) y nos aclara que Roberto, la figura mefistofélica del relato, era el jefe de una red de trata de personas que escondía sus bacanales -destinados al jet set de los capitalistas porteños- mediante una serie de negocios inmobiliarios, no obstante en vez de profundizar en ese entramado de poder la obra rápidamente se autolimita a una colección aburridísima de discursos que se exceden en su “dimensión explicativa”, por llamarla de alguna forma. Y mejor ni hablar de las referencias sin pies ni cabeza a Ojos Bien Cerrados (Eyes Wide Shut, 1999) en materia de la representación del infierno y a La Muerte y la Doncella (Death and the Maiden, 1994) vía un prólogo y un epílogo musicales.
Salvo los honrosos casos de Pablo Rago, hoy personificando a un amigo de Rouviot, y de Ángela Torres, quien compone a Camila, la hija menor de la familia Vanussi, el elenco en su conjunto tampoco ayuda a revertir el marasmo general a través de la inserción de una dosis de naturalismo que nos rescate del tedio. Sin embargo la pobreza actoral de Vicuña y Suárez no constituye el mayor problema de Los Padecientes, ya que como señalábamos antes el verdadero dilema pasa por la reproducción mecánica de los engranajes del policial negro sin otorgarle un background convincente a cada personaje (es decir, un andamiaje psicológico que les permita escapar del cliché) y sin construir un desarrollo socialmente valioso (hay un intento por denunciar los abusos sexuales pero el asunto se licúa gracias a la torpeza de Tuozzo y compañía). Curiosamente aquí se afirma una y otra vez que la búsqueda de la verdad es la génesis y el final de la práctica profesional del protagonista, aunque todo termina en un triste punto muerto con pocas certezas de fondo más allá de esos estereotipos intragénero que se “anuncian” a los gritos desde el minuto cero del metraje…