Unos aguafiestas
Cuatro amigos británicos con la maduración un poco retardada viajan juntos a Australia para participar en un acontecimiento inesperado. Uno de ellos conoció a una chica en una pequeña isla durante unas vacaciones, y el flechazo fue tan intenso que decidieron casarse. Pero eso pasa a ser un detalle. Al llegar a la casa de la novia, descubren que es una mansión, propiedad de un senador, el suegro, y que a la fiesta asistirá la más selecta crema de la sociedad local.
Enfrentados a esta situación, los muchachos ingleses son una especie de elefante suelto en un bazar, y pronto empezarán a dar muestras de ello. Uno, emborrachándose porque le rompieron el corazón hace muy poco; otros dos, enredándose con un peligroso traficante local de drogas. Todo esto, mientras la prometida se esfuerza por tomar con una sonrisa los papelones que se suceden uno tras otro, la suegra (bienvenida reaparición de Olivia Newton John) se convierte, con la ayuda de algunas sustancias, en la principal animadora de la fiesta, y el senador se desvive por disimular y seguir tejiendo sus relaciones políticas.
Stephan Elliot es un director conocido en Argentina, que en 1994 dirigió una pequeña comedia de culto, Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, y de quien últimamente se vio Buenas costumbres, también una comedia, en este caso acerca de un joven inglés que se casa con una glamorosa norteamericana.
Tema parecido al que trae ahora con Los padrinos de la boda, aunque en este caso se produce un retorno al tema preferido de muchas humoradas, que toman a la ceremonia del casamiento como su eje.
La película tiene muy buen ritmo, buenas actuaciones, buena banda sonora, buena fotografía. Evaluar la calidad de su humor es más delicado, porque allí tallan muchísimo las cuestiones de gusto personal. El espectador encontrará ironías acerca de clases sociales, slapstick (exageración de la comedia física), humor escatológico, de rivalidades entre países, acerca de las parejas.