Nacidos para ser estrellas
La llegada al cine por cuenta propia de Los pingüinos de Madagascar es lógica y está a la altura de las expectativas. Lo primero, porque aún desde los roles secundarios en las tres entregas de la película madre brillaban con su humor de chistes absurdos, gags físicos y comentarios ácidos. Y lo segundo, porque aquí nadie extraña ni un segundo al león Alex y el resto de la pandilla.
La película cuenta en primer lugar cómo se forma este insólito y autodenominado escuadrón de elite que forman Skipper (el comandante de la banda, el más ridículamente divertido), Kowalski, Rico y Cabo; pero rápidamente hay un salto al presente.
Cansados de la vida de circo con la que concluye Madagascar 3, se van de paseo con sus formas explosivas y poco ortodoxas. Pero pronto se ven sorprendidos por Dave, un pulpo resentido al que le robaron todo el protagonismo en el zoológico de Nueva York.
El bicho, ahora quiere venganza. Y como en apariencia es un villano demasiado malo para ellos, entra en acción (algo subrepticiamente) un comando de elite –de en serio– llamado Viento del Norte, encargado de defender especies en peligro.
Ágil (la hora y media vuela), muy divertida a varios niveles –hay chistes para todas las edades–, con clima a película de agentes secretos a lo James Bond, Los Pingüinos sólo deja de fluir a la hora del desenlace, algo rebuscado.
El 3D tranquilamente se puede prescindir, pero el balance final es más que favorable, como para esperar con ganas a que Skipper siga poniendo en acción planes insólitos en un futuro.