Los Pitufos en la aldea perdida: reparación histórica al género femenino
La saga se lanza por completo a la animación con la idea de actualizar el rol de la mujer a los tiempos que corren.
En su tercera incursión como largometraje, Los Pitufos en la aldea perdida muestra dos cambios sustanciales. Por un lado, abandonaron la interacción con humanos para ser por completo una película de animación; y por otro, como eje central de la historia, se adaptaron al signo de los tiempos, ensayando una suerte de reparación histórica al rol que el dibujito le había dado a la mujer desde sus comienzos.
Lo plantean con humor, aunque se percibe hasta cierto dejo de culpa: en la aldea de Los Pitufos, todos cumplen una función o tienen un adjetivo calificativo como nombre: el fortachón, el filósofo, el carpintero, el padre de todos (Papá Pitufo) y hasta el fisgón.
La única que “no es nada” es precisamente la Pitufina (“¿y qué es ina?”, se preguntan con sorna), la única mujer en el universo de los pequeños seres azules. Para peor, se revela que en un inicio era una espía enviada por Gargamel (como una morochita, desalineada) pero gracias a un hechizo de Papá Pitufo es “transformada” al bando de los buenos (como rubia radiante, siempre espléndida y hasta con zapatos con tacos altos).
Cuando surgieron, nada de esto generaba el ruido que hoy provoca, y por eso aquí la Pitufina es la estrella y en cierta forma heroína de la historia.
La delicada señorita, junto a Pitufo Fortachón, Pitufo Filósofo y Pitufo Tontín, se embarcan en una aventura –huyendo de la feliz aldea en la que viven todos juntos en sus casas hongo– por una causa noble. Gargamel (junto a su recordado gato Asrael) quiere llegar al mismo destino, y en esa carrera se lanza contra los pequeñitos azules.
Explosión de color
El viaje por este bosque prohibido ofrece la paleta de colores ideal para que la película roce por momentos la psicodelia, con los “fosfonejos” que brillan en la oscuridad o el río que fluye por el aire, entre otros detalles que además se potencian en la versión 3D.
En la sorpresa que descubrirán al llegar a la aldea escondida del título radicará también la moraleja que le queda a la Pitufina. La enseñanza es simple aunque oportuna. El camino, por suerte, es más entretenido que la revelación en sí, que peca de ser algo tibia respecto a la idea de revitalizar a la figura femenina. Pero lo que plantea Los Pitufos en la aldea perdida es al menos un comienzo de lo que promete ser una nueva etapa en la franquicia. Habrá que ver si dura el cambio.