Azul superficial
Lo más atractivo será verles la piel afelpada, tersa, sin costuras. Azul como un chicle de crema del cielo. Los Pitufos eran criaturas mágicas, seres mitológicos inventados por Peyo para hablar de las virtudes imposibles y la inocencia perdida en un escenario medieval de caballeros, magos y pociones. La versión televisiva que asimiló el mundo con el filtro de Hannah Barbera mantenía el entusiasmo del autor por aquel universo idílico y el salto al cine apenas conserva los trazos gruesos de su esencia medular.
Una película diseñada para llenar los ojos y dejar dormir a la imaginación. Todos los lugares seguros de las aventuras en la intersección entre realidad y fantasía, nada que sorprenda o emocione que no haya sido antes explorado con más riesgos en ¿Quién engañó a Roger Rabbit? Encantada o incluso Dibu. Los pitufos entran a la dimensión de los humanos por un vórtice de luna azul, mientras escapan del malo de Gargamel y su gato Azrael, y desembocan en Central Park? de Manhattan. Por esas redes del destino y de Hollywood, terminan en el living de una pareja que espera un bebé, Patrick (Neil Patrick Harris?) y Grace Winslow (Jayma Mays?), encantadores ellos también, tanto como para justificar otro cuento de hadas, con sus muebles pintados a mano, sus caras angelicales y mejores intenciones. Seis pitufos para ellos, encabezados por Papá y arrastrados hasta allí por la torpeza de Tontín. Con ellos también Pitufina, Filósofo, Gruñón y Valiente, el recién llegado al protagónico, con atuendo escocés y patillas pelirrojas.
Desde ahí, todo funciona con el vértigo, la ternura y las intrigas suficientes como para mantener la atención infantil, con lo más interesante de la propuesta apoyado sobre las actuaciones de Hank Azaria? como Gargamel y Jayze Mays en la cuerda sensible, la que conmueve al protagonista y lo reencauza hacia lo que de verdad importa en la vida.
Patrick trabaja como marketinero en una empresa de cosméticos. Su jefa es Odile, en el cuerpazo de Sofía Vergara, y tiene que convencerla de que su nueva campaña es una gran idea, o perderá su trabajo. Odile quiere el mundo. Patrick, tocado por la magia pitufesca, le ofrece la luna azul que simboliza la magia, la pureza, aquello que mantiene unidos realidad y fantasía. Hasta ahí el sentimentalismo predecible.
El filme también se da permiso para reírse un poco de los clichés, de las zonas más irritantes de la especie pitufa con su canción persistente en todos los estilos posibles. Canción para trabajar, canción de guerra, canción para ser felices, para enamorarse, para juntar raíces en el bosque. Los Pitufos son felices, están diseñados para eso y para ser transparentes, unívocos, buenos y nobles hasta el hartazgo. Después de una hora, sin duda, lo consiguen.