El comunismo azul ya no es lo que era...
Quedan muy pocos íconos pop de los ´80 que Hollywood no haya refritado en su eterna pretensión de “apostar a seguro”, esa vieja creencia de los estudios de que todo se resolverá cuando -campaña publicitaria mediante- los padres les expliquen a sus hijos quiénes son los protagonistas de esas películas con presupuestos millonarios y que hoy apenas si despiertan curiosidad. Pensemos en dos ejemplos que se ubican en extremos opuestos en términos cualitativos, las recientes adaptaciones de G.I. Joe y Transformers: la primera pasable y la segunda desastrosa pero ninguna capaz de generar la simpatía y el culto devoto de antaño.
Si se trata de imponderables de aquella década en el terreno de la animación infantil, podríamos afirmar que He-Man y los ThunderCats vienen escapando a las conversiones fallidas gracias a un complejo ovillo legal. En esta ocasión las tristes víctimas fagocitadas por la industria cinematográfica son nada menos que los Pitufos, las pequeñas criaturas azules de inclinaciones comunistas creadas en 1958 por el dibujante belga Peyo (Pierre Culliford), héroes de incontables comics y de la queridísima serie televisiva producida por Hanna- Barbera que duró nueve años con la friolera de 256 episodios emitidos por la NBC.
Aquí el director Raja Gosnell y el pelotón de guionistas ensamblaron una propuesta híbrida basada en la interacción entre humanos reales y pitufos “modelo CGI”: la excusa es un portal mágico que transporta a los gnomos hacia New York, allí deberán congraciarse con una pareja burguesa, planear el regreso a la aldea y esquivar los embates de Gargamel y su fiel secuaz, el gato Azrael. El film cuenta con buenas intenciones no obstante a la larga resulta demasiado derivativo e incluye chistes escatológicos -fuera de rango- que no suman nada a un relato insípido que se mueve con torpeza dentro del ABC del seudo cine familiar.
Uno hasta siente la incomodidad de los actores frente al dilema de trabajar con un material tan limitado, en síntesis otro cúmulo de clichés vetustos que conforman un nuevo engendro multitarget sin público específico (los niños lo recibirán con indiferencia y a los fans históricos les parecerá una bastardización berreta). Gosnell, responsable de mamarrachos como Mi Pobre Angelito 3 (Home Alone 3, 1997), Mi Abuela es un Peligro (Big Momma´s House, 2000) y Scooby-Doo (2002), desaprovecha la oportunidad de ofrecer una obra digna del original: sólo esos diez minutos iniciales cumplen su misión, el resto mejor olvidarlo…