Desde la espesura de la selva misionera, «Los que vuelven» surge para poner de relieve el aniquilamiento de los pueblos nativos y el papel pasivo atribuido a las mujeres, problemáticas que continúan resonando en el espacio latinoamericano, y que, al menos en el imaginario, encuentran su revancha.
Dicen que la selva defiende a quienes la conocen. Y eso sucede porque las leyendas y los mitos de las poblaciones nativas giran alrededor de la fuerza del entorno natural, al que le tenían tanto respeto como admiración. Sin embargo, ese hábitat fue testigo del asesinato, destierro y reducción a servidumbre de aquellas comunidades.
En ese contexto histórico se sitúa «Los que vuelven», una película que vehiculiza el cine de terror a través del melodrama familiar y el género fantástico. Dirigido por Laura Casabé, quien participó del guión junto a Paulo Soria y Lisandro Colaberardino, el film se posa en los inicios del siglo XX, donde las heridas de la colonización en Misiones están a flor de piel. Julia (María Soldi), esposa de un terrateniente yerbatero llamado Mariano (Alberto Ajaka), da a luz, pero su hijo nace sin vida. Desesperada por haber perdido a su tercer descendiente, le pide a la Iguazú, madre del día y de la noche, que se lo devuelva. Y, aunque el niño regresa, no lo hace solo. El elenco lo completan Lali González, Javier Drolas, Edgardo Castro y Cristian Salguero.
Sin lugar a dudas, «Los que vuelven» logra transmitir la sensación de inmersión que genera un ambiente tan magnético como la selva. Y lo consigue gracias a la elección de la música, elaborada por Leonardo Martinelli a partir de instrumentos de la zona del litoral. Si bien eso le imprime identidad a la película, no sería suficiente sin la incorporación de actores locales, que permiten darle completud al efecto de verdad que el film busca comunicar.
Por otro lado, desde la ejemplar construcción del prototipo de macho conquistador la película despliega una crítica férrea hacia aquella figura. Tal es así que se muestra con claridad la diferencia entre la mentalidad del guaraní y la del terrateniente. De esta manera, se deja entrever cómo el personaje de Mariano se considera legítimamente autorizado a tomar de la tierra todo lo que él desea. Así, el respeto por la naturaleza se reemplaza por la extracción indiscriminada de sus frutos. Las creencias locales son desprestigiadas por ese hombre pudiente, y reducidas a la conversión por la cultura católica. El dialecto propio de la región es relegado, y casi penalizado. Señores, Iglesia y escuela, una vez más, unidos en favor de convertir y civilizar.
En la otra esquina, bajo el sometimiento y la subordinación a las que se las sumía, se encuentran las mujeres. «Los que vuelven» tiene el mérito de llevar a la pantalla a dos protagonistas femeninas que, aunque pertenecen a distintos estratos, logran constituirse como espejo. Entonces, Julia, la mujer blanca, ve como su voz no tiene peso dentro de la hacienda, y que su papel se reduce meramente a procrear niños. Es, así, un bien más del terrateniente. Al igual que Kerana, la mujer nativa. Más allá de esto, ambas están unidas por dos cuestiones: el deseo materno y el respeto por la diferencia. De esta forma, Julia no antepone su clase social a la relación que tiene con Kerana; más bien la reconoce a ella y a sus tradiciones. Y ésta última se identifica con el dolor y la lucha de su patrona, a quién se siente incentivada a ayudar.
«Los que vuelven» presenta majestuosamente el terror social que inunda a los poderosos; aquel que nace con la posibilidad de sublevación de los oprimidos. La película elige saciar la sed de venganza y empoderamiento que rodea a los sometidos y marginados. Con una fuerte carga ideológica, se desarrolla un relato que resuena en el presente latinoamericano, y que busca ensordecer a aquellos que intentan acallarlo.
En síntesis, «Los que vuelven» es un producto notable y relevante, que construye una profunda reflexión sobre los mecanismos opresivos y los sujetos que los padecen. Con actuaciones acordes, una fotografía poderosa y una musicalización particular, la película logra insertar al espectador en los parajes misioneros, e inundarlo de lo que ocurre allí. Dicen que la selva defiende a quienes la conocen. Pero, a su vez, el film ha demostrado que ellos reivindican a la tierra que los vio nacer, y a aquellos que la han valorado. Y es en ese amparo mutuo donde, finalmente, logran liberarse.