Potencia expresiva y esplendor visual
Desde el comienzo, Los salvajes se revela como una especie de OVNI cinematográfico, y no sólo por el rigor de su concepcion formal, por su potencia expresiva y poética, y por su rara mezcla de crueldad y ternura, de humanidad y brutalidad, de serenidad y de violencia, sino también por el riesgo que asume al partir de lo que parece una historia de jóvenes marginales expulsados del cuadro social para ir entrando cada vez más en un espacio mítico y arribar a una desesperanzada reflexión existencial.
No por muy citada, la referencia al western deja de ser válida. La simple historia empieza con la fuga de cinco adolescentes (cuatro muchachos y una chica) de un instituto correccional donde conviven huérfanos y delincuentes. En el camino hacia la libertad dejan dos muertes. Habrá más, casi siempre gratuitas (en algún momento hasta el propio responsable de ellas reconocerá que ignora por qué apretó el gatillo). Pero lo que logran es una libertad precaria: deberán perderse en la naturaleza para evitar ser recapturados.
Como una especie de tribu salvaje de los tiempos modernos con sus piercings y sus tatuajes como señales de reconocimiento, los cinco deberán andar día y noche atravesando llanos, sierras, arroyos y bosques, en busca de un refugio improbable a muchos kilómetros de la ciudad. Pero es un horizonte que siempre está un poco más lejos, y ellos parecen saberlo: nunca habrá espacio que los albergue; iletrados, primitivos, no tienen nada que perder y nada que ganar: apenas, subsistir con lo que la naturaleza les proporciona: animales para cazar, el agua fresca de las cascadas y lagunas para beber, bañarse, retozar o hacer el amor. Tiempo sobra. También para pelear entre ellos, para echarse a disfrutar del olvido con la droga y la cola de contacto o para robar en algún rancho, pobre vestigio de un poblado desaparecido.
Durante la aventura, el grupo irá desmembrándose. El líder inicial, Gaucho -macho alfa del pequeño grupo- será el primero en caer (la ceremonia fúnebre improvisada por sus compañeros dará origen a una de las muchas escenas memorables del film) y su lugar ocupado por otro, con lo que la película irá cambiando de puntos de vista, mientras un tercer personaje -el silencioso Simón, el más joven del grupo y el único que parece candidato a la salvación- cobra mayor peso a medida que la historia avanza hacia un final con connotaciones místicas.
Fadel desarrolla su cautivante y áspero poema sin interferir ni juzgar el comportamiento de los muchachos, que han ido aprendiendo un poco del amor y del compañerismo, y han inventado sus propios ritos. Si algo despunta de la ambiciosa propuesta del realizador -más allá de la extraordinaria potencia y la belleza de su lenguaje visual, sustentada en la fotografía de Julián Apezteguía- es un examen antropológico de las relaciones humanas tal como se manifiestan en su estado primitivo, pero el film evita cualquier comentario social y sólo en contadas ocasiones incluye algún simbolismo explícito. Lo que no impide que Los salvajes sea una joya rara y su director, toda una revelación.