Los tres chiflados o cuando el doblaje arruina el humor
El film de los Farrelly, cuya serie original es ícono de muchas generaciones, recupera algo de la sustancia de aquellos viejos buenos tiempos. Estrena hoy en el circuito comercial.
por Andrea Migliani
Los veía siempre y no sabía que eso que ejercitaban se llamaba comedia física, denominada slaptstick para su lugar de origen, Norteamérica. Lo cierto es que ellos lograban convertir la intriga de un microfilm escondido en una sandía en una parodia de espionaje y fueran esas enormes frutas o pasteles repletos de crema, la guerra física comenzaba para reírnos a carcajadas cuando la violencia no era materia de estudios o a nadie se le ocurría creer que alguien copiaría aquellas prácticas para hacer daño.
El film que dirigen Peter y Bobby Farrelly, los ubica pequeños, abandonados en un asilo, esta es la primera instancia de las tres que componen esta llegada de los tres requete chiflados al celuloide, que tanto seguimos mirando hasta saber los episodios de memoria. Así, hay una presentación de los tres niños que sabemos no son parientes y que hacen de las suyas sin convencer demasiado a ningún fan.
Moe (Chris Diamantopoulos), Larry (Sean Hayes) y Curly (Will Sasso) deberán salvar en la segunda instancia, la casa donde su infancia los hizo amigos y los convirtió en empleados luego de no ser adoptados por familia alguna. De modo que deberán recurrir a conocer el mundo extramuros del orfanato para lograr conseguir una suma nada pequeña para salvar el hogar de la infancia, jaqueado por una tremenda crisis económica. En esta instancia además de mostrar lo hostil que puede ser el mundo real aparece todo el repertorio de la comedia física y hay escenas muy cómicas y logradas como la que acontece en una nursery. A esto hay que sumarle cierta graciosa inadecuación a la tecnología que les es ajena y el tramo de la participación de Moe en el reality es muy logrado por el contraste que se evidencia. Involucrarse en un asesinato forma parte del suspenso del film que no abandona nunca su pretendida faceta cómica.
Lo cierto es que el humor de siempre, los golpes y cierta alegría inocente no escapan a que los directores expliquen, en la era de los psicoanalizados, que todos los golpes son de mentirita y hechos con elementos que no lastiman (goma).
El piquete de ojos está pero yo, sigo extrañando a mi viejo y querido Curly, porque Moe que es quien descolla en la piel de Diamantopoulos, nunca fue mi preferido.
Pasable film para las vacaciones de invierno y para mostrarle a nuestros hijos y sobrinos de qué nos reíamos hace mucho cuando no existían los discursos de los presidentes de EEUU.