Ni tan divertido como podían haber esperado secretamente los fanáticos de los hermanos Farrelly (Tonto y retonto, Locos por Mary) ni tan desastroso como pudieron haber temido los eternos seguidores de Los Tres Chiflados (todavía los hay y no todos son veteranos víctimas de la nostalgia), este intento de recrear las andanzas cómicas del famoso trío empleando a tres actores que los imitan supone una experiencia un poco desconcertante o, por lo menos, extraña. Aquí hay tres intérpretes -meritorios, seguramente- que copian los gestos, los trucos, los golpes, los topetazos y las torpezas que integraban ese repertorio de humor físico de los Stooges que hizo reír a varias generaciones. Es decir que procuran representar la simplicidad y la frescura que en los originales era marca registrada, en una serie de episodios actuales más o menos enhebrados por un delgado hilo argumental. Una operación que a los Farrelly les llevó muchos más años de los que cabría imaginar a la vista de los resultados, bastante desparejos en materia de eficacia cómica, más allá del desempeño de Sean Hayes (Larry), Chris Diamantopoulos (Moe) y Will Sasso (Curly). Los auténticos Tres Chiflados prefirieron siempre los films de corta duración, seguramente porque eran conscientes de que su tipo de humor -una sucesión de gags físicos- lucía mejor en dosis breves: la prueba está en los 200 cortos televisivos que han quedado como su mejor herencia. Y tenían razón. Noventa minutos de empujones, cachetadas, revolcones, corridas, desatinos y chistes tontos pueden terminar siendo agotadores, aunque haya ritmo y algún gag eficaz.
La solución a la que recurrieron los Farrelly, dividir el largometraje en tres capítulos, no resuelve el problema de fondo pero proporciona alguna variedad. En el primero, los tres aparecen como chicos abandonados en un orfanato a cargo de monjas, algunas tan dulces como Jennifer Hudson; otras tan agrias como la temible Hermana Mengele, que vigila la disciplina y por eso tiene el vozarrón y el aspecto viril de Larry David. Ya muestran sus problemas de conducta.
En el segundo, más creciditos, tienen que dar una mano en el edificio, pero no han cambiado demasiado, como se ve cuando tienen que subirse al techo de una capilla para reparar la campana. En el tercero, llega la crisis y con ella cierto eco de Los hermanos caradura y la necesidad de conseguir 830.000 dólares para salvar al orfanato de un inminente desalojo. Los tres (tienen 35 años) salen por fin al mundo y se topan con una dama opulenta que los contrata para que maten a su marido, lo que da origen a una serie de catástrofes. La puesta al día que proponen los realizadores no va mucho más allá de incorporar a Facebook, al iPod o a los reality shows. Ya se sabe que la sutileza no es un rasgo característico de los Farrelly. Tampoco aquí, donde no falta alguna dosis de vulgaridad y el verdadero ingenio escasea. Al final se explica a los chicos cómo los constantes golpes que los Tres Chiflados reparten entre ellos o entre quienes se mueven a su alrededor son sólo trucos (martillos de goma o piquetes de ojos que apuntan a la frente, por ejemplo), que no lastiman a nadie. En eso también imitan a los originales, que en una época solían explicarles a los chicos cómo producir sonoras cachetadas sin que a nadie le dolieran.