Humor negro y absurdo para hablar del poder
Van Warmerdam, en otra reflexión sobre el poder
Por algo será -y no sólo porque Emma Blank tiene los días contados-, que todos en la casa están tan atentos a satisfacer sus necesidades y sus caprichos más extravagantes. No puede ser compasión: difícil sentirla por un ser tan soberbio, despótico y avasallador como ella. Tampoco algún resto de antiguo afecto. No es eso sino una mezcla de rabia y obligada paciencia lo que se deja ver en los rostros de esta corte de esclavos en que ha convertido a su familia. Emma maneja a su antojo al mayordomo, la cocinera, el jardinero, la mucama y hasta al perro. Ha encontrado en la incierta enfermedad terminal que padece el pretexto para imponer sus deseos, y abusa de ese poder sin límites.
El holandés Alex van Warmerdam, cultor de un cine del absurdo, distinto y provocador, suele elaborar sus singulares construcciones dramáticas en torno del tema del poder. Lo hacía en Abel , cuyo protagonista era un moderno Edipo de 30 años que se negaba a salir al mundo, jugaba equívocos juegos con su mamá y entablaba duras batallas contra el padre, o en Ménage à trois , un trío en el cual el dominio cambiaba de mano a cada rato según fueran las complicidades que se establecieran.
Aquí, sobre la base de una pieza teatral propia, vuelve a valerse del absurdo y la caricatura para aligerar la negrura de su comedia, aunque quizá su visión del mundo se haya vuelto todavía más sombría que en los films anteriores. El muestrario de estrafalarias vilezas de la protagonista (no falta alguna referencia al nazismo) es comparable al que expondrán, a su turno, quienes la rodean: sólo uno de ellos atinará a salir del círculo vicioso y mezquino.
El humor negro, agudo y cerebral puede no alcanzar siempre para oxigenar un cuadro que se va haciendo más oscuro a medida que avanza la acción, y es cierto que la repetición de situaciones similares alarga innecesariamente la primera parte y que al desenlace lo habría beneficiado un poco de delirio, pero sin duda hay un manejo hábil del absurdo, unas cuantas ocurrencias ingeniosas (como la macabra escena en una playa muy concurrida), y un elenco impecable del que forman parte el propio realizador (Theo) y su esposa, Annet Malherbe (la cocinera), actriz de casi todos sus films.