Los últimos: La terca esperanza de Pedro y Yaku.
La ciencia ficción ha sido siempre el canal por el que hemos podido, de alguna manera, escribir presagios, corazonadas, estipular los aciertos y desaciertos de nuestro presente. Porque ese ahora se nos antoja demasiado encima para analizar, diseccionar. Pero que sin embargo nos atropella con sus desmanes, o mejor dicho los nuestros.
Nicolás Puenzo, parte de una prolifera y celebrada familia de cineastas, escribe junto a su hermana Lucía Puenzo, y dirige este drama post apocalíptico que se confunde con esa realidad que mencionamos. Una historia de sobrevivencia no del más apto, sino del que es capaz de creer en su propio destino. En un futuro no muy lejano, el mundo seco y viciado ha descastado a millones, confinándolos en campos de refugiados. La guerra por el agua y los recursos ha convertido la tierra en un basto erial, en el que se confunde el desierto y el cementerio. Uno, que al inicio del film, ellos transitan cargando el cadáver de un padre, un hombre que lloran como tal, uno que se une a una pachamama que al menos todavía tiene la fuerza de abrazarlo en su seno.
Es la cámara, en su infinita panorámica de ese horizonte de arena y crespusculo donde comprendemos la bastedad del crimen, hacia el hombre, a la tierra. Cantan, rezan y lloran en aymara, se resguardan y aguantan en ranchos; son los olvidados por el mundo que se consume. Son los últimos. Los refugiados que son multitud, en multitud de situaciones. Ellos son la esperanza, que se dibuja en la mugre y la terque e inquebrantable fe de que lo lograrán porque uno depende del otro, porque de ellos depende el futuro.
El director construye en un lento pero decidido proceso una historia que bebe no solo del clásico y ya bastante reimaginado futuro apocalíptico con tintes de western, como lo hicieran George Miller, John Hillcoat con The Road (2009) o Bong Joon-ho y su adaptación de Snowpiercer (2013), también de una realidad con la que convivimos e ignoramos a fuerza de distraernos. Menudo golpe a la conciencia se antoja este relato que no se detendrá en la destrucción de la naturaleza, sino que también en el alma de la humanidad. Peter Lanzani y Juana Burga, en su primer rol en cine, soportan con estoicismo no solo la inclemencia de los desiertos, también una cámara que no los deja por mucho tiempo, teniendo ellos que cargar con el bulto más incómodo. Lo cual hacen con soltura y preciosismo. Son, se ven, como criaturas olvidadas, ese Adán y Eva expulsados, aterrados y resolutos. Pero es cuando aparece un inspiradisimo Germán Palacios, con ese cínico y desencantado Ruiz, el fotoperiodista realmente comprendemos el alcance que han querido darle a la historia.
Ellos serán cooptados, comprados y puestos a ser chivos expiatorios, la foto de una realidad que en esa mugre es maquillada, son también quienes darán a todos ellos, a fuerza de su terca esperanza, la oportunidad de la redención. Siempre con ese ulular del viento, el rugido de los drones, el silencio esquivo de los personajes, que como al agua, atesoran sus palabras. Es un film que narra a fuerza de imágenes, de construir desde una realidad contemporánea una probabilidad más que posible. Juegan el director y guionistas a una mamushka de verosimilitudes asfixiantes, tortuosas. Y aunque por momento caiga en ciertos arquetipos de personajes como el realizado, con buena traza, por Alejandro Awada y Luis Machín, no se excede en la moraleja fácil, más bien se afianza en la metáfora de la liberación. Son, decíamos, como Adán y Eva expulsados, pero también sabiendo, conscientes de estar vivos y de que a partir de allí se puede luchar por algo mejor. Metáfora, alegoría, distopía, certeza de que en nuestras tierras también puede y está ocurriendo. Una historia que se vale de todo eso para hablarnos de que aún hay tiempo de enmendar, así sea en nosotros y nuestra esperanza de que quienes sobrevivan puedan reconstruir lo que hemos devastado.
La ciencia ficción apocalíptica es un género literario o cinematográfico de anticipación, que versa su línea narrativa o descriptiva, en un probable destino calamitoso o cataclísmico de la humanidad. Con una visión generalmente pesimista, ese género describe de manera magnificada los errores que comete la humanidad actualmente y sus consecuencias en el futuro, pero con un final generalmente nefasto. Y lo es y aterra hasta que conocemos a Pedro y Yaku.