Los últimos: La terca esperanza de Pedro y Yaku. La ciencia ficción ha sido siempre el canal por el que hemos podido, de alguna manera, escribir presagios, corazonadas, estipular los aciertos y desaciertos de nuestro presente. Porque ese ahora se nos antoja demasiado encima para analizar, diseccionar. Pero que sin embargo nos atropella con sus desmanes, o mejor dicho los nuestros. Nicolás Puenzo, parte de una prolifera y celebrada familia de cineastas, escribe junto a su hermana Lucía Puenzo, y dirige este drama post apocalíptico que se confunde con esa realidad que mencionamos. Una historia de sobrevivencia no del más apto, sino del que es capaz de creer en su propio destino. En un futuro no muy lejano, el mundo seco y viciado ha descastado a millones, confinándolos en campos de refugiados. La guerra por el agua y los recursos ha convertido la tierra en un basto erial, en el que se confunde el desierto y el cementerio. Uno, que al inicio del film, ellos transitan cargando el cadáver de un padre, un hombre que lloran como tal, uno que se une a una pachamama que al menos todavía tiene la fuerza de abrazarlo en su seno. Es la cámara, en su infinita panorámica de ese horizonte de arena y crespusculo donde comprendemos la bastedad del crimen, hacia el hombre, a la tierra. Cantan, rezan y lloran en aymara, se resguardan y aguantan en ranchos; son los olvidados por el mundo que se consume. Son los últimos. Los refugiados que son multitud, en multitud de situaciones. Ellos son la esperanza, que se dibuja en la mugre y la terque e inquebrantable fe de que lo lograrán porque uno depende del otro, porque de ellos depende el futuro. El director construye en un lento pero decidido proceso una historia que bebe no solo del clásico y ya bastante reimaginado futuro apocalíptico con tintes de western, como lo hicieran George Miller, John Hillcoat con The Road (2009) o Bong Joon-ho y su adaptación de Snowpiercer (2013), también de una realidad con la que convivimos e ignoramos a fuerza de distraernos. Menudo golpe a la conciencia se antoja este relato que no se detendrá en la destrucción de la naturaleza, sino que también en el alma de la humanidad. Peter Lanzani y Juana Burga, en su primer rol en cine, soportan con estoicismo no solo la inclemencia de los desiertos, también una cámara que no los deja por mucho tiempo, teniendo ellos que cargar con el bulto más incómodo. Lo cual hacen con soltura y preciosismo. Son, se ven, como criaturas olvidadas, ese Adán y Eva expulsados, aterrados y resolutos. Pero es cuando aparece un inspiradisimo Germán Palacios, con ese cínico y desencantado Ruiz, el fotoperiodista realmente comprendemos el alcance que han querido darle a la historia. Ellos serán cooptados, comprados y puestos a ser chivos expiatorios, la foto de una realidad que en esa mugre es maquillada, son también quienes darán a todos ellos, a fuerza de su terca esperanza, la oportunidad de la redención. Siempre con ese ulular del viento, el rugido de los drones, el silencio esquivo de los personajes, que como al agua, atesoran sus palabras. Es un film que narra a fuerza de imágenes, de construir desde una realidad contemporánea una probabilidad más que posible. Juegan el director y guionistas a una mamushka de verosimilitudes asfixiantes, tortuosas. Y aunque por momento caiga en ciertos arquetipos de personajes como el realizado, con buena traza, por Alejandro Awada y Luis Machín, no se excede en la moraleja fácil, más bien se afianza en la metáfora de la liberación. Son, decíamos, como Adán y Eva expulsados, pero también sabiendo, conscientes de estar vivos y de que a partir de allí se puede luchar por algo mejor. Metáfora, alegoría, distopía, certeza de que en nuestras tierras también puede y está ocurriendo. Una historia que se vale de todo eso para hablarnos de que aún hay tiempo de enmendar, así sea en nosotros y nuestra esperanza de que quienes sobrevivan puedan reconstruir lo que hemos devastado. La ciencia ficción apocalíptica es un género literario o cinematográfico de anticipación, que versa su línea narrativa o descriptiva, en un probable destino calamitoso o cataclísmico de la humanidad. Con una visión generalmente pesimista, ese género describe de manera magnificada los errores que comete la humanidad actualmente y sus consecuencias en el futuro, pero con un final generalmente nefasto. Y lo es y aterra hasta que conocemos a Pedro y Yaku.
Los últimos, de Nicolás Puenzo Por Marcela Gamberini Los últimos se sitúa en un espacio que de tan presente se hace futuro, un espacio postapocalíptico que se ubica en el desierto de Bolivia o de Chile o de Argentina. El espacio siempre es el lugar físico y simbólico donde se desarrolla la historia. Y esta historia está atravesada por una guerra que como todas las guerras es entre los mismos hombres, hombres contra hombres, mujeres contra mujeres, militares contra civiles, es decir, todos contra todos y a veces hasta contra uno mismo. Una pareja que huye hacia no se sabe dónde, atraviesa desiertos y llanuras, espacios hostiles y vacíos, vacíos de gente y vacíos de alimentos; el agua es el elemento vital que no aparece, es como un fuera de campo constante y doloroso. Los recursos básicos de la tierra están en extinción y también esté en extinción el valor de la vida. En el recorrido por el árido desierto la pareja de refugiados interpretada por el multifacético Peter Lanzani y la modelo peruana Juana Burga se choca con un fotógrafo de guerra –el buenmocísimo Germán Palacios- que apuesta por la supervivencia en ese contexto hostil, desolado y deshumanizado. Entre ruinas, los espacios se suceden interminablemente, también en ruinas están esos personajes que deambulan apostando a la salvación. Los labios agrietados, la escasez de alimentos, los gestos soberbios, el frio extremo, la muerte son los elementos sobre los que se articula esta ficción que de tan ficción parece realidad. Ese futuro se hace presente cada momento en el espacio de la guerra, en este todos contra todos, en ese vaciamiento de la tierra y sus recursos naturales. Los últimos son los que resisten y también son los olvidados, los que quedan en el margen, en la frontera. Son los restos de esa civilización que se va adelgazando en sus valores y en sus buenas intenciones. Los últimos es la primera película de Nicolás Puenzo (vaya tautología!!) hijo de Luis y hermano de Lucía, quienes colaboran en el guion y en la producción. La extremada corrección de la puesta en escena, con su juego entre el primer plano afectivo y la panorámica paisajística deja entrever la voluntad del realizador de no establecer distancia entre aquello que se muestra, que se narra y el que mira. Tal vez la mirada del director apele al llamado de conciencia del espectador acerca de la futilidad de las guerras o de la creciente escasez de los elementos básicos de la tierra y quizá cierto abuso de la figura retórica le ceda densidad a un relato que a veces se estanca, tal vez sediento de fluidez. El paso del tiempo, irreversible y caótico es en Los últimos una involución que deshumaniza y descarna la naturaleza humana; dejando a su paso los restos de los hombres y las mujeres que alguna vez han sido. LOS ÚLTIMOS Los últimos. Argentina/Chile, 2017. Dirección y fotografía: Nicolás Puenzo. Intérpretes: Germán Palacios, Peter Lanzani, Juana Burga, Natalia Oreiro, Alejandro Awada y Luis Machín. Guión: Nicolás Puenzo y Lucía Puenzo. Música: Pedro Canale. Edición: Misael Bustos y Hugo Primero. Dirección de arte: Marcelo Chaves y Matías Martínez. Sonido: Fernando Soldevila. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 91 minutos.
La foto en la que nadie quisiera estar. Llega el estreno de Los últimos con la dirección de Nicolás Puenzo guión de Lucía Puenzo y Nicolás Puenzo. En el elenco encontramos a Peter Lanzani, Juana Burga, Natalia Oreiro, Alejandro Awada, Germán Palacios y Luis Machín. Sin saber exactamente el lugar ni el año donde transcurre la historia, nos encontramos con la pareja protagonista en un paraje de extrema sequía, vemos que están dentro de un contexto de guerra (o post guerra) donde hay una extrema falta/necesidad de agua. Deciden irse de allí, emprender como puedan la salida, ir en busca del mar. Ella está embarazada. En el camino se cruzarán con diferentes personajes donde será primordial la ayuda que estos puedan darle para poder concretar su itinerario. En los primeros minutos del largometraje todo nos hace pensar que la propuesta nos va llevar hacia algún lugar medianamente imaginable, pero en un momento tiene un quiebre, un giro dramático y es a partir de ese instante que los espectadores acompañamos a los protagonistas sin saber realmente hacia dónde vamos. La sorpresa también es porque aparenta ser una película más realista, pero tiene una cuota de fantasía. Con mucho de road movie zigzaguea entre esas variables, entiendo que se intenta despertar conciencia de lo que podría pasar en un posible y cercano futuro. La fotografía es fantástica. La mezcla de esos bellísimos paisajes que contrastan con lo que está ocurriendo allí es contundente. Un film diferente con una mirada que tiene una posición tomada respecto a lo que se plantea. Muy recomendable para ver en pantalla grande.
Escenas de un futuro distópico. El relato, que tiene como protagonista a una pareja que debe atravesar un territorio devastado, va del western a la road movie, y de allí al drama romántico y el thriller de supervivencia. La guerra por el agua es una sombra que se extiende amenazante desde hace décadas, y ahora con mayor potencia que nunca. Si hasta el mismísimo Papa Francisco culminó un seminario de derecho al agua en abril de este año preguntándose si todas las crisis geopolíticas actuales no significan el preludio de una Tercera Guerra Mundial. Debut en la dirección de largometrajes de Nicolás Puenzo –hijo de Luis (La historia oficial) y hermano de Lucía (XXY, Wakolda)–, Los últimos no cita al cura oriundo del barrio de Flores pero sí toma como punto de partida un hecho real. En este caso, la declaración de una emergencia por escasez de agua en Bolivia durante 2016. A partir de esa anécdota imagina un futuro impreciso pero cercano 0ûalrededor de 2030, según se desprende de edades y referencias– con la batalla por los recursos naturales en plena acción y el norte del país hecho un páramo desde que las mineras secaron todo lo que se podía secar y dejaron una horda de sobrevivientes liberados a las más crueles de las suertes. La de dos de ellos puede cambiar si sortean mil y un obstáculos para cruzar la cordillera y llegar al Océano Pacífico. Los que pueden salvarse son una joven pareja (Peter Lanzani y la modelo y actriz peruana Juana Burga). Pueden y deben, dado que ella tiene un incipiente embarazo que difícilmente llegue a buen puerto en las inexistentes comodidades del campamento de refugiados que los alberga. La solución es una huida por un largo camino en el que se cruzan los escenarios distópicos, empolvados y desérticos de Mad Max con otros post-bélicos dominados por casas destruidas y escombros al por mayor de Niños del hombre y La carretera, siempre con la persecución de los drones del bando invasor. Puenzo Jr. capta la majestuosidad del altiplano boliviano y el desierto de Atacama sin caer en la grandilocuencia, haciendo de esas tomas panorámicas elementos funcionales al relato. Majestuosidad sin grandilocuencia: el punto justo para una película en cuyo ADN está el gen de la ambición. No por nada el relato va del western a la road movie, y de allí al drama romántico y el thriller de supervivencia. El problema es que por momentos esa ambición, además de visual y narrativa, es también discursiva. Las situaciones que atraviesa la pareja parecen pensadas y calculadas hasta el más mínimo detalle para que digan más del mundo “real” que del ficticio construido en la pantalla, con sus dardos venenosos al corporativismo, al extractivismo y al imperialismo. Los personajes con los que se cruzan, con el mercenario interpretado por Alejandro Awada a la cabeza, despliegan así un carácter meramente funcional, alegórico. Por ahí también anda un fotógrafo de guerra curtido y neurótico (Germán Palacios) con las contradicciones a flor de piel y una médica (Natalia Oreiro) que es pura bondad. El que está perfecto es Peter Lanzani, por la sencilla razón de que uno rápidamente se olvida de que es Lanzani. Pocos actores –menos los de cierto reconocimiento mediático– logran ponerse por encima de su nombre propio a la hora de trabajar. Este pibe lo hizo no una sino dos veces este año: se recomienda prestarle particular atención en la serie Un gallo para Esculapio, donde ni siquiera con acento litoraleño sonaba forzado.
El futuro que viene Una película argentina, post-apocalíptica, que vira entre la ciencia ficción y el thriller futurista, ambientada en el Altiplano boliviano es algo a lo que el cine no nos tiene muy acostumbrados. El argentino Nicolás Puenzo presenta una ópera prima atípica, que reúne todos estos elementos y propone una reflexión sobre el poder y los abusos corporativos. Los últimos (2017) sucede en un futuro cercano luego de que la guerra por el agua acabara con gran parte de la humanidad, aunque, pese a eso, el amor y la esperanza luchen por sobrevivir. La historia de Los últimos parte de un hecho real cuando en 2016 se declaró la Emergencia Nacional por el agua en Bolivia. Los autores (Nicolás y Lucía Puenzo) narran una historia de ciencia ficción a partir de un mundo desbastado de recursos naturales, donde el poder está en mano de corporaciones que manipulan a los seres humanos para que actúen a su favor y el futuro es tan negro como el presente. En medio de ese caos Yaku (la actriz y modelo peruana Juana Burga) y Pedro (Peter Lanzani), una joven pareja, y Ruiz (Germán Palacios), un fotoperiodista de guerra, emprenden una huida hacia el Pacífico. Puenzo se nutre de una atmosfera distópica y angustiante como la que Alfonso Cuarón construyó en Niños del hombre (Children of Men, 2006) para, con el fondo de los desolados paisajes del Altiplano, crear una especie de tensión ambiental a punto de explotar. Un espacio abierto, pero desierto y decadente, gracias a la dejadez y al caos es el escenario que Puenzo elige para situar la acción de Los últimos, donde pesar de la violencia (directa o latente) que impregna toda la trama, las imágenes, lánguidas y amenazantes del paisaje urbano (fotografiadas por el propio director), expresan el estado de ánimo atormentado y desesperanzador de quienes lo habitan. Tan alegórica como encantadoramente espeluznante, si algo tiene Los últimos es un riesgo infrecuente en el cine argentino reciente, donde el diseño de producción de un mundo post-apocalíptico y la ausencia de explicaciones innecesarias son sus mayores logros, más allá del irremediable mensaje al que nos conducen sus protagonistas hacia el final.
Esta ópera prima incursiona en géneros poco transitados por el cine argentino como la ciencia ficción distópica, el western, el thriller apocalíptico y el melodrama clásico con más hallazgos que carencias. ¿Qué pasaría si la siempre temida guerra por el agua se llevara adelante y un poderoso ejército invadiera el norte de la Argentina? ¿Y si la megaminería cumpliera con los peores pronósticos absorbiendo todo lo que se puede absorber? Posiblemente algo muy parecido a lo que imagina Nicolás Puenzo en Los últimos. El debut en la realización de largometrajes del hijo de Luis (La historia oficial) y hermano de Lucía (XXY, Wakolda) –aquí ambos productores; ella también coguionista- recorre un género poco habitual en el cine argentino como la distopía. En ese contexto, el norte argentina desvastado y con un pocos sobrevivientes civiles que viven hacinados en refugios. Entre ellos está la pareja que interpretan Peter Lanzani y la modelo y actriz peruana Juana Burga. Un embarazo sorpresivo los obliga a emprender la marcha hacia el océano Pacífico en busca de algo de tranquilidad. Durante estos minutos el recorrido tiene mucho de Mad Max por su aire distópico y polvoriento, pero también por la exuberancia visual de sus planeos aéreos y la majestuosidad del terreno. Técnicamente impecable y con un diseño de producción verdaderamente prodigioso para los parámetros de la Argentina, Los últimos arriesga mixturando elementos del western, la ciencia ficción, los thrillers post-apocalípticos y hasta del melodrama clásico. El resultado es siempre atrapante e hipnótico aunque por momentos dispar. El peso de lo alegórico irá creciendo a medida que se asomen en el camino la médica de Natalia Oreiro, el fotógrafo de Germán Palacios y el contratista de Alejandro Awada, llevando lentamente al film contra las cuerdas de un desenlace con mensaje.
Los últimos: ambicioso western futurista Entre enero y abril de 2000 hubo en Cochabamba una serie de masivas protestas conocidas como "La guerra del agua". Su detonante fue la privatización del abastecimiento de agua potable municipal que impulsó el por entonces presidente boliviano Hugo Banzer. Alarmado por el alcance de la reacción popular, Banzer decretó el estado de sitio. En 2016, Evo Morales declaró la emergencia nacional por la escasez de agua, luego de la peor sequía desde 1980. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en 2025 1800 millones de personas vivirán en regiones con ausencia de agua y dos de cada tres sufrirán su escasez. Los últimos, ópera prima de Nicolás Puenzo (parte de una familia de cineastas: es hijo de Luis y hermano de Lucía), aborda esa problemática desde una perspectiva propia: un film ambicioso en términos de producción que cruza el western futurista, el cine bélico y la road movie para contar la desesperada fuga de un pareja de refugiados (Peter Lanzani, la debutante Juana Burga) que, perseguidos por un poderoso y brutal ejército privado que ocupa territorios del Altiplano para saquear sus recursos minerales, encuentra un inesperado apoyo en un corresponsal de guerra (Germán Palacios). La sobrecarga de solemnidad no beneficia a la película, pero esa debilidad no opaca el valor concreto de poner el foco en un tema espinoso al que vale la pena prestarle atención de inmediato.
Apocalipsis acá nomás La opera prima de Nicolás Puenzo plantea un escenario de sequía producto del uso abusivo del agua para la minería. Los últimos se adentra en un territorio poco explorado por el cine nacional: la ciencia ficción. Aunque Nicolás Puenzo -miembro de un clan cinematográfico: es hijo de Luis y hermano de Lucía y Esteban, todos ellos involucrados en la película- prefiere definir el género de su opera prima como “realismo futurista”, porque se mete con temas de enorme actualidad, como la crisis humanitaria de refugiados y desplazados, y la depredación de los recursos naturales. Como fuera, Puenzo aprovecha los fascinantes paisajes desérticos de Bolivia, el noroeste argentino y el norte chileno para desarrollar una historia postapocalíptica que parte de una premisa real: en 2016, Bolivia declaró la emergencia nacional por la falta de agua. En el marco de una sequía provocada por el uso irracional de los recursos hídricos para la minería, Yaku y Pedro -la peruana Juana Burga y Peter Lanzani- emprenden una travesía en busca de un futuro mejor. Puenzo consigue plantear el nudo dramático a partir de la acción, sin necesidad de recargar el guión con parlamentos explicativos. La propia deriva de la parejita nos revela el estado de situación: hay corporaciones extranjeras saqueando la tierra, con cómplices locales que arman operaciones a su medida; hay una resistencia clandestina vinculada a los pueblos originarios; hay seres humanos cuyas vidas son despreciadas. El marco está sólidamente armado, con gran apoyo de los escenarios -naturales y urbanos- y los efectos especiales, utilizados en su justa y necesaria medida. Pero sobran elementos místico-filosóficos (la figura de la serpiente que se muerde la cola, por ejemplo, está forzada) y faltan componentes emotivos que establezcan empatía con los personajes. Algunos de ellos -el villano de Alejandro Awada, el fotógrafo de Germán Palacios, la médica de Natalia Oreiro- caen en estereotipos vacíos, mientras que los protagonistas muestran una sola cara en toda la película: la de la desesperación.
Los últimos, la ópera prima de Nicolás Puenzo, escrita junto a su hermana Lucía, es un drama sobre un cercano futuro distópico. “¿No será esta la guerra? Que nos saquen el agua, que nos lleven el cobre, el cinc, el plomo. Que los aviones que tiraban comida tiren bombas”. En la primera película que dirige Nicolás Puenzo decide retratar un futuro no tan lejano, en el que la guerra se lleva a cabo por algo tan básico y vital como el agua. Enfocada principalmente en tres personajes, una pareja de refugiados y un periodista que de a poco va encontrando su misión junto a ellos. Yaku y Pedro deciden escapar a una vida mejor para el hijo que está en camino. Pero el recorrido está plagado de peligros y en el medio se cruzan con Ruíz, un fotógrafo que de a poco comienza a sentirse afectado por estos jóvenes y decide ayudarlos, dejando de lado su cómoda y pasiva posición. Peter Lanzani y la modelo devenida en actriz Juana Burga en su debut cinematográfico dan vida a la pareja mientras Germán Palacios es quien interpreta al periodista. En el medio, las participaciones de Natalia Oreiro, Alejandro Awada y Luis Machín, entre otros, terminan de completar el elenco que se destaca, principalmente, por la solidez y lo parejo de las interpretaciones. La fotografía es muy cuidada y sabe aprovechar los desérticos escenarios que terminan convirtiéndose en un personaje más. Puenzo construye su película a su tiempo, de manera lenta para describir situaciones y sensaciones y conocer un poco más a estos personajes. En su segunda mitad, los protagonistas se enfrentan con situaciones más específicas y la tensión crece. Sin embargo su hincapié por dejar mensaje es menos sutil de lo que uno quisiera. Los últimos es la historia de una travesía, de las ganas de vivir en una época en la que ya no parece haber mucho por qué vivir, de la esperanza como motor. Es un viaje algo circular también, porque en algún momento termina algo y empieza otra cosa, mientras Pedro viaja con la foto de su padre esperando poder entregársela.
La película de Nicolás Puenzo -hijo de Luis, hermano de Lucía- es una ambiciosa rareza, el estreno más destacable de entre los muchos del cine argentino de los últimas semanas. Lo primero que llama la atención es el aliento que la inspira, a lo grande por un terreno casi inexplorado por el cine argentino: una pareja de refugiados huye, en un futuro posapocalíptico, una guerra imaginaria en la que parece lucharse por el agua, a través del desierto y con aviones militares yanquis sobre sus cabezas. También es la imagen prístina, el diseño de producción de altísimo nivel, los apabullantes planos generales, abiertos y luminosos, lo que luce desde la primera escena: un entierro familiar que dispara la huida de la pareja, la bellísima actriz peruana Juana Burga y Peter Lanzani, que cada día actúa mejor y acá, por si hiciera falta, termina de recibirse de Nuevo Gran Actor Argentino, con muy pocos diálogos y un personaje al borde, pura adrenalina y emoción a flor de piel. Puenzo produce, en esa introducción, una curiosidad filosa, en vilo por decodificar qué es lo que se está viendo, quiénes son estos seres sucios, pobres y lastimados que avanzan por el desierto, hacia dónde. Entonces se produce el quiebre, la irrupción de un ejército brutal, enorme despliegue que define el tipo de relato. Y maneja muy bien la sensación constante de peligro en un contexto que parece tan desconocido para el espectador como para sus protagonistas. Los últimos son humildes convertidos en parias, sin nada, cuyo destino se limita a intentar sobrevivir en un mundo donde no pueden confiar en nadie. Un corresponsal de guerra (Germán Palacios) será entonces casi heroico cuando, en lugar de entregarlos como trofeo propagandístico, los ayude. Con puntos en común con Hijos del hombre, de Alfonso Cuarón, la película se desarrolla como un thriller chatarrero, una especie de Mad Max del norte argentino con apuntes sociales y una tendencia a la alegoría que se acentúa hacia el desenlace, aunque no llega a opacar la potencia del relato central.
La ópera prima de Nicolás Puenzo, Los Últimos, explora un presente distópico post-apocalíptico sobre la guerra por un recurso natural… el agua. La historia acompaña a una pareja de refugiados compuesta por Pedro (Peter Lanzani) y Yaku (Juana Burga en su primer trabajo como actriz) huyendo de su destino, supuestamente prescrito y tratando de encontrar un futuro mejor. El camino no va a ser fácil y en él conocerán a una extensa lista de personajes que ayudarán (o no) a lograr el objetivo de esta joven pareja. Los Últimos se expresa en el redescubrimiento personal y búsqueda de paz interior; tal vez por eso la película utiliza el mito del “Uróboros” -la serpiente que muerde su propia cola- para explicar un ciclo eterno de cambios. La obra de Puenzo trae de recuerdo a producciones australianas. Mad Max (1979) de George Miller y The Rover (2014) de David Michôd son contundentes ejemplos de influencia en este film -el propio director confirmó justamente esto en la conferencia-. Desde ya no nos vamos a encontrar a pandillas motorizadas cuyo líder tiene un nombre épico que va con su personalidad, pero podemos prevenir que el film es una etapa previa al caos; una introducción al verdadero clímax de destrucción global en el que las vida simplemente es un obstáculo del poder. Hay que destacar que las actuaciones son un pilar. Peter Lanzani, Juana Burga y Germán Palacios se alzan como los talentos principales, no obstante, ellos sirven de nexo para cada comienzo y final de actos. Lanzani se encarga de introducir la historia como un individuo de pocas palabras y grandes sueños; Palacios busca la redención y pone intensidad en el nudo de la historia; y por último pero absolutamente no menos importante, la joven Juana Burga se adueña de la totalidad de la pantalla en el desenlace. Destaco y defiendo el trabajo de Burga, ya que para ser su primer experiencia en un largometraje la hermosa modelo peruana se defiende con total naturalidad y trasparencia, su nacionalidad definitivamente agrega un aspecto positivo a la construcción de su personaje y sin dudas estamos ante un nuevo gran talento actoral. En roles secundarios y a suerte de cameos, Natalia Oreiro, Alejandro Awada y Luis Machín cumplen correctamente sus papeles. A pesar de poseer grandes actuaciones y una dirección que comunica acertadamente toda acción, Los Últimos dispersa al público con un guión flojo. Esto es una sorpresa ya que tenemos a talentos experimentados como el de Lucía Puenzo, Nicolás Puenzo y, claro, Luis Puenzo, quienes tienen para hablar de sobra entre Cromo (2015), XXY (2007) y La Historia Oficial (1985), entre otros proyectos… pero en esta película falla la comunicación. El espectador espera y recibe poca información sobre los hechos y motivos de los personajes; tenemos una leve idea de qué es lo que individualmente busca cada uno, pero no lo terminamos de deducir. Todo esto es una lástima ya que por ejemplo distinguimos a los villanos simplemente por su dialecto y no tanto por sus acciones; la confusión es abrumadora. En resumen: la ópera prima de Nicolás Puenzo se disfruta por sus actuaciones y gran elenco, su dirección y anteriormente evitada pero no olvidada, hermosa fotografía (también en manos de Nicolás); el guión desafortunadamente no está a la altura del talento presente, pero si bien su fallo es considerable, no arruina la experiencia.
La guerra del agua es un hecho. Los poderosos ya se ha apropiado de todas las reservas de la tierra, de los minerales y combustibles, El ultimo saqueo es el agua. Y los que no tienen nada viven como pueden en ciudades destruidas o en campos de refugiados. Estamos hablando de un futuro post-apocalíptico que se parece en muchos aspectos a una realidad bastante difundida. El libro de Nicolás y Lucia Puenzo no aclara demasiado de entrada que es lo que esta ocurriendo. Apelan sí a la sabiduría de los pueblos originarios que ven desolados el saqueo ambicioso y sin limites a las riquezas de la Pachamama, y sienten que la vida puede bien ser un círculo infernal casi siempre, esperanzador otras veces. En ese mundo devastado una pareja intenta huir hacia el mar, como si fueran una especie de Adan y Eva buscando una ilusión de paraíso. Son jóvenes, solo tiene algún objetivo, sueños, esperan un hijo. La fuerza suficiente como para conmover a un corresponsal de guerra que fabrica fotos falsas y sangrientas a gusto de sus “patrones” Es la opera prima de Nicolás Puenzo que demuestra, a cargo también de la fotografía, que sabe manejar con buen pulso un film ambicioso y creativo, de imágenes sobrecogedoras. Y es también un film del clan Puenzo ya que en la producción participan el mismo director, Lucia, Esteban y Luis. Con un elenco de lujo que tiene entre los protagónicos a Germán Palacios, Peter Lanzani y la peruana Juana Burga. Y en actuaciones especiales a Natalia Oreiro, Alejandro Awada, Luis Machín. Sorprendente y distinto dentro del panorama del cine nacional, es fácil augurarle al film un camino de premios y de éxito. Vale la pena.
Relaciones naturales. Proveniente de una familia en la que se respira cine, Nicolás Puenzo es -como se pueden imaginar si no lo sabían- hijo de Luis y hermano de Lucía, ambos directores con trayectoria y peso en el ambiente. Nicolás es también director de fotografía, trabajó junto a su hermana en Wakolda, y en el film de Sergio Bizzio Bomba; lo cual se nota a la hora de apreciar Los últimos. Pero para analizar su ópera prima en contexto, es más adecuado retrotraernos a su anterior experiencia como director (o Co-Director junto a Lucía): la serie televisiva Cromo. Tanto en Los últimos como en Cromo hay un claro mensaje sobre el manejo que hacen las grandes corporaciones internacionales jugando con la salud y la vida de la población. Un mensaje ecologista y, si se quiere, anti capitalista. Nicolás, que además es guionista de ambas, es claramente un realizador preocupado por lo que lo rodea, no pareciera pretender hacer ficción por el solo hecho de entretener. Se relaciona con los temas que trata (los recursos naturales) de modo claro y no teme a la bajada de línea directa. Punto a favor para quien no elige la media tinta. Pero a diferencia de lo que sucedía con Cromo, donde el asesinato de una bióloga guiaba todo el relato (descubriendo el velo detrás de los personajes que rodeaban ese hecho de modo macabro respecto a la contaminación de ríos por parte de una curtiembre), en Los últimos primero está el mensaje de alerta, y alrededor de él se intenta construir un relato acorde a las circunstancias. Ciencia ficción a consciencia: El cine argentino se ha ido animando al cine de género cada vez más a menudo y de modo más cómodo. Cine de terror, acción, policiales y comedias de fórmula vienen siendo en los últimos años moneda corriente. Sin embargo, la ciencia ficción sigue siendo una suerte de debe, salvo honrosas excepciones. El anuncio de Los últimos resultaba auspicioso en ese sentido: ciencia ficción apocalíptica sobre un futuro distópico, un elenco de figuras, y detrás de cámara la familia Puenzo en guion, dirección, y producción, para asegurar un producto de calidad. La realidad es que Los últimos pareciera tomar a la ciencia ficción casi como una excusa, plantea un ¿qué pasaría sí? no muy descabellado, para luego atenerse a una realidad bastante tangible. Para ser claros: la película se ubica en un campo de batalla fronterizo que no existe, pero lo que sucede es bastante tradicional a lo que sucede en cualquier película con campo de batalla que no sea estrictamente bélica. En un futuro cercano, las corporaciones internaciones, junto a los grandes países del Norte, han atacado al Cono Sur en una desatada guerra por el agua (algo que ya se viene advirtiendo desde hace bastante tiempo con cierto asevero en charlas, libros, y hasta documentales). La población ha sido diezmada y el territorio arrasado. Todo es un inmenso campo de batalla sitiado por soldados, cuarteles, y minas terrestres. Yaku (Juana Burga, debutante) y Pedro (Peter Lanzani, cada vez más afianzado y alejado de la estrellita juvenil) son una pareja de refugiados que deben atravesar la frontera y llegar al Océano Pacífico para proteger a Yaku y su embarazo. El trayecto es de lo más complicado y huir no será fácil. En el medio deberán pasar por varios inconvenientes y personajes que pondrán su piedra en el camino, también habrá de los otros. Uno de esos personajes que se cruzan es Ruiz (Germán Palacios), un periodista gráfico o fotógrafo que en un principio pretende usarlos como imagen sensacionalista, para luego, de a poco, ir concientizándose y tomar cartas en el asunto. Ruiz son los ojos del espectador. Huir ¿hacia dónde? No sería la primera vez, ni mucho menos, que la ciencia ficción apocalíptica toma como centro a un grupo de personajes que deben cruzar un tramo en forma de road movie. Sin ir más lejos, la primera Mad Max es eso. Sin embargo, el mayor inconveniente aquí es que Nicolás, Luis y Lucía Puenzo desde el guion, no parecieran saber mucho qué hacer con ello. La historia de Los últimos rápidamente queda chica y la narración se vuelve confusa, apelando a metáforas algo obvias, a una sucesión de tiempos muertos, y a una poética que hubiese quedado acertada en determinados momentos pero que, al ser utilizada de modo permanente, abruma. En Los últimos se habla de la escasez de agua potable, de las grandes corporaciones inescrupulosas, del norte atacando al sur, de la manipulación periodística, y del respeto a la comunidades originarias, sin dejar de lado un ejemplo de la tarea humanitaria de los médicos sin fronteras. Quizás todos esos hechos estén conectados, y es así, pero a la hora de plasmarlo en un guion resulta demasiado y hace que se olvide de hacer avanzar el relato. Visual y técnicamente hablamos de un producto destacado, con planos secuencias, una fotografía inmensa que aprovecha los escenarios desérticos, y un acompañamiento musical acorde a la pesadumbres que se quiere imprimir. Lo mismo podríamos decir del rubro interpretativo. El trío protagónico luce correcto, Burga se amalgama bien con dos actores con más experiencia, Lanzani como dijimos está a la altura de la circunstancia alejándose de sus personajes más conocidos, y Palacios se presenta tan convincente como siempre. En los secundarios, en papeles chicos, Luís Machín, Natalia Oreiro y Alejandro Awada se sobreponen a roles algo arquetípicos y funcionales al momento del guion, con interpretaciones correctas. Pero este esmero técnico y actoral no es completado con algo fundamental: una historia clara que avance correctamente. Conclusión: Nicolás Puenzo en su ópera prima Los últimos está más atento en dejar una postura ideológica que en presentar una narración atractiva. La cáscara de ciencia ficción presenta una palpable realidad apocalíptica que se dispersa en medio de una poética excesiva. Los sobresalientes rubros técnicos y la labor correcta del elenco no alcanzan a apuntalar su resultado final.
Aquí y ahora: semillero de guerra El futuro llegó y Los Últimos (2017) de Nicolás Puenzo lo ratifica. La trama desde la primera escena trasluce el clima apocalíptico y tóxico de la guerra por el agua. El mensaje es unilateral: denuncia los daños colaterales, producto de la ambición industrial y la desinformación. Aquí los refugiados son el portavoz de la cruda realidad y su supervivencia el conflicto que nutre la premisa. Este disparador pone en alerta al espectador y a través del marco de una road movie existencial, visceral, refleja el caos de la ilógica geopolítica vigente que desde el año 2010. La misma que a raíz del abuso tecnológico y manipulación a conciencia del propio hombre con drones va en detrimento del desarrollo sustentable de la humanidad. Puenzo subraya desde esta road movie anclada en lo sensorial, no pictórico, quién es el único responsable de la catástrofe universal y cómo el abuso de poder no tiene limites. Aquí el público queda a merced de ser testigo de un presente aterrador operado por hombres alineados y maquinarias en menoscabo al raciocinio. La película deja en evidencia la urgencia de pasar de ser testigo a tomar las riendas del asunto, generar conciencia y proteger hoy los recursos naturales para frenar la escasez. ¿Estamos a tiempo de honrar la Pachamama? Puenzo, cámara en mano, viaja junto al formidable elenco protagónico durante cinco semanas a Bolivia, Chile y la Cordillera Argentina para registrar en esta ficción la respuesta que los medios no dan. Así, la ficción por momentos se impregna del espíritu documental-ensayo; rememora que en 2016 se declaró la guerra por el agua en Bolivia y subyace lo bello a lo tóxico. El guión pivotea entre el género de ciencia ficción, realismo, thriller, bélico y western embebido en un montaje cuya estética gris, polvorienta, rememora la película Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max: Fury Road, 2015), de George Miller, y roza la psicología conductista de Harold Laswell y su teoría de la aguja hipodérmica. Los Últimos se centra en el espacio-tiempo presente donde prima la vida por sobre la muerte en un territorio devastado por la ambición de una corporación minera. El triplico de sus personajes forja un híbrido entre culturas: dos refugiados (Peter Lanzani y Juana Burga) a la espera de un bebé y un fotoperiodista (Germán Palacios) que manipula las fotos para el funcionamiento de los MMC. En este sentido, es interesante como la Guerra por el Agua tiene la esperanza en el niño como símbolo de unión, movimiento, lucha y devenir de un futuro próximo. Entretanto, en este camino cíclico la dupla Lanzani-Burga se encontrará con la ayuda de una médica (Natalia Oreiro) que los auxiliará para lidiar con la situación emergente y guiará a contramano del maquiavélico plan impulsado por el contratista minero (Alejandro Awada) y su socio (Luis Machin). Los minutos avanzan y la idea de Los Últimos cobra fuerza mediante aristas sonoras y elementos llave que pintan un cuadro lejano a la lógica del western americano pese al avance al ritmo de la frase “la serpiente que se muerde la cola” como retórica y pulso del film. Este método cautivante despierta y alerta al público: lo transforma en aliado bajo el anhelo del encauce próspero y digno. Aquí la sonoridad de las voces que replican en el idioma nativo parlante de la pareja-ATP-“ayuda”; es clave y causal. La fuerza del ensamble de vocablos entre el quichua y aimara es la resistencia que traspasa la pantalla. Párrafo aparte para la dirección de arte y fotografía a cargo de Marcelo Chaves, Matías Martinez y Nicolás Puenzo; respectivamente. El límite pictórico genera credibilidad y la utilería donde prima el litio, cobre, EL plomo, la bazooka retratan este cuadro tóxico entre planos y contraplanos donde prevalece la economía menos es más. La luminosidad solar juega con la posición del astro, las tomas del triplico actoral y el significado de los colores. La naturaleza oscila entre el azul y amarillo en referencia a la pureza y se entremezcla; al verde, negro, rojo de la ciudad tóxica. Estos cortes alegóricos realzan el peso entre lo real y lo pictórico. En efecto, las escenas de exteriores únicamente tuvieron el retoque del color. Cabe destacar que la estética también se sirve de lo corpóreo: la belleza innata del elenco se ensucia sin piedad, ejemplo de ello es como el actor Pater Lanzani se luce en su rol y asumió el desafío personal de bajar 10 kilos para interpretar su personaje y superó con creces a Christian Bale. Los Últimos logra su objetivo: funciona como semillero de investigación. “Los últimos serán los primeros” dice la trillada frase y en horabuena llega la ópera prima de Nicolás Puenzo que propone generar conciencia a la masa. Ojalá esta aguja hipodérmica fiel a la psicologìa conductista de Harold Lasswell surta efecto en detrimento al mensaje subliminal que propician los medios de comunicación manipulando información para dominar la Pachamama. Indudablemente esta apuesta no pasa desapercibida. El espectador saldrá inquieto de la sala y talvez dispuesto a buscar información sobre el presente aterrador de los recursos naturales, su escasez y rol de las corporaciones frente a la problemática.
Los últimos serán mejores Los Últimos es el título de la ópera prima de Nicolás Puenzo, hijo del reconocido director Luis Puenzo, quien nos propone un sentido viaje de supervivencia de dos refugiados en medio de una distopía social sudamericana abrumadora. La pareja protagónica compuesta por Peter Lanzani y Juana Burga (modelo que debuta cinematográficamente aquí) decide emprender una odisea desde un campo de refugiados hacia un nuevo destino que les permita salir de la opresión que viven. Los Últimos centra su temática en la explotación de los recursos naturales -sobre todo el agua- y en consecuencia la escasez que esto produce, además de un fuerte conflicto social que termina por desatar una especie de guerra civil. En dicho sentido, la narración comienza metafóricamente con un funeral y la mención al maltrato de la Pachamama (Madre Tierra), quien estará presente todo el tiempo a través del plano sonoro como un ritual constante, pidiendo ser escuchada. Ambientada en Bolivia en el año 2016, Los Últimos es un relato que en palabras de su autor comienza siendo postapocalíptico para virar luego hacia el realismo. Sin embargo, ciertos elementos del guión y algunos cabos sueltos la distancian del realismo, pero resultando aun así un relato verosímil, reflexivo y conmovedor. La pareja protagónica se empalma con el paisaje, la estética del filme es austera y realista. Los personajes reflejan las grietas del suelo a través de sus cuerpos, en dicho sentido Nicolás Puenzo ha titulado dicha fusión como una “belleza intoxicada”, puesto que esa explotación de recursos que se manifiesta, ha llegado también a quienes habitan la tierra. Una vez que la joven dupla atraviesa el desierto, y un arriesgado viaje en tren cruzando fronteras (las cuales funcionan más bien como lindes), se toparán con conflictos y juegos de poder más complejos que la sed y el hambre. Allí aparece el personaje más interesante del largometraje, Ruiz, interpretado con la excelencia que caracteriza siempre a Germán Palacios. Ruiz es un fotógrafo contratado por el villano encarnado por Alejandro Awada. Aquí se marca una clara dicotomía entre buenos y malos, en la que Ruiz encarna la ambigüedad de dicho binarismo. Este fotoperiodista debe capturar momentos del conflicto, los cuales resultan ser un constructo, un falseo de la muerte, recordándonos que en todo hay una selección, un encuadre, un recorte que depende desde qué punto de vista desea ser escrita la historia, tal como dice Ruiz: “no todas las fotos cuentan la verdad”. En esta puja de fuerzas opuestas entre los opresores y la resistencia, el guión se excede con la grandilocuencia de incluir ejércitos norteamericanos en representación de un imperialismo que le quita verosimilitud al relato creando ciertos agujeros. Entonces esa austeridad y belleza atípica que venía manejando la película (no es casual que su director sea también cámara y director de fotografía) en el plano estético y narrativo se contaminan al igual que la tierra con cierta exageración poco apropiada en el discurso. En conclusión, Los Últimos es un relato con originalidad dramática que mediante la belleza cruda logra hacer reflexionar y sentir al espectador en todo momento. A pesar de sus desajustes en los momentos de acción, refiriendo a ese género cinematográfico, logra mantener intrigado al espectador constantemente en un lugar incómodo pero soportable: hay una pena constante que no es una agonía, y esto habla de la inteligencia narrativa de la misma. Finalmente, al igual que muchos otros relatos cinematográficos, el agua, el mar, funcionará como distención, porque ésta suele representar metafóricamente esa vuelta al origen y la circularidad que se menciona en Los Últimos a través de la leyenda de “la serpiente que se muerde la cola”. En cuanto al destino de los protagonistas hay cierta similitud casual con otro film nacional estrenado recientemente, No te olvides de mí (2016). Por último, la distopía de Los Últimos propone una conexión inmediata con el presente que lleva al espectador a reflexionar automáticamente acerca de la explotación minera y de todos los recursos naturales, aproximando ese futuro incierto al presente.
Ciencia ficción argentina No es común el género de ciencia ficción en Argentina. Hay, sí, varios ejemplos, pero son las excepciones que confirman la regla. Los últimos se sitúa en un mundo distópico, donde la batalla es por el agua. El mundo es árido, un gran desierto por el cual huyen la pareja protagónica de la película. En un espacio que podría ser el norte de Argentina o Bolivia, ellos se dirigen hacia el Océano Pacífico. Un hombre y una mujer embarazada que simbolizan el último espacio de humanidad en mundo donde todos están en peligro, no solo ellos. Se cruzarán con un héroe renegado que buscará ayudarlos en su huída. Mientras tanto, poderes mucho más grandes que ellos acecharán en cada momento. La ópera prima de Nicolás Puenzo es bastante elemental en la historia que cuenta, subraya sus temas y se vuelve aun más obvia hacia el final, lo que le quita gran parte de su fuerza visual. Es justamente el aspecto estético aquel en el que Puenzo tiene su mayor acierto. Muy por encima del promedio del cine argentino, todos los aspectos técnicos (obviamente también artísticos) brillan y le dan gran potencia al relato. Lamentablemente hay un tono paternalista hacia los personajes que los convierte en criaturas más poderosas y creíbles. Aun así, Puenzo parece ser un buen candidato a hacer un cine de gran despliegue visual desde esta película en adelante. Es posible que la ciencia ficción deje de ser una excepción y se convierta en un género más visitado en nuestro cine.
Nicolás Puenzo pertenece a una estirpe cinematográfica que ha marcado a fuego el cine argentino. Hijo de Luis Puenzo, hermano de Lucía Puenzo, sus pasos en la realización datan desde que tal vez se puso una cámara al hombro muy pequeño o comenzó a acompañar a su padre a los rodajes. O sea, desde siempre. No es tan desacertado pensar que “Los Últimos” (2017), su “ópera prima cinematográfica”, sea tan solo un paso más en ese largo camino que ha desandado desde Historias, la productora familiar, o Puenzo Hnos, su otro emprendimiento, y del que ya hemos visto muchas películas como asistente, y, más cercano en el tiempo, su serie “Cromo”, firmada junto a Lucía. Con varios puntos en común con esta producción televisiva, “Los últimos” cuenta una historia de amor en medio de un contexto urgente y desesperado de un mundo apocalíptico, pero presente, en el que la guerra por el agua es tan sólo uno de los muchos inconvenientes que la pareja tendrá por superar. Yaku (la debutante Juana Burga) y Pedro (Peter Lanzani) verán cómo su suerte queda librada al azar en medio de intereses geoeconómicos que determinarán sus pasos hasta obtener aquello que desean de ellos. En medio del caos, el amor, un amor tan ingenuo que se escapa de los canones cinematográficos, y que llevan a un plano hasta casi irreal de esa profundidad que el mismo posee. Mientras avanzan por el desierto, en busca del padre de uno de ellos, se van topando con trabas, que les impiden continuar el camino hasta donde desean terminar juntos, y la noticia de un embarazo, además, les ofrecerá la oportunidad de seguir creyendo el uno en el otro a pesar de todo. El guion por momentos desea profundizar en cuestiones técnicas del escenario que plantea, con una especial atención ubicada en la zona de “conflicto” en la que los protagonistas permanecerán junto a un líder (Germán Palacios) que responde a intereses encontrados de ambos bandos. La puesta, la belleza, paradójicamente, de los escenarios naturales intervenidos por el hombre con sus desechos, otorgan verosímil a este cuento apocalíptico de supervivencia, pero también de transgresión. Algunos estereotipos, como la participación de Natalia Oreiro en plan doctora de Médicos Sin Fronteras, y resoluciones que se precipitan hacia el final, sumado al ritmo pausado de la primera etapa, resienten una propuesta potente y sólida que además permite concientizar o disparar posteriores discusiones acerca de problemáticas ambientales y la necesidad de entender que la megaminería sólo sirve como beneficio de unos pocos. Juana Burga sorprende en su debut, con una actuación creíble como esa mujer que lucha para seguir adelante junto a su amor a pesar de todo. Lanzani compone a Pedro de manera verosímil, sin importarle, al contrario, el aspecto que ofrece en la pantalla. Loable debut para un director que tiene en claro aquello que desea contar, y sabe de lo que habla, otorgando entidad, calidad y una imagen única a su historia. Nicolás Puenzo es sin dudas, una figura a seguir de cerca dentro del panorama de la cinematografía Argentina.
Seca visión del futuro. El elemento que los seres humanos de esta ficción distópica desean y por el que ponen en riesgo sus vidas es, probablemente, el más simple de todos: el agua. El disparador es la declaración de una emergencia por sequía en Bolivia el año pasado; el sostén, la fuga de una joven pareja por zonas desérticas y pueblos destruidos hacia un sitio mejor. Las ambiciones de Nicolás Puenzo (hijo y hermano de realizadores, debutando con largometraje propio tras algunas experiencias como productor y director de fotografía en TV y cine) no son pocas. Calamidades ecológicas e impulsos bélicos incentivados por oscuros intereses económicos confluyen con marcas del género de ciencia ficción y un significativo nivel de producción. Los resultados son satisfactorios en determinados terrenos y no tanto en otros. No es nada desdeñable el propósito de revelar la tragedia que implica la depredación de los recursos naturales, señalar cómo se priorizan beneficios monetarios en desmedro de la calidad de vida de los seres humanos y hacerse preguntas sobre nuestro futuro cercano y los objetivos que persigue toda guerra. Al mismo tiempo, la realización exhibe un alto nivel de calidad, plasmando de manera creíble un mundo áspero, extenuado, hecho de amplios espacios vacíos (hay un buen empleo en términos visuales de paisajes de Argentina, Chile y Bolivia), desechos y ruinas. El film incluso se arriesga a algunos efectos especiales –como un bazucazo a un avión en vuelo–, no tan rotundos como los que nos depara el cine de acción hollywoodense aunque satisfactorios. No obstante, y a pesar de esos méritos, no logra comprometer emocionalmente al espectador. Sus seres son paradigmáticos: el joven ligeramente heroico y bienintencionado (Peter Lanzani, creciendo como actor), la mujer embarazada (la peruana Juana Burga), el desencantado corresponsal de guerra (Germán Palacios con nutrida barba), el hosco villano (Alejandro Awada), la médica solidaria (Natalia Oreiro a cara lavada y, por fin, sin sonrisas aniñadas); esto no debería ser un problema, y de hecho hay grandes películas en las que ocurre más o menos lo mismo (Invasión, de Hugo Santiago, podría ser un ejemplo), pero aquí las criaturas no tienen la intensidad suficiente. Finalmente, hubiera sido deseable que en Los últimos (acertado título), la denuncia a corporaciones extranjeras y la defensa de pueblos desprotegidos fuera menos tibia, dejando un efecto más movilizador. Por Fernando G. Varea
POR EL POLVO DE LA AVENTURA DISTÓPICA Evidentemente el cine nacional alcanzó cierta pericia técnica, que permite montar -o al menos simular- la estructura del cine de gran presupuesto, del gran espectáculo, algo que por cierto es habitual en aquellas cinematografías donde lo industrial es un realidad y no tanto un deseo como aquí. Los últimos es el más nuevo ejemplo en esta cadena, donde una suerte de relato post-apocalíptico se da la mano con elementos del western, para desarrollar una distopía sobre un futuro cercano bastante sombrío, donde el ser humano sobrevive en un planeta vaciado de sus más preciados recursos naturales. Esta ópera prima de Nicolás Puenzo reúne varios elementos tanto de una vertiente autoral como de ese cine que apela al entretenimiento como combustible principal, aunque parece quedarse un poco a mitad de camino en todos los terrenos que transita, porque se nota que duda sobre qué tipo de propuesta ser, y sólo se sostiene a partir de dos sólidas actuaciones como las de Germán Palacios y Peter Lanzani. Los últimos toma a los protagonistas en medio de la travesía: Pedro (Lanzani) y Yaku (Juana Burga) escapan de un campo de refugiados y se abren a la aventura en un enorme desierto. Esos primeros minutos son de incertidumbre, de una saludable incertidumbre, porque acompañamos a los personajes sin saber muy bien a dónde, y porque la película nos lanza a un universo que desconocemos y que se nos hace potencialmente atractivo. Puenzo, además, acompaña esto con un interesante trabajo desde lo visual, apelando a los planos cortos para ponernos en situación de los personajes pero también a los planos amplios para descifrar el peligro al que se someten los protagonistas, esa inmensidad un poco amenazante que es la que aporta estilo al relato. Se adivinan en esos momentos algún tipo de referencia a los caminos polvorientos de Mad Max y a un universo derruido como en Niños del hombre; y Los últimos aprovecha bien esas influencias. Por su parte, Pedro y Yaku hablan poco, y ese misterio que los rodea respecto de su destino le da potencia al film. Aunque una morosa voz en off que aparece de a ratos permite vislumbrar alguno de los problemas que la película tendrá más adelante. En verdad son pocos los personajes de Los últimos, pero todos los que aparecen -salvo los protagonistas y el ambiguo Ruiz de Palacios- no son más que caricaturas o conceptos esbozados pobremente, y ahí están Luis Machín, Alejandro Awada o Natalia Oreiro para comprobarlo. Lo mismo ocurre con los diálogos: cuando los personajes no hablan y se enfrentan a lo que les pone el destino, la película crece, pero cuando abren la boca y marcan explícitamente aquello sobre lo que la película reflexiona, se vuelven meras marionetas del guión. Es que Los últimos, detrás de sus referencias cinéfilas y su acercamiento al cine de género es otra de esas propuestas demasiado preocupadas en pensar y decir cosas sobre el estado de situación del mundo. Y aquí ingresan apuntes sobre la ecología, el medioambiente y la vinculación entre poder empresarial y militar, más algún simbolismo religioso relacionado con el origen y el renacer de la humanidad ejemplificado en esos dos fugitivos. La película de Puenzo es una obra repleta de buenas intenciones; buenas intenciones relacionadas con las ideas que expone y buenas intenciones en el hecho de montar un espectáculo cinematográficamente bello y potente. Pero a veces los intereses más autorales del director chocan con la fluidez que precisa la aventura, y ante la indefinición es cuando la película parece estancarse o no ir hacia ningún lado o repetirse hasta el infinito. De esos pozos la saca Palacios con un personaje que vibra como no vibran todos los demás, un tipo algo torturado y hastiado, aburrido del sistema, que busca un último acto que lo redima al menos un poco. En esa presencia, que no precisa de excesivas explicaciones, la película de Puenzo encuentra el camino que mayormente le resulta esquivo. Los últimos nunca logra del todo que el querer entretener y el querer reflexionar se homogenicen en un mismo relato. Ahí su mayor pecado, la falta de ideas respecto de qué hacer con tan bonito envoltorio.
Juicio final en zona de guerra "Los últimos" es un film pensado como apocalíptico pero que después viró en uno que roza lo bélico. Hablar sobre el futuro o un presente distópico nos enfrenta a nuestros propios miedos. La ciencia ficción suele ser considerada un género de entretenimiento y por ello el cine argentino ha sido un tanto errático con las propuestas del estilo. Sin embargo, el hecho de hablar de un futuro que vaticina “qué sucederá”, o incluso un presente distópico con “lo que podría haber pasado”, nos puede enfrentar a nuestros propios miedos y reflejar los abismos hacia los que nos dirigimos. Así nació “Los últimos”, inicialmente guionado como un film apocalíptico que después viró en uno que roza lo bélico. El cambio se debió a un aspecto de la realidad con el que se enfrentó el director Nicolás Puenzo cuando viajó a las locaciones donde se filmaría. Al ver los problemas reales que existen en Bolivia por el desabastecimiento de agua, una guerra por este recurso natural, algo que predicen muchos científicos desde hace años, no era algo difícil de imaginar. Yaku (Juana Burga) y Pedro ( Peter Lanzani), una pareja de refugiados, que vive en la zona de conflicto por el saqueo de recursos, decide dejar el lugar en el que viven, en medio del desierto. Cuando logran subir a un tren que los lleve lejos y les permita sobrevivir, son encontrados por unos militares mercenarios que deciden utilizarlos como carnada para mostrar en los medios una verdad inventada, maquillando la guerra para disfrazar a los villanos como salvadores y a la resistencia como la causante del mal. Por ese motivo conocerán a Ruiz, un fotógrafo, corresponsal de guerra, que debe ejecutar el plan. Sobre la vida y la muerte, el escape, las injusticias destapadas en el epicentro que son controladas para el afuera, habla “Los últimos”. De manera oscura, desnuda las posibilidades de padecer en extremo la esclavitud del poder, algo que deja de ser tan lejano cuando suplantamos el agua por el petróleo, un conflicto que lleva más de dos décadas de duración en diferentes lugares de Medio Oriente. Si bien, como fue dicho, el filme dejó de ser de temática apocalíptica, hablar de apocalipsis también es hablar de la extinción impuesta, algo que el largometraje intenta sacar a relucir.
La gran contradicción de éste filme es que, a primera vista, y desde las primeras imágenes, es que apunta a concientizar al espectador sobre los peligros inminentes a los que está siendo llevada la humanidad por los poderes de turno. Clara y simultáneamente, por problemas intrínsecos de construcción, termina eredándose sin saber bien qué es lo primordial del mismo. Si la denuncia, la historia de amor, la resurrección del arrepentido, la guerra del agua, la razón personal e intima del joven coprotagonista, o no. Tampoco queda claro si el futuro por el que pelear es simbolizado en la llegada de su primer hijo. Manifiestamente se instala lo que será, según la narración, un futuro cercano con la guerra por el agua. No existe en el planeta demasiado reservorio de agua potable y hacia eso apunta el texto. La falta de conciencia en la explotación de la tierra y los recursos humanos, denunciando a la vez, qué es la prepotencia y la impunidad de los poderosos. Todo estaría muy bien si en lo referente a la construcción no produjera tanta confusión, con varias historias entrecruzadas constituyéndose en sendas tramas, pero no hay una definición sobre cuál es la principal y cuales las subtramas. Todo aparece muy enredado por cambios de punto de vista de la narración, entrada y salida de los personajes con vuelta a los actanciales, que por momentos también circulan a la deriva En una época post apocaliptica, en algún lugar del desierto del altiplano, los protagonistas, una joven pareja, Pedro (Peter Lanzani) y Yaku (Juana Burga), viven en un campo de refugiados durante la Guerra del Agua. Pedro desea encontrar a su padre que lo abandonó siendo niño, sabe que vive en Iquique, Chile, pero al enterarse del embarazo de su pareja la decisión de irse se precipita intentando escapar al mar en busca de un mejor futuro para su hijo. Para ello inician una travesía por kilómetros de terreno desértico y devastado por la explotación industrial, encontrándose con un desalmado contratista particular, dueño de su propio ejercito, en el que su general le responde sin titubear. Alejandro Awada y Luis Machin les ponen el cuerpo a sendos personajes. Sin embargo el cruce que hará un cambio en la narración es con Ruiz (Germán Palacios) un corresponsal de guerra olvidado de sí mismo y que, vaya uno a saber por qué, se ve reflejado especularmente en la pareja. La producción posee demasiadas buenas intenciones y demasiadas ideas, todas juntas, como que el director no tendrá otra oportunidad para decir lo que tiene para decir. ¿Se entiende? Denuncias, intromisión de gobiernos extranjeros, explotación humana, hasta se da tiempo a presentar a los médicos sin frontera en el cuerpo de la Dra. Ortega (Natalia Oreiro), quien contribuye a que Ruiz vuelva por sus fueros. Es todo un placer ver el crecimiento actoral de la siempre bella Natalia, pero su personaje no influye en lo narrado ni en el conflicto a desarrollar. Así es todo en esta realización, de neto corte internacional, en el que la dirección de arte, la fotografía y las actuaciones son de lo mejor. Lástima el resultado final global, podría haber superado la medianía en la que se empantana.
"Los últimos" serán los primeros Llega esta interesante y original película dirigida por Nicolás Puenzo con Peter Lanzani en un papel extremo Una joven pareja de refugiados, Yaku y Pedro, huyen hacia el Pacífico cruzando el altiplano, un desierto devastado por el saqueo de los recursos naturales. En el camino se cruzan con un fotógrafo, corresponsal de guerra, un hombre abatido que al conocerlos recupera la esperanza y las ganas de vivir. Nicolás Puenzo hace honor a su ilustre apellido y redondea una película de alto impacto, con una historia que funciona como metáfora de la crisis de refugiados en Medio Oriente. El filme se desarrolla entre Bolivia y Chile, pero podría ser Siria, Irak o Somalia. A pesar de los decorados y la estética postapocalíptica, la acción transcurre en un presente "fantástico", en donde la guerra por los recursos naturales (es el agua pero podría ser el petróleo) ha terminado con todo vestigio de vida y apunta a la aniquilación del planeta. Play Los escenarios naturales (fotografiados de manera excepcional, parecen realizados o retocados con efectos digitales, pero son reales) sirven de marco para esta huida de una pareja (Peter Lanzani y Juana Burga) a la que la une el espanto más que el amor. Lanzani compone un personaje totalmente sórdido, una transformación física que lo coloca en una escala desconocida de la evolución humana. Reconocerlo, lleva unos minutos. Su pareja, la peruana Burga, esconde una fiera en su dócil figura. Juntos se complementan y lucen naturales en un marco antinatural. Párrafo aparte para Germán Palacios, su reportero gráfico que es "el retrato" del hombre que a ha presenciado el horror e intenta escapar del infierno que ha carcomido su mente. Se puede adivinar en ciertas secuencias e imágenes plasmadas por Puenzo, la influencia de La Peste (película de su padre Luis basada en la obra de Camus), pero el metraje no solo esta compuesto por alegorías o metáforas discursivas. El gran acierto del filme es no tenerle miedo al género y abordar momentos que remiten al western, al cine de ciencia-ficción y al bélico. Osada y original, es una gran película para disfrutar en la oscuridad de una sala en donde la pantalla gigante magnifica las sólidas imágenes proyectadas. Ojalá que Los últimos sean los primeros.
Esta es la ópera prima Nicolás Puenzo (“Wakolda”) quien tiene una gran trayectoria en fotografía. La historia gira en torno a una joven pareja que vive en un campo de refugiados durante la Guerra del Agua y mientras corporaciones extranjeras saquean el territorio. Esta pareja deben encontrar un mundo mejor para ellos y su futuro hijo que está por llegar. La fotografía resulta brillante, bajo un paisaje hostil (Bolivia, el noroeste argentino y el norte chileno) en un futuro apocalíptico, uno de los temas que toca es la emergencia por la falta de agua en un llamado de atención por el mal uso de los recursos naturales. Muestra un lugar devastado y su desarrollo tiene un contenido de extrema actualidad. Aquí Yaku (interpretada muy bien por la actriz y modelo peruana Juana Burga, en su debut cine cinematográfico y es una revelación) y Pedro (Peter Lanzani, esta brillante hasta adecuo su físico al personaje adelgazando varios kilos), tienen muy buena química, juegan con las miradas, lo gestual, corporal y los silencios. Otro de los personajes es un villano interpretado por Alejandro Awada, un corresponsal de guerra Germán Palacios y una médica a cargo de Natalia Oreiro, entre otros. El film va mezclando distintos elementos como western, thriller y algo de melodrama, te deja pensando a partir de varios mensajes.
Crítica emitida por radio.