Los fenómenos paranormales han dividido las aguas desde siempre. Están aquellos que creen a ultranza en que hay una fuerza superior que nos permite experimentar sensaciones generadas por fuentes desconocidas. En la otra vereda se ubican los que aseguran que para todo fenómeno sobrenatural existe una explicación lógica, racional y científica.
Margaret Matheson y Tom Buckley (Sigourney Weaver y Cillian Murphy) son investigadores dedicados a develar engaños paranormales: se trasladan hasta el ámbito en donde se producen estas apariciones o “contactos” con el más allá para comprobar el origen fraudulento de los charlatanes que se aprovechan de la necesidad y desesperación ajenas. Luego de desenmascarar a un mentalista argentino que se hace pasar por italiano (Leonardo Sbaraglia, con un inglés imposible de descifrar si no fuera gracias a los subtítulos) llega el desafío que marcará un quiebre en sus carreras: Simon Silver.
Misteriosamente retirado hace más de treinta años, Silver (Robert De Niro) es un adivino ciego que vuelve al candelero para brindar una serie de shows en diversas ciudades. Desoyendo las recomendaciones de Matheson, Tom comienza a obsesionarse con Silver, hasta que realidad, magia, escepticismo y credulidad se funden a tal punto que nada es lo que aparenta ser.
Bajo la dirección de Rodrigo Cortés, “Luces rojas” está claramente dividida en dos partes, que funcionan de manera muy distinta. El inicio, los viajes, las investigaciones, los modos de desacreditar a los falsos mentalistas y cómo se transmite ese conocimiento a los estudiantes funciona gracias a la dupla Weaver/Murphy. Mucho de ese descreimiento recuerda a la Agente Scully tratando de echar algo de raciocinio a las especulaciones fantásticas de Mulder.
En cambio, la segunda mitad, cuando se transforma el relato en un supuesto thriller de suspenso, con algo de policial y de persecución psicológica, todo lo que se fue construyendo segundo a segundo, cuadro a cuadro, en los primeros sesenta minutos, termina temblando y desmoronándose. El final, un desenlace pomposo, exagerado y ridículo además propone una gran “revelación”, similar a esas que en un momento destacaron a M. Night Shyamalan y que luego terminaron convirtiéndolo en un hazmerreír en Hollywood.