La belleza del ring
La encantadora Luchando con mi Familia (Fighting with my Family, 2019) acumula tres lecturas posibles y de todas sale sorprendentemente airosa, a saber: en primer lugar es una película que retrata la idiosincrasia parca británica, sobre todo ese humor negro e irónico basado en diferencias de clase, en la confrontación y en cierta algarabía contenida; en segundo término hablamos de una obra de una fuerte impronta familiar, lo que desde ya implica la dinámica contradictoria de un cariño que puede derivar en celos, peleas y frustraciones de diversa índole; y finalmente -aunque no menos importante, para nada- tenemos esa dimensión deportiva que aporta en gran medida el núcleo fundamental de la propuesta en su conjunto, léase la defensa tierna y cortés del mundo del catch/ lucha libre y su sinceridad de fondo, poniendo siempre el sustrato ficcional de los combates en primer plano en una jugada que ridiculiza de paso al resto de los deportes masivos organizados bajo criterios del mercado capitalista, todos igual de fingidos y “arreglados” de antemano.
La excusa que utiliza el opus para construir una odisea naturalista de ascenso al estrellato pasa por la vida real del clan Bevis/ Knight en general y el devenir de Saraya-Jade Bevis en particular: la chica, interpretada por la extraordinaria Florence Pugh, nació en Norwich en una familia de atletas profesionales ya que tanto su padre Patrick (el genial Nick Frost) como su madre Julia (Lena Headey) fueron contendientes de catch, casi siempre luchando bajo el apellido Knight, y ahora brindan espectáculos autofinanciados y hasta encabezan una academia con alumnos a cargo de Saraya y su hermano Zak (Jack Lowden), mientras un tercer hermano, Roy (James Burrows), se encuentra en prisión por problemas con la ley. Zak y la joven consiguen una prueba ante un entrenador de World Wrestling Entertainment, la compañía que controla el negocio de la lucha en Estados Unidos, pero en la demostración el susodicho, Hutch Morgan (Vince Vaughn), elige a Saraya, quien respeta la tradición familiar en el ring, y descarta a Zak, que sí abraza al catch como su aspiración de siempre.
A partir de ese momento la película combina los problemas que atraviesa el muchacho en Gran Bretaña por el desaire profesional y una flamante paternidad con su pareja Courtney (Hannah Rae), lo que deriva en alcoholismo y una apatía importante, y las dificultades de Saraya -que cambia su nombre a Paige- en el centro de entrenamiento de NXT en Florida, suerte de división de la WWE especializada en nuevos talentos que luego son explotados en otras marcas más populares de la empresa, como por ejemplo Raw y SmackDown, dos shows televisivos con fans muy fieles. Entre la dureza de las exigencias de Morgan y los desajustes con otros compañeros menos experimentados de NXT, la chica de 18 años deberá hacer frente a la envidia de su hermano, las esperanzas que sus padres depositan en ella y su propia identidad, esa que está en pleno proceso de formación mientras todo cambia a su alrededor. El director y guionista inglés Stephen Merchant, de amplia experiencia en comedias televisivas, construye una trama balanceada y coherente que saca partido de la interrelación entre personajes paradójicos y queribles, sin descuidar los chispazos de comedia sardónica familiar y el retrato de fondo del deporte en cuestión y su peligrosidad.
De hecho, Luchando con mi Familia hace honor al doble significado de su título porque explora tanto las desavenencias intra parentela como esta responsabilidad/ privilegio/ carga de seguir los pasos de nuestros progenitores en aquello que les ha dado de comer, detalle que en cierta forma toma a la lucha libre como una metáfora de la vida misma en eso de que está arreglada -pautada de antemano- aunque de falsa no tiene nada porque las lesiones que pueden producirse durante las performances sí que constituyen un enorme riesgo para la salud de los atletas. Merchant logra un desempeño excelente por parte del elenco, sabe que trabaja con una estructura narrativa estereotipada y hasta se las ingenia para meter en el relato a un Dwayne “The Rock” Johnson productor y hoy haciendo de sí mismo en tanto figura paternal que entrega algo de sabiduría al personaje de Pugh, aquella de la interesante Lady Macbeth (2016). Más allá de los clichés y las clásicas “licencias” hollywoodenses con respecto a los hechos verídicos, la propuesta cuenta con un corazón y una autenticidad que se agradecen en tiempos como estos, en los que la belleza y honestidad de los puños -ya sea en el boxeo o el catch- funcionan como un antídoto contra los deportes basura de equipos…