Retrato del tiempo perdido Raúl Perrone presenta de manera inédita, Lujan (2009). Una película que reflexiona sobre la soledad y el ocaso de una vida, y que forma parte del trabajo más reciente del realizador independiente, llamado: Triptico, que reúne además a Los actos cotidianos (2009) y Al final la vida sigue, igual (2010). Luján es un hombre ya envejecido que vive encerrado en su rutina y en la casa de una amiga, que bien podría ser una hermana o una hija. Pero conforme avanza la película se descubre que se ha ido de la casa familiar para vivir en ese lugar. Que debido a que no puede trabajar por su condición física, busca en qué ser útil, pues no sabe hacer otra cosa que trabajar. Entonces, Luján convierte sus días en una suma de conversaciones triviales, y no tan superficiales, con amistades que, si bien son más jóvenes que él, parecen haber sido víctimas de tragedias mayores. Para Luján, su fatalidad es irse quedando solo y no poder volver para atrás. Fiel a su estilo, este film grabado en una calidad imperfecta y propia del video casero, sin uso de música y un sonido realista y sucio, es una construcción de planos fijos y cambios de angulaciones, centrada en los detalles y en los planos del paisaje que denoten el avance del tiempo. No tiene nada más que ofrecer que elementos cotidianos. Luján se despierta siempre de la misma manera, duerme en la misma posición y siempre da de comer a sus peces, y después, se sienta a ver televisión, y a conversar y a pasear. Todo desde un solo plano, sin desarrollar un conflicto en forma clásica, dejando las explicaciones para el final, y haciendo de la repetición su propia estructura. Incluso las conversaciones y discusiones están filmadas así, desde una sola posición de cámara, que sumados a los abundantes primeros planos dan entender el propósito de retrato de la película. Lujan comienza a enfatizar y volverse excesiva en su desarrollo uniforme, y sin embargo, las pequeñas sub-historias que se van develando van generando un contrapeso, frente a la contemplación pausada de estados visuales. Pero teniendo en cuenta ese estilo característico de Raúl Perrone, sin uso mayor de la técnica, y pocos diálogos, resulta interesante el juego de luces y colores y, al mismo tiempo, es aceptable la representación del personaje de Lujan que demuestra la pesadumbre y los reproches que pueden surgir en la vejez. Durante todos los jueves (y todos los fines de semana) del mes de mayo a las 22 hrs en el Cine Cosmos, se emitirá el Tríptico de Raúl Perrone. Lujan, el 3. Los actos cotidianos, el 10. Al final la vida sigue, igual, el 17. Y el Tríptico en su totalidad el 24 a las 22hs y el 31 a las 18hrs.
Y la vida continúa... El filme se centra en la vida de un anciano. A los 60 años, Raúl Perrone, el prolífico realizador de Ituzaingó no parece tener deseos de frenar su ritmo de hacer casi una película por año (lleva más de 20 en otros tantos años de trabajo) y esto lo lleva a estrenar tres películas casi en simultáneo en el Cosmos, a las que integra en lo que gusta llamar un Tríptico. Ellas son Luján, Los actos cotidianos y Al final la vida sigue, igual . La primera en verse es Luján , de 2009, centrada en un hombre mayor, que bordea los 80 años, y que por un problema familiar se ha ido a vivir a lo de una vecina y amiga. Luján es callado, pero inquieto, y dedica su tiempo a colaborar en refacciones en la casa, mientras se encuentra con amigos, vecinos y familiares, con los que va compartiendo sus historias de vida, diversas viñetas que dejan entrever un mundo que es conocido para los habitués del cine de “el Perro”: vecinas, jóvenes, laburantes y personajes de la fauna de Ituzaingó. A diferencia de sus filmes anteriores, Luján inaugura un aspecto clave en este Tríptico y que es un cambio visual bastante radical en el cine de Perrone: son filmes en interiores y con una paleta de colores oscura, casi en busca de un realismo alejado del costumbrismo y más cercano al cine del portugués Pedro Costa, con sus cuartos derruidos, sus angulosos contrapicados y sus densos claroscuros. Pero el cine de Perrone no se caracteriza por la sordidez, sino más bien por la empatía con sus personajes, gente de barrio con sus problemas y dificultades emocionales, que busca algún tipo de salvación (vía el trabajo, la religión o la familia) de su realidad en apariencia complicada y hasta deprimente. Que Luján tenga más de diez hijos, que reciba una carta con noticias que uno supone terribles o que no pueda vivir en su casa con su mujer, es visto sin exceso de dramatismo, como si Luján estuviese atravesado por una suerte de resignación de la que sólo el trabajo manual parece sacarlo. Y así, entre sirenas de policía y enfrentamientos a tiros que se oyen pero no se ven, Luján lleva adelante su vida dispuesto a enfrentar las dificultades, a su manera, y sin esperar a que el tiempo venga a llevárselo de prepo.
En los distintos afiches de este tríptico de Perrone, que comienza con Luján, sigue con Los Actos Cotidianos y finaliza con Al Final la Vida Sigue Igual, hay una suerte de enunciado retórico en el que el director se pregunta: ¿para qué sigo haciendo cine?, pregunta que parece responderse con la respuesta: no sé, pero no puedo evitarlo...
Publicada en la edición impresa de la revista.
La captura de un mundo Un secreto acontecimiento cinematográfico tendrá lugar dentro de diez días en nuestra ciudad: el estreno, en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, del último tríptico de filmes producidos y dirigidos por el mítico Raúl Perrone, una oportunidad única para conocer la obra de este director absolutamente singular, que en su prolífica carrera ha sabido permanecer siempre al margen de toda moda y toda corriente estética que haya marcado a la cinematografía nacional. Desde el jueves 24 de mayo, hasta el domingo 27, se podrán ver en la sala ubicada en Bv. San Juan 49 los tres filmes que componen este nuevo tríptico (no trilogía) del director: Luján (2009, AM18), Los actos cotidianos (2010, AM18) y Al final la vida sigue, igual (2011, AM18). A la luz de los pobrísimos estrenos comerciales del último fin de semana, conviene ir repasando con anticipación estos filmes, que ostentan una radicalidad y una rigurosidad formal inusual. Como en toda su filmografía previa (que ya alcanza a más de 25 largometrajes, algunos nunca estrenados), Perrone sigue pintando aquí su aldea: Ituzaingó se ha convertido en un territorio infinito, una fuente inagotable de materiales de inspiración para su hijo dilecto. Perrone sigue filmando entonces su entorno, mientras su cine vive una continua progresión estética, una búsqueda incesante donde los medios y las formas resultan cada vez más depurados, más despojados de todo elemento secundario y de toda intermediación: es como si el director radicalizara de filme a filme su noción de autoría (aquí oficia no sólo de director, sino también de iluminador, guionista y sonidista), al punto de que el eje unificador más fuerte de estas tres obras es el concepto pictórico de su estética, el uso magistral de la luz natural, la sombra y los colores (el mismo Perrone destaca que es un “tríptico” por su relación con el arte plástico). El minimalismo de sus tramas, que siempre desafían los límites entre realidad y ficción (puesto que los filmes son protagonizados por sus vecinos de barrio, actuando de sí mismos, aunque en una ficción), se mantiene también constante, así como la voluntad por explorar una cultura particular, la de las clases populares del conurbano bonaerense. Pocos directores pueden ser tan consecuentes, aunque ahí no radica empero su principal virtud, sino más bien en la obsesión por dar un espacio de expresión a quiénes nunca lo tienen, por construir un modo de representación que sea fiel a sus protagonistas y permita pensar el mundo que los circunda, un cine al fin que sea auténticamente popular, sin abandonar por ello las búsquedas artísticas que lo motivan. Esta vez, la intención parece ser la de explorar la intimidad de diferentes familias de Ituzaingó, ver cómo se han modificado por años de abandono sistemático, y cómo se encuentran atravesadas por un tiempo histórico específico. Por ello, Perrone se concentra como nunca aquí en los espacios cerrados de los hogares de sus protagonistas, y su cine se acerca al del genial Pedro Costa por tono y estética: hasta Luján bien podría ser una versión de Ventura de Juventud en Marcha, aunque ya retirado de su trabajo como obrero, igualmente distanciado de su familia y afectos. Padre de 14 hijos de los que no recuerda bien todos los nombres, separado irremediablemente de su esposa y familia, Luján prácticamente vive en la casa de una vecina, Liliana, quien le da comida, asilo y compañía a cambio de trabajo. El hombre es capaz de soportar el malestar del esposo de Lili, que al frente suyo le reclama a su mujer que ya no lo traiga más, que respete su intimidad, que lo deje hacer su vida. Tendrá también algún encuentro con un amigo del barrio, que le conseguirá un trabajo provisorio, pero a sus casi 80 años Luján no puede ya esforzarse demasiado, aunque el trabajo parece ser la única justificación de su existencia. Algún hijo y alguna hija le reclamarán que vaya a vivir con ellos, que se dedique a sus nietos, pero la respuesta será siempre negativa. Su argumento, que ya no es ni la mitad de lo que era (“lo que no sirve, hay que descartarlo” le dice en algún momento a uno de sus nietos). Melancólico mas nunca sentimentalista, Luján es un ejemplo de la soledad y el desamparo al que son condenados tantos por una sociedad inclemente y un Estado ausente, incapaz de contener a los necesitados. Sólo la pequeña comunidad del barrio funciona como débil refugio, aunque siempre precario e insuficiente. Compuesto por planos siempre fijos, que con la dosificación de la luz natural y los colores vivos semejan verdaderas pinturas, el gran trabajo con el sonido llegará a transmitir lo que sucede fuera de campo: el mundo puede sonar amenazante e inhóspito, como si no mereciera ser vivido. Esta crónica continuará la próxima semana. Por Martín Iparraguirre
Publicada en la edición digital de la revista.