Los directores de la consagratoria Salvo regresan al sur de Italia para otra inquietante película que vincula el amor, lo fantástico y el accionar de la mafia.
La Semana de la Crítica del último Festival de Cannes eligió como película de apertura la nueva realización de estos dos directores italianos que hace unos años habían ganado el Gran Premio de esta sección con Salvo (2013). Ya en esa, su ópera prima, sorprendían por la solidez con la que incorporaban el paisaje a su relato y por la construcción sonora que aportaba misterio a la narración (en ese caso, muy pertinente además por cuanto la protagonista femenina, raptada en un ajuste de cuentas mafioso, era ciega).
Nuevamente la historia se vincula -de alguna manera- con la mafia. ¿Podría no hacerlo? Es claro que para Grassadonia y Piazza incorporar el entorno a su deriva cinematográfica implica, siempre, tener a la mafia como parte del paisaje del Sur de Italia.
Lo que comienza bellamente como el encuentro sutil, temeroso, cargado de nerviosismo y tensión, entre dos adolescentes, compañeros de escuela, se transforma y va mutando en una historia de amor trágico, con componentes mágicos o sobrenaturales.
Inspirada en el caso de Giuseppe di Matteo, secuestrado durante meses por la mafia en 1993 para tratar de impedir que su padre obrase como informante de la Justicia en su contra, la potente relación de la pareja de enamorados funciona como fábula que se abre a lo fantástico.
Potente y lírica, lo que funcionaba perfectamente en Salvo acá se pierde un poco en la reiteración de los excesivos 122 minutos de metraje. Sin embargo, la apuesta a la abstracción (el inicio recuerda al de L’amico de famiglia, de Paolo Sorrentino) y la libertad para cruzar los géneros son datos que se agradecen en el ámbito del algo alicaído escenario del cine italiano contemporáneo.