El lugar sin límites
En el marco en el que tradicionalmente se suelen mover los documentales “con testimonios humanos” (muy en el estilo del programa con nombre similar y que conducía Gastón Pauls) Lunas cautivas es una rara avis más que interesante. Lo es por su tono bajo, no ambicioso, no bajador de línea, sino pudoroso, observador, formalmente depurado, clásico, sin ostentación técnica de ninguna clase.
Con recursos distintos pero con notables puntos de contacto con otra película sobre el encierro como es César debe morir (coinciden ambas en una visión no edulcorada de los presos así como no pensar nada redentor en el espacio de la cárcel, por el contrario, son películas en las que el arte es una circunstancia que libera, pero que no presupone indulgencia de ningún tipo), este documental apela al registro reducido de unas pocas mujeres participantes de un taller de poesía en una prisión.
Ahí donde los lugares comunes del registro carcelario suelen mostrar marginalidad y violencia (monotemáticamente), aquí, con recaudos, es algo distinto: la cárcel, como bien dicen varias presas, es también un trabajo. De allí que la frase de Paco Urondo (“de este lado de la reja está la realidad, de ese lado de la reja, también está la realidad, la única irreal es la reja”) resulte acertada: ahí está el comentario político más logrado de una película amable y sin mayores pretensiones que registrar ese tironeo cotidiano con la condena más dura: cómo pasar por encima de esa reja y conciliar ambos mundos (el de la experiencia carcelaria con el de la experiencia cotidiana). Esa tensión, insospechada para muchos que no conocemos la vida en un correccional, es un punto que quedó pendiente. No obstante estamos ante una agradable sorpresita.