Moonlight se puso en el spotligh cuando ganó como mejor película dramática en los Globos de Oro. Hasta ahí, era un film que pasaba desapercibido entre tantos brillos y tanto despliegue de sus competidoras.
Lo más lindo de esta película es que efectivamente es una historia. No hay parafernalia, no hay nada que distraiga de un cuento sobre una vida en un espacio inimaginado que encuentra la magia para avanzar.
Nuestros personajes están en Miami, pero no en esa de los grandes yates y las playas. Está en la Miami que queda como resabio de todo eso. Chiron crece ahí, sin padre y una madre que no puede atenderlo ni cuidarlo por su adicción a las drogas. Pero es, ante todo, un relato que cala en lo hondo de cómo el entorno termina destruyendo hasta a lo más puro.
Este chico, que crece sin amor, solo encuentra en un mentor un vínculo saludable, pero que por la naturaleza de que éste es un narcotraficante siempre hay un tinte trágico en todo lo que se cuenta. Así, Chiron se va armando una coraza, una forma para sobrevivir aislándose del mundo.
Hay que reconocer que el estilo de Barry Jenkins para dirigir, elevan a esta historia, donde se mete con problemas sociales, drogas, adicciones, homosexualidad y el mal trato a la mujer sin que termine siendo un catálogo de golpes bajos, sino un retrato de una sociedad sin muchas opciones disponibles.
Algunos temas que impactan en particular son que los tres actores que encarnan a nuestro protagonista, se presentan con los mismos gestos lo cual habla de una magistral dirección de actores. No debe dejarse de lado que estos chicos no tienen una formación actoral, de manera que es instintivo lo que muestran. Y eso traspasa la pantalla.
Algunas maneras de construir la magia que puede ir encontrando este chico muestran, por ejemplo, a un narcotraficante que le enseña a nadar, aunque todas las escenas de la playa en general, como si fuera un espacio catártico donde el personaje puede mostrarse como quién es.