¡Qué patético que resulta en el contexto contemporáneo que una de las películas más vitales/ vitalizantes del cine de acción, otrora nicho de la juventud, sea responsabilidad de un septuagenario! Más que reformular el esquema “drama familiar- autos tuneados- audacia de índole histérica- detalles de humor”, o simplemente aggiornar aquel fetichismo para con el páramo postapocalíptico de antaño, en esta oportunidad Miller lleva al extremo la iconografía desértica, el instinto de supervivencia de personajes desesperados y esa duplicidad rimbombante -para nada maniquea- que analiza por un lado la congragación de los parias y por el otro la voracidad caníbal de una clase gobernante fanática de la acumulación, en tanto mecanismo para controlar a los primeros y conservar el poder (hoy el agua y los propios seres humanos se suman al clásico “oro negro” en el catálogo de los recursos no renovables).
Mientras que es indudable que Tom Hardy supera lo hecho por Mel Gibson a nivel actoral, no se puede pasar por alto que todos los méritos del convite se multiplican debido a su prolongado período de gestación y los problemas de todo tipo que debió sobrellevar para ver la luz, para colmo con el riesgo a cuestas de agotamiento discursivo luego de tres largas décadas de aceptación de este singular nexo entre el steampunk y el western. Mad Max: Furia en el Camino es una garantía de éxtasis constante vía secuencias extraordinarias que balancean los practical effects con el todopoderoso CGI de nuestros días. En suma, aquí el australiano vuelve a demostrar que todavía pueden ir de la mano la calidad, la industria hollywoodense y la paciencia que genera cranear los proyectos en los márgenes, sin mayor interferencia de los palurdos de marketing de los estudios.