Sobre la descarga emocional
El cine argentino de género de los últimos años se viene imponiendo como una alternativa necesaria y muy interesante con respecto a las tres patas históricas de nuestra producción, léase los tanques tradicionales de financiamiento televisivo, los trabajos arties que apuntan al tour detrás del calendario de festivales internacionales y finalmente ese conjunto de documentales que año a año continúa dando batalla desde los márgenes del sistema con las idas y vueltas lógicas de un mercado oligopólico y en eterna crisis interna, donde la semi ausencia de un público local que consuma de manera masiva las películas impulsa la intervención del estado para crear artificialmente un circuito autóctono de producción y exhibición. Films como Madraza (2017) ayudan a subsanar estas deficiencias y a despertar el interés de un público argentino que suele olvidarse de su cine en favor de Hollywood.
Hablamos de una verdadera sorpresa que combina el costumbrismo y los melodramas por un lado con el cine de acción y la dialéctica de los policiales por el otro, un esquema insólito por estas pampas que rinde sus frutos y consigue destacarse por mérito propio sin recurrir a las referencias intra géneros o la desproporción del trash. De hecho, llama la atención que el realizador debutante Hernán Aguilar opte por un naturalismo hiper prolijo como marca formal excluyente en vez del grotesco exacerbado, ese que podríamos catalogar como la “idiosincrasia latina” por antonomasia en lo que al pastiche se refiere. El humor negro está presente en el relato pero nunca llega a dominar el desarrollo porque el director y guionista se mantiene aferrado en todo momento al personaje femenino principal, un cariño que le impide volcar el asunto hacia los arrebatos irónicos o la sátira lisa y llana.
La antiheroína de turno es Matilde (la paraguaya Loren Acuña), una mujer de clase baja a la que le asesinan en un robo a su esposo remisero y pronto cae en la miseria. Un día, luego de canjear una campera por una garrafa de gas, es encarada en la calle por el homicida y amenazada para que no diga nada a la policía, frente a lo cual la mujer responde matando al susodicho de un golpe en la cabeza con la garrafa y llevándose su campera, dentro de la que encontrará un papel con instrucciones que serán el primer paso para tomar el lugar del hombre y empezar una suerte de carrera en el submundo de los sicarios. Más que necesidad de venganza o justicia (Matilde se entera que su marido le era infiel después de su deceso), aquí lo que prima es la canalización de las frustraciones domésticas y existenciales de la protagonista en una profesión de lo más particular que le permite salir de la marginalidad.
Precisamente, en plan de descarga emocional Matilde va acumulando cadáveres por dinero a la par que profundiza su relación con el detective asignado al caso (interpretado por Gustavo Garzón) y comparte su tiempo -entre trabajito y trabajito- con su ahijada Vanina (Sofía Gala Castiglione) y su nueva amiga de la alta burguesía Teresita (Chunchuna Villafañe). Aguilar obtiene un desempeño muy parejo por parte de todo el elenco, deja el espacio suficiente para el lucimiento de una Acuña perfecta en su personaje y hasta logra descollar él mismo en el apartado técnico vía la destreza demostrada tanto en ocasión de las secuencias intimistas como en las escenas de acción, las que a su vez consiguen revitalizar los inserts furiosos de cámara lenta como hace tiempo no se veía. La eficacia y el sentido de la oportunidad del cineasta resultan inobjetables ya que nos regala una propuesta muy lúcida y aguerrida que denuncia la corrupción del poder político y policial mientras subraya la ausencia total de perspectivas de progreso para la enorme mayoría de los argentinos…