Volvió el grupito de strippers. Para quienes no recuerden, o no vieron la primera entrega y piensan mandarse a ver la secuela sin pasar por ella, el personaje de Mike, interpretado por Channing Tatum y basado en sus propias experiencias previas a hacerse famoso como actor en Hollywood, se había cansado de ser un stripper, un objeto de deseo para mujeres, y en vistas parece tener un amor correspondido y una idea de proyecto personal con muebles que él mismo crea.
Si bien en el film se destacaban otros dos personajes, además de aquellos que vuelven para esta entrega ahora no dirigida por Steven Soderbegh pero quien sigue detrás como productor y algunos créditos extras como editor y fotografía, sobre sus ausencias se hace una justificación breve, no muy profunda: nunca sabremos hasta qué punto las drogas se convirtieron en un problema para Kid, quien fue interpretado por Alex Pettyfer y aparentemente tuvo varios problemas en el set con Tatum, y sobre Dallas, el gran Matthew McConaughey, de lo mejorcito que tenía la película, se limitan a decir que “se fue y se llevó a Kid”.
Ahora, el mágico Mike se encuentra con su proyecto en pie, pero nada es tan fácil como parece. La vida del trabajador resulta más dura, los resultados tardan más en llegar… y hay algo que le falta a su vida. Varios años después de aquella renuncia al mundo stripper, un día recibe un llamado con una noticia mentirosa pero que sin duda llama su atención y así se reúne con sus antiguos colegas. Abandonados por Dallas, planean ir a Myrtle Beach para una convención de strippers, y que ése sea su último baile, para después cada uno seguir su sueño personal. Porque se sabe que para ser stripper la apariencia y la juventud son necesarios, y eso es algo que nadie tiene durante el resto de su vida.
Mientras la primera entrega, si bien era una película floja a nivel guión y más larga de lo necesario (esta peca de lo mismo y dura dos horas), se sentía auténtica en su retrato del mundo nocturno y este ambiente en particular, esta segunda apunta más al humor que nada, un humor que termina logrando un resultado ridículo e imposible de tomar en serio. No podemos entender si hay una crítica sobre la cosificación de en este caso los cuerpos masculinos, porque nunca parece reflexionar al respecto, o la intención detrás de la inversión de los roles que ocupan los géneros. En su lugar, el director de la remake de Nueve reinas, Criminal, cae en personajes delineados de manera superficial y sin gracia, y cuando más humor le quiere agregar, más ridícula es, con unas pocas excepciones que sí logran una risita.
Entre los complementos femeninos increíblemente sólo logra destacarse Amber Heard, quien le aporta mucha frescura a su personaje. Andie MacDowell, Jada Pinkett Smith y Elizabeth Banks caen en personajes vacíos que no aportan más de lo mismo: momentos para que los hombres de torsos marcados sigan luciendo su cuerpo y poco más. El show final, lo que se supone es lo más esperado de la película, es un conjunto de escenas grasas y exageradas.
Si el guión al menos hubiese estado mejor trabajado a la hora de crear conflictos, el resultado quizás hubiese sido otro. Pero acá nunca se siente emoción por lo que los protagonistas logran (al fin y al cabo no era tan difícil, ni siquiera hay una competencia). Los actores ponen todo en la mesa, sin embargo no alcanza.
Destaco principalmente el uso de un par de canciones conocidas en dos escenas bien distintas: los Backstreet Boys y un bailecito de Joe Mangianello, y Heaven de Bryan Adams cantada por el tierno de Matt Bomer. El resto da un poquito de vergüenza ajena.