Absorbiendo al anfitrión
El terror mainstream internacional actual solamente repunta cuando -entre la catarata de remakes, secuelas y reinterpretaciones más o menos maquilladas de las fórmulas de siempre, los tristes “puntos cardinales” a los que son adeptos los estudios de Hollywood- se cuela una pequeña epopeya de autor que posibilita redescubrir esos engranajes clásicos bajo nuevos colores y/ o perspectivas; un planteo que casi siempre debemos agradecer a diversos realizadores y guionistas que logran alejarse mínimamente de la candidez y los jump scares cronometrados que exige la gran industria para jugarse en cambio por climas mejor desarrollados, sutiles, álgidos o sinceros en serio para con los personajes centrales y su infaltable lucha por sobrevivir, esa que por cierto debería despertar el interés/ empatía del espectador si se pretende que el público mantenga sus ojos sobre la pantalla hasta el final.
En este sentido, el director Nicholas McCarthy logró con sus dos primeras películas, El Pacto (The Pact, 2012) y At the Devil's Door (2014), un par de trabajos atendibles que sin apartarse de los parámetros del J-Horror versión estadounidense, por lo menos se abrían camino como obras interesantes apuntaladas más en la atmósfera narrativa apesadumbrada que en los clichés y los protagonistas unidimensionales de nuestros días. Maligno (The Prodigy, 2019), su debut en el mainstream yanqui, es una propuesta agridulce porque el film por un lado conserva en buena medida el apego a los detalles y una honestidad formal admirable, pero por otro lado no ofrece ni un ápice de originalidad ya que nos enchufa una historia hiper previsible basada en la estructura del purrete psicópata que mantiene una cara angelical ante sus progenitores y a la vez da rienda suelta a sus lindos instintos homicidas.
La fórmula en cuestión es bien simple y no anda con medias tintas, a saber: tenemos la premisa central de Chucky: El Muñeco Diabólico (Child's Play, 1988), con una especie de reencarnación de un asesino en serie en un nenito recién nacido cuando el primero muere acribillado sin más por la policía, un desarrollo posterior deudor de La Mala Semilla (The Bad Seed, 1956) y su muy buena remake “algo mucho” camuflada, El Ángel Malvado (The Good Son, 1993), con el niño de a poco haciendo gala de un comportamiento sádico, violento y maquiavélico en general, y hasta resonancias varias y un desenlace cercano a La Profecía (The Omen, 1976), aunque por suerte sin llegar al nivel de adjudicarle a Satanás la paternidad del chico y conformándose con ese chiflado que gusta de cortarles las manos a las señoritas antes de faenarlas, todo aparentemente con el objetivo de acumular trofeos.
Así como el atribulado pequeño, Miles Blume (Jackson Robert Scott), es absorbido por su huésped, el espíritu de Edward Scarka (Paul Fauteux), la madre de turno, Sarah (Taylor Schilling), recurre a un psicólogo llamado Arthur Jacobson (Colm Feore) que le termina pasando el dato de que las almas se aferran a la tierra porque tienen algún asunto pendiente, lo que desencadena la búsqueda de la mujer en pos de dar con la “necesidad insatisfecha” de Scarka para que finalmente se marche y le devuelva a su vástago. El guión de Jeff Buhler, aquel de The Midnight Meat Train (2008), desparrama demasiada información muy rápido, respeta al pie de la letra el hilo estándar del rubro y a pesar de que nos ahorra muchas de esas escenas intermedias insoportables de tantos opus semejantes, no consigue nunca un verdadero chispazo de genialidad dentro de la arquitectura genérica. McCarthy se reconfirma como un cineasta prolijo y eficiente sin embargo se nota que aquí no tocó nada del insulso guión -a diferencia de sus dos realizaciones previas, que fueron escritas por él- y ello deriva en un producto mediocre y por demás olvidable que pasa sin pena ni gloria…