El equipo detrás de la trilogía de El Señor de los anillos se hace cargo, esta vez con el entonces diseñador visual Christian Rivers en la dirección en lugar del aquí productor y guionista Peter Jackson, de Máquinas mortales, primera parte de la saga de cuatro novelas postapocalípticas de Phillip Reeve. El universo visual creado por Rivers es ostentoso de movida cuando, casi sin explicaciones, una versión retrofuturista de la ciudad de Londres se transforma en una maquinaria infernal sobre ruedas que persigue a un pueblito pequeño para devorarlo y apropiarse de sus recursos. Esta primera secuencia auspiciosa mezcla los mundos de Mad Max, Transformers y El castillo vagabundo de Hayao Miyazaki, por más que la principal influencia de esta distopía sea el universo de Star Wars, y ya plantea una analogía interesante, y con un gran impacto visual, sobre el imperialismo. Pero la película enseguida se queda sin fuerzas y no consigue mantenerse a la altura de ese comienzo enorme.
La historia tiene como heroína a la fugitiva huérfana Hester Shaw que, con la imprevista ayuda del tarambana historiador Tom y de una suerte de Han Solo femenina (interpretada por la estrella coreana Jihae), busca vengar la muerte de su madre a manos del malvado capitán de Londres Thaddeus Valentine. El villano (Hugo Weaving, que parece inspirarse una vez más en el papel del Agente Smith de Matrix) manda a matar a la joven protagonista usando de sicario al robot resucitado que la había críado a ella tras la muerte de la madre, para no perder tiempo mientras construye un arma nuclear dentro de la emblemática catedral de St. Paul. La revelación de lazos familiares previsibles y de algún romance tardío no alcanzan a condimentar una narración sosa.
El gran problema de Máquinas mortales es la pomposidad permanente, en cada diálogo, en cada secuencia de acción (¡para qué tantas persecuciones!) y en cada una de sus alegorías que cruzan ciencia, religión y política. Esa falta de sentido del humor mantiene a la película en una galaxia muy lejana del universo lúdico de Star Wars, que se imita al punto de que toda la secuencia final parece estar más cerca del plagio que del homenaje. Máquinas mortales se permite apenas un par de chistes y los dos parecen robados de algún episodio de Futurama: un chispazo burlón sobre el consumo cultural de nuestros tiempos (¡la devoción por los Minions!) y otro un poco más ácido sobre los hábitos alimenticios actuales. Rivers demuestra en su debut como director una capacidad sobrehumana para crear un universo visual deslumbrante, pero no se puede disfrutar demasiado un mundo donde el sentido del humor es un bien tan escaso.