Urgencia y desarraigo
La emigración forzosa a escala planetaria de enormes contingentes sociales pinta de pies a cabeza las consecuencias más horrendas de la globalización capitalista de las últimas tres décadas, período en el que se profundizaron todas las pugnas, desigualdades e injusticias de etapas previas al punto de generar una gigantesca masa de seres humanos empobrecidos, errantes y desesperados que abandonan sus hogares en pos de un sueño de asistencia y/ o progreso cada vez más inalcanzable. Precisamente, el control del destino del mundo en un puñado de corporaciones y sus testaferros políticos ha desencadenado lo que se suele denominar la “crisis de los refugiados”, eufemismo con el que los países centrales (léase Estados Unidos, Israel y Europa Occidental) pretenden lavar culpas en lo que atañe a las guerras, la hambruna y la miseria que azotan a Medio Oriente, África y América del Sur.
Marea Humana (Human Flow, 2017) es un documental observacional que retrata los flujos migratorios contemporáneos a nivel general: si bien el registro del drama en cuestión constituye el corazón de este excelente trabajo de Ai Weiwei, a decir verdad el cineasta chino complementa las imágenes con epígrafes que contextualizan los hechos narrados o brindan un testimonio lírico a la Werner Herzog del parecer de los muchos protagonistas. Basándose en entrevistas varias y una fastuosidad visual sorprendente, el film ofrece un recorrido muy exhaustivo que abarca los corolarios de la rapiña y las guerras imperialistas en Medio Oriente, hoy representadas en el conflicto en Siria, los desastres del cambio climático en África por la contaminación y finalmente los cruces cotidianos -motivados por la pobreza y la concentración económica- en la frontera entre México y Estados Unidos.
Los recursos tecnológicos a los que apela Ai incluyen cámaras tradicionales, celulares y hasta drones ya que su meta es construir un lienzo humanista de lo más ambicioso en el que se analicen todas las facetas del asunto y en esencia se lo visibilice a ojos de una Europa que se desentiende de su responsabilidad histórica y del problema en concreto expulsando de inmediato a los migrantes recién llegados, condenándolos a campos de mugre, escasez y aislamiento o tercerizando la estrategia xenófoba mediante el ardid de pasarle dinero a países como Turquía y Jordania que continúan la táctica del hacinamiento brutal y hasta la suelen “perfeccionar” con ninguneo, razias sistemáticas y represión lisa y llana. Como ninguna de las execrables administraciones primermundistas les dan una vida digna o una solución permanente, los refugiados caen presos de la burocracia y terminan desamparados.
A lo largo de un metraje de 140 minutos, el realizador pone en primer plano la urgencia y el desarraigo que padecen millones de personas por año en viajes deplorables que derivan en una existencia paupérrima en los estados anfitriones; todo asimismo mientras resurgen los nacionalismos más patéticos en las potencias globales y se acentúa la exclusión en los países pobres como nuestra simpática Argentina (en este sentido, el esquema en el Tercer Mundo es casi siempre idéntico: los burgueses tilingos se identifican con los oligarcas de los enclaves financiero y energético que controlan el territorio, los lúmpenes se identifican con los burgueses y a su vez las capas pauperizadas quieren llegar a ser lúmpenes en un delirio social de desclasados al rojo vivo). Marea Humana duele lo que debe doler porque sabe cómo mirar de frente a este catálogo de barbaridades que reclaman un cambio de dirigencias que sólo se puede dar cuando se deje de reproducir la fantochada detrás de una democracia constantemente manipulada por las élites económicas/ políticas/ sociales/ militares, esos especialistas en echar mano de cualquier excusa étnica, religiosa o nacional para mantener a los esclavos divididos y votando a los mismos delincuentes de siempre…