John Andreas Andersen dirige esta película noruega de cine catástrofe. Con algunos clichés propios de un género popularizado en Norteamérica pero también una construcción sólida de personajes y sus vínculos y, sobre todo, un fuerte hincapié en concientizar sobre las consecuencias que actos humanos, y en especial movidos por la ambición, pueden tener en el medioambiente.
No es casual que esta película que, más allá de su engañoso título en español, gira en torno a una catástrofe sobre el mar suceda en Noruega. Porque en realidad lo que sucede no es un desastre natural, sino la explosión de una planta petrolera en un país que es un gran exportador de este recurso natural. Y el primer acierto de Maremoto es que no se regodea en escenas espectaculares y efectos especiales, sino que prefiere ahondar en personajes, en sus historias, para que luego también seamos testigos de cómo cada uno de ellos enfrenta estas situaciones inesperadas.
Allí tenemos entonces a una joven que trabaja en una empresa de robótica y se encuentra en una relación amorosa con un hombre que tiene un hijo pequeño. En esa relación que parece cada vez más sólida y consolidada, se animan a dar un paso más y coquetear con la idea de vivir juntos, para no pasar solo aisladas noches así. A su vez, este padre soltero trabaja en una plataforma de perforación que se derrumba y de a poco los problemas se magnifican cuando él queda atrapado y ella no está dispuesta a quedarse de brazos cruzados mientras nadie hace nada al respecto.
Con un poco de fórmula de manual, la historia avanza entre las peripecias y el terror de no sobrevivir sumado al de destruir un poco más nuestro planeta, el cual nunca dejamos de explotar. Pero Maremoto, que en realidad no tiene mucho de maremoto en sí, apuesta al factor humano y por eso resulta no sólo entretenida sino que la conecta a una con la historia. Quizás el personaje de ese empresario que se niega a trabajar en el rescate cuando ya queda poco tiempo y poco por hacer es el que está más desdibujado.
Otro recurso que funciona es que empieza con una especie de testimonio de este hombre, como si estuviésemos viendo un documental. Si bien la historia es ficción, la denuncia o el mensaje es real, contundente, válido.
Más allá del engaño de su título, Maremoto funciona como una película de catástrofe, con sus buenas dosis de tensión a las que le suma personajes protagonistas queribles con los que es fácil empatizar. Algunos lugares comunes y un mensaje aunque importante algo subrayado, estamos ante un exponente curioso, que consigue ser a veces más entretenido, a veces más emocionante.